Capítulo II. Susurros Rojos

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Carlos estaba sentado en la sala de su habitación en Pozuelo, Madrid, escuchando a su primo hablar mientras veían un partido de futbol soccer. En ocasiones, antes de tener que dirigirse al país donde sería su próxima carrera, hacía una parada en casa de su familia y disfrutaban de pláticas con cenas armoniosas junto a sus padres y hermanas. Otros días también invitaba a sus amigos de Madrid, pero ésta vez no contaba con demasiado tiempo. Era el segundo día cuando llamó a su primo y le pidió que llevaran a cabo el plan del que habían hablado la última vez que se encontraron en su privada del motorhome.

—Lo primero que tenemos que hacer es observarlo. Tu mejor aliado será la confianza que ganes por parte de él, ya que las personas nos solemos volver más vulnerables a medida que nos encariñamos.

Sainz dejó de ver la televisión para regalarle una mueca a su familiar.

—No quiero que se encariñe conmigo —confesó.

—No quieres, pero será necesario. ¿Cómo te contará sus más grandes secretos si no confía en ti?

—Caco, ¿cómo se supone que finja ahora que me agrada si realmente quiero meterle una hostia cada vez que lo veo?

—Tenemos que trabajar en esa personalidad tuya. Sé que odias a las personas mentirosas, por lo que comprendo perfectamente lo que significa para ti el mentir, pero... ¿Qué prefieres, Carletes? ¿Sacrificar un poco tu moral y conseguir que el equipo note tu esfuerzo o seguir siendo el segundón para siempre?

Liberó un suspiro antes de agarrar un tazón hondo de la mesa de cristal en medio de la sala y tomar un puñado de palomitas de maíz para llevárselas a la boca. Esa situación le estaba poniendo los pelos de punta, puesto que jamás se imaginó a sí mismo construyendo un plan maligno para destruir a su compañero de equipo. En realidad, no se trataba de destruirlo, sino de bajarlo de la nube en la que vivía, pero vaya que parecía una pérdida de tiempo.

—Joder. ¿Estás seguro que es una buena idea?

La única ocasión en la que creó un plan similar, fue cuando mintió con sus calificaciones en el colegio de British Council y cambió los resultados de tal modo que sus padres no lo notaran, pero cuando los llamaron de la escuela para hacerle saber de sus notas, la cara de su papá estaba de un rojo tan intenso al regresar que parecía estar a punto de ebullición y le recriminó que ellos nunca le habían dado esa clase de educación y que debía darle vergüenza. Desde entonces, se dedicó a decir la verdad, aún cuando tanta honestidad no le gustara al equipo italiano.

—Es decisión tuya. —Su primo se acomodó los lentes, era una manía que tenía—. Si no quieres, no hay ningún problema. Simplemente te aguantas y continúas con lo que has estado haciendo.

Carlos se llevó otras cuantas palomitas a la boca y masticó con lentitud, pensando. Caco tenía razón. ¿Qué pasaría cuando saliera de Ferrari? ¿Quién estaría dispuesto a contratar a un piloto que nadie nota por culpa de las decisiones de su equipo y su compañero? ¿Cómo les plantaría cara a sus padres, quienes constantemente admiraban sus logros, si les decía que no tenia asiento al terminar el contrato?  ¿Qué pensaría toda la gente que lo admira?

Sería una decepción.

Sin haber logrado nada.

—Vale, ¿con qué empezamos? —dijo por fin.

Oñoro, ahora emocionado de tener finalmente su aprobación, se puso en marcha y buscó el maletín que abandonó en uno de los sofás vacíos de la sala.

—Mira, esta es la poca información que tenemos de Charles Leclerc. —Sacó un legajo de poco grosor y se lo tendió—. Necesitamos conseguir una variedad de pruebas donde haya querido sabotear a Ferrari, y una vez que tengamos suficientes, venderle la información a la prensa.

LA MALDICIÓN DE FERRARI  |  CharlosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora