Ojitos.

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«Los ojos son el reflejo del alma».


El pequeño Kookie hipó por cuarta vez, mientras restregaba con algo de fuerza sus redondos ojitos. Ir al kínder jamás fue una de sus cosas favoritas, pero lo hacía por complacer a su papi y para ahorrarse la molestia de tener a una niñera cuidando de él prácticamente todo el día.

El chiquillo de apenas cinco añitos se consideraba a sí mismo un niño grande y maduro, aun cuando estaba llorando por el simple motivo de que su padre se estaba tardando en llegar a recogerlo. Asimismo, porque un grupo de niños habían arruinado el dibujo de palitos que con tanto esmero y dedicación logró hacer.

Observó por tercera vez en veinte segundos el reloj en su muñeca de Iron Man, deseando que su progenitor entrara por aquel enorme portón, lo tomara en brazos y se lo llevara a casa. Kookie no entendía muy bien en qué consistía el empleo de su papá, solamente sabía que dicha labor le tomaba casi todo el día, dificultándole a ambos el propósito de pasar un buen rato de calidad entre padre e hijo.

Lamentablemente, su madre murió apenas dio a luz, dejándolo en compañía de su excepcional e irregular papi, a quien amaba y atesoraba con toda su joven e inexperta alma.

Kookie se animó a sonreír al momento en el que vio aquella particular silueta acercarse a él.

—¡Papi! —chilló de alegría, yendo rápidamente al encuentro con el mayor, que lo tomó en brazos casi inmediatamente.

—Bebé —musitó con esa exclusiva y gruesa voz, no sin antes haber depositado un corto beso lleno de amor en una de las mejillas de su pequeño—. ¿Estuviste llorando? —cuestionó con evidente preocupación tras analizar los hinchados ojos en su Kookie, el cual resopló y se cruzó de brazos, recordando que hacía tan solo segundos estaba enojado.

—Te tardaste demasiado —reprochó. Taehyung rio, acomodándolo de mejor manera entre sus extremidades superiores—. Además... —puchereó antes de reanudar—. Unos-unos niños da-dañaron mi dibujito... —Y eso bastó para que Kookie comenzara a llorar de nueva cuenta.

—¿Qué niños, bebé?

—Unos...

—Oh... —canturreó, abarrotado por la ternura de su retoño—. Podemos hacer otro dibujo en casa. Uno mejor.

—Yo-yo quería ese, papi —gimoteó, restregándose los ojos con sus manitas—. Quiero sus almas... ¿Puedes dármelas?

Suspirando, Taehyung re-acomodó a su hijo entre sus brazos y se encaminó hacia la salida.

—Puedo —aseguró—. Pero tendrás que esperar un poco, ¿sí? Es por motivos de seguridad, cielo.

—Pe-pero... —lloriqueó otro tanto—. ¡Las quiero ahora!

—Y las tendrás, amor, pero no ahora —Kookie hipó. Taehyung siempre odió ver a su bebé mal. Siempre hizo hasta lo imposible por verlo con una sonrisa en el rostro y poder sentir que estaba haciendo una buena labor como padre soltero—. Ten paciencia, Kookie —el aludido sollozó, alertando al mayor—. Vamos, bebé, deja de llorar... ¿Quieres un payaso? —"El payaso" era el helado favorito de Kookie, que consistía en tres bolas de crema y galleta que en la mitad formaban una carita de payaso.

El niñito se limitó a asentir y guardó silencio en todo el trayecto a la heladería. A pesar de que su papi estaba más conversador de lo usual, Kookie simplemente lo escuchaba hablar y asentía o negaba a cada una de sus cuestiones. Sus regordetas mejillitas se hallaban completamente rojas, haciendo combinación con sus diminutos labios y su piel nívea. Afortunadamente, para Taehyung, su bebé había dejado de llorar.

Lo demás fue historia. Llegaron al local y ambos pidieron su helado preferido. Kim sonrió tras ver a su hijo mover con insistencia sus piernitas, las cuales colgaban gracias a la altura de la silla. Era tan pequeñito y dulce.

—¿Te gustan los ojitos del payaso, Kookie?

—Me gustan más los que tú me das, papi —aclaró, llevando una gran cucharada de helado a su boca. Sus comisuras -y una buena parte de su nariz- estaban manchadas por la nata.

—Y te daré más. Podrás tener toda una colección y de diferentes colores —Kookie sonrió entusiasta—. ¿Te gusta la idea?

—¡Sí!

Kookie amaba los ojitos, y Taehyung amaba hacer el "esfuerzo" por dárselos.


[. . .]


Era sábado. Taehyung llegó temprano del trabajo, a sabiendas de que su pequeño hijo estaría esperándolo.

—¡Papi! —escuchó al nene correr a gran velocidad hasta su encuentro. Como de costumbre, lo tomó en brazos y plantó un diminuto beso en uno de sus preciosos mofletes—. ¿¡Hoy iremos al parque de diversiones!?

—Así es. Pero antes... —bajó con sumo cuidado al chiquillo a la seguridad del piso y, posteriormente, extrajo de su maletín de trabajo un frasco que contenía cuatro ojos -literalmente- recién sacados—. Aquí está lo que me pediste, amor —mencionó tras hincarse con el único propósito de quedar a la misma altura de su bebé, a quien se le encendió la mirada—. Te dije que tenías que tener paciencia, ¿no es así?

Extendió el recipiente de vidrio hacia Kookie, que prácticamente se lo arrebató.

—¡Las alma de mis compañeros! —vociferó emocionado, dando tres repetidos brinquitos—. Ya no volverán a dañar mis dibujitos, ¿verdad, papi?

—Jamás —ratificó, recordando lo complejo que había sido tener que matar a aquellos dos críos y extraerles los ojos precisamente para hacer feliz a su JungKookie—. ¿Te gustan?

—¡Me encantan! —Y dicho aquello, se lanzó nuevamente a los brazos de su papá, atacando su rostro con millones de besitos segundos después—. ¡Eres el mejor papi del mundo!

—Y tú eres la luz de mis ojos. No hay nada que no haría por ti, Kookie. Quiero que tengas eso en cuenta siempre.

La criatura ladeó su cabeza, la cual estaba llena de dudas que resultaban normales en alguien de su edad. Tenía apenas cinco años, estaba en crecimiento y la curiosidad estaba a flor de piel.

—Papi —llamó—, si un día me lastimas... ¿Puedo tener tu alma?

Una corriente eléctrica pasó por la columna vertebral del mayor. Taehyung inhaló profundo, decidiendo que la mejor respuesta a esa incertidumbre sería nada más y nada menos que una sonrisa.

Kookie también sonrió, con muchas más malas intenciones de las que Taehyung creería. El chiquillo había adoptado gustos escalofriantes, que tal vez heredó de su inusual padre. Estaba en proceso de convertirse en todo un asesino serial o a sueldo, justamente como su progenitor. La habilidad y astucia en este último siendo algo ciertamente indispensable.

Los ojos son el reflejo del alma, y Kookie adoraba capturar el alma de los que le hacían daño en adorables frasquitos de vidrio.

DATKSS © vkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora