Iustitiae?

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—Eres el niño más bonito que han visto mis ojos.

Kookie apretó sus pequeños labios, observando con el ceño fruncido al hombre frente a él.

Era fin de semana, y como cualquier niño de seis años, lo único que quería hacer por esos días era jugar y pasar un rato agradable; quizá olvidarse de la escuela también. Por eso -y estimando que los parques más cercanos a su casa estaban saturados de niños que no le dejaban espacio para jugar- recurría a zonas verdes solitarias en las que los columpios estuvieran solamente a su disposición.

Siendo un niño egoísta y berrinchudo que se enojaba por la mínima cosa, requería de soledad y una vasta dimensión para sentirse verdaderamente a gusto.

—Gracias —musitó, con el tono plano y tosco. Se sentía incómodo desde hacía minutos, más específicamente desde que aquel hombre se le acercó con la intención de hacerse "amigos".

—¿Cuántos años tienes, bonito? —preguntó, portando una escalofriante sonrisa que a Jungkook le dio repulsión.

—Seis —sus respuestas eran breves. Estaba en la caja de arena, construyendo con los lindos cubitos que su papi le había regalado castillitos de arena. El desconocido estaba hincado justo al frente, estimulando la molestia en Kookie—. ¿Podría dejarme solo? No me gusta que me miren.

—¿Por qué? Un niño tan bonito debería estar acostumbrado a este tipo de miradas.

Kookie estrujó uno de los cubos de arena en sus manitos. Sus labios se fruncieron y su ceño se arrugó otro tanto. Hizo contacto visual con el mayor, quien siguió sonriéndole con falsa amabilidad.

—¿Te gustan los dulces? —Kookie asintió, limitándose a volver a lo suyo. El sujeto carcajeó—. Conozco un lugar en donde venden dulces deliciosos. Los más deliciosos de la ciudad.

—Ah.

Él no necesitaba de dulces. Con los que le daba su papi era más que suficiente.

—¿Quieres que te dé algunos? —Kookie negó frenéticamente con su cabecita, echando arena al cubo con ayuda de la pala de juguete. Luego, cuando el cubo estuvo lleno, lo volteó, dejando como resultado un adorable castillo—. No eres muy conversador, ¿o sí? —pero Kookie no respondió. El hombre le echó una mirada a los alrededores, buscando a algún adulto que diera indicios de ser pariente del pequeño. El parque estaba completamente solo, sin embargo—. ¿Y tus padres?

Haciendo oídos sordos, Kookie repitió su proceder con la arena. Ya tenía tres torres hechas y sus muñequitos de soldados estaban dispersos a un costado. Tenía planeado ponerlos en grupos en cada una de las torres, y luego simular que su lagartija gigante de juguete sería el monstruo que los soldados deberían matar.

Tenía planeado, porque la mano del hombre en su muslo hizo que retrocediera vagamente en la caja.

—¡No me toque! —chilló, dándole un puñetazo con todas sus fuerzas a la mano que lo tocaba. Por supuesto, su energía era casi nula si era comparada a la de un adulto. El tipo volvió a carcajear.

—Qué arisco resultaste ser, bonito —Kookie pataleó cuando su suéter fue agarrado y después él fue arrastrado por la caja hasta estar próximo al desconocido—. Me encantan los niños así. Son más dulces, deliciosos, y gritan más...

El alarido que el chiquillo planeaba dar fue interrumpido por la otra mano, la cual tapó su boca. Había sido tomado, y pese a que seguía pataleando en espera de huir, nada de lo que hacía parecía hacer mucho efecto. De hecho, ya había sido adentrado al pequeño boscaje que se encontraba al fondo del parque.

Movió con insistencia sus piernas y sus brazos, percibiendo cómo el mayor comenzaba a correr, introduciéndose cada vez más al bosque.

Pero no lloró. Ninguna gota fue derramada, y pudo respirar bien en cuanto fue bruscamente soltado, cayendo al pasto colmado de hojas otoñales.

Apoyó sus palmas en el suelo, se dio media vuelta y se sentó cómodamente en sus pantorrillas, observando con fascinación cómo su papi enterraba aquel cuchillo de carnicería en el cuello del hombre que estuvo acosándolo. Parte de la sangre salpicó a su carita; la de su papi estaba oculta por un pasamontañas. Sus manos portaban guantes de motociclista igualmente negros, haciendo perfecta combinación con el resto de su vestimenta de asesino a sueldo.

Kookie sonrió. Su papi ahora estaba arrancándole la cabeza al sujeto, y cuando terminó le abrió los orbes, enterrando sus dedos con sumo cuidado en el hueco. Seguido de ello, le extrajo los ojos -con algo de ayuda del cuchillo-, mismos que metió en un frasco de vidrio que había sacado previamente de su mochila de trabajo.

Estirando sus manitas, Kookie recibió el frasco que poco después le fue extendido. Lo abrazó contra su pecho, riendo con ternura en cuanto su papi se quitó el pasamontañas.

—¿Lo hice bien, papi? —cuestionó, ladeando su cabecita. Taehyung sintió que se moría de ternura.

—Estuviste excelente, bebé —Kookie voceó con entusiasmo, estirando sus brazos hacia arriba, pidiendo ser cargado. Taehyung no demoró en tomarlo y acomodarlo en su protección.

—¡Fue divertido! ¡Quiero seguir haciéndolo!

Pero Taehyung no estaba muy seguro de eso. Había utilizado a su pequeño hijo para atrapar y asesinar a un pedófilo por el que le darían buen billete. Por fortuna, todo salió bien, mas los resultados pudieron haber sido otros. Kookie pudo haber sido lastimado.

Y solo sobre su cadáver Kookie sería lastimado.

DATKSS © vkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora