¡Búscala!

54 10 17
                                    

Las puertas de la habitación de la reina se abrieron de golpe. Cortesanos, los que William, desde que llegó a ese palacio, siempre vio cerca de su madre, voltearon a verlo. Enseguida bajaron la mirada y se doblaron a la mitad, en una reverencia.

William no movió las manos para detener aquel saludo como siempre hacía. Con mirada fija en aquella cama donde su madre respiraba con dificultad, de pronto pareció quedar congelado. En todo el tiempo que la conocía, esa mujer que nunca tuvo obligación con él o su hermana, y que, sin embargo, había tomado como suya desde que se casara con su padre, yacía ahora, para su gusto, demasiado vulnerable en medio de esa gran habitación.

Evelyn, la dama más cercana a la reina y la de más edad en aquel selecto círculo, comenzó a moverse. Quitó el pequeño pedazo de tela que descansaba en la frente de la reina y lo colocó dentro del cuenco de agua que se encontraba en la mesita junto a la cama. Se puso de pie, y al igual que los cortesanos más cercanos a la reina, hizo una reverencia en cuanto su mirada topó con la del príncipe.

Pero William no volteó a verla. Su mirada, aunque fija en la mujer que siempre consideraría su madre, a pesar de que no lo fuera, permaneció en aquellos recuerdos que hace más de diez años dejaron de atormentarlo.

La reina, que en ese momento tenía los ojos cerrados y que hacía todo lo posible para retener el preciado aire en sus pulmones, era el idéntico reflejo de su verdadera madre. Y, al igual que ella, estaba seguro de que moriría en cualquier momento. No recordaba mucho de Dayana, salvo esa imagen que se presentaba ahora frente a él; esa dolorosa imagen que en más de una ocasión lo levantaron suplicando para que no se fuera a mitad de la noche. Y aunque aquello había sucedido cuando apenas era un niño, eso para nada evitaba los escalofríos que en ese momento lo estremecían de pies a cabeza.

—Sí, madre, soy yo —de pronto dijo Diana, sacando a William de aquellos tormentosos recuerdos. Sacudió la cabeza y se encaminó hacia la cama, se sentó en esta, y, al igual que su hermana, tomó la mano de su madre.

La reina movió la cabeza y sus ojos vidriosos lo miraron fijamente. William tragó saliva con dificultad en un fallido intento para que las pequeñas y filosas agujas que en cada momento se enterraban más y más en su garganta, dejaran de doler como lo hacían. Se inclinó hacia la mano sostenida y depositó un beso en ella. Cuando levantó la mirada, su madre movía con dificultad la mano contraria para colocarla encima de la suya.

—William, cariño —dijo la reina, mientras que su fría mano apretaba con delicadeza la de él—, perdóname. No sabes lo que daría por estar más tiempo contigo.

—Lo estarás, madre, así que no te preocupes —respondió William, colocando la mano izquierda sobre la derecha de su madre—. Mejor descansa, que necesitas recuperar fuerzas.

Un cavernoso sonido se extendió por la habitación en cuanto la reina inhaló con profundidad. William quiso cerrar los ojos, y si era posible, hacerse un ovillo sobre la cama.

Ese sonido, ese maldito sonido...

—Madre, es mejor que duermas. Te aseguro que en cuanto despiertes te encontrarás mejor.

La reina cerró los ojos y movió la cabeza con dificultad, la única señal que a William le hizo saber que su madre estaba en completo desacuerdo.

—Madre... —dijo con una voz que demostraba calma, pese a que su corazón latía con tal desesperación que parecía que en cualquier momento se saldría de su pecho.

—William —lo interrumpió la reina—, tú y yo sabemos que no va a haber un después. Sé que te estoy dejando cuando más me necesitas, y no sabes cómo me duele. Hubiera dado todo para que este momento ocurriera cuando tú ya estuvieras establecido en el trono; sin embargo, no podré, y por eso te pido que me perdones. —La reina tomó una bocanada de aire, y aquel horrible sonido que una vez más se extendió por la habitación, envió otra oleada de escalofríos a todo el cuerpo de William—. Pero hay una forma para que tu ascenso se lleve sin dificultades.

Los ojos de William se abrieron ante la sorpresa de aquellas palabras. Si bien, sabía que su ascenso al trono iba a ser complicado cuando su madre faltara, esperaba que con su nombramiento como heredero fuera más que suficiente para que la nobleza de Kimbell lo aceptara sin problemas. Al parecer, aquello jamás sucedería.

—Hay una forma, William —dijo la reina, después de tomar otra larga bocanada de aire—. Miriam, mi hermana, la legítima reina de Kimbell, puede ayudarte. Si la buscas y le expones lo que está ocurriendo en estos momentos, estoy segura de que no dudará en apoyarte. Solo dile que eres mi hijo, eso será suficiente para que ella tome partido a tu causa.

¿Causa? ¿Qué causa tenía él? ¡Maldición! Ni siquiera estaba seguro de tomar un cargo tan importante, en especial, cuando era muy consciente de que no le correspondía. Aquel título, aquel cargo no le correspondía en absoluto.

Había personas, nobles, con más experiencia que podrían con aquel cargo mejor que él. Incluso su hermana estaba más calificada para tomar aquel papel de gran relevancia, no obstante, su madre se lo encomendaba a él y solo a él. ¿Qué tenía de especial?

Quiso apartar las manos de las contrarias y negarse, pero era tan cobarde que no se atrevió a hacerlo. Sus manos siguieron sujetando las de la reina, mientras que sus ojos permanecieron fijos en los contrarios, con la vaga esperanza de que la mujer recostada en aquella cama lo absolviera de aquella misión.

La reina fue la primera en desviar la mirada de William, retiró la mano de la de él, y con pulso tembloroso señaló el cajón de una pequeña mesa que se encontraba a su derecha, muy cerca del gran ventanal que dejaba entrar los cálidos rayos del sol.

—Hace algunos años recibí una carta de ella, en esta me contaba que estaba establecida en Kriocera. —Un prolongado silbido retumbó en las paredes de la habitación cuando la reina inhaló trabajosamente—. Encuéntrala —jadeó al mismo tiempo que regresaba la mirada a los ojos avellana de su hijo—. Por lo que más quieras, encuéntrala y convéncela de que se una a tu causa.

William cerró los ojos, sus manos apretaron la de su madre, inhaló con profundidad, y cuando volvió a abrirlos, la determinación brillaba en estos.

—La encontraré, te lo prometo.

La reina no respondió, sus ojos aún abiertos reflejaban un vacío tan profundo que hizo a William tragar saliva con dificultad.

—¿Madre?

Al no tener respuesta, cerró una vez más los ojos. Sus manos depositaron con delicadeza las de su madre sobre la cama, para después acercar una de ellas a los ojos de la reina y cerrarlos.

La reina había muerto. 

-----

Hola, hola.

Como les había comentado, publicaré por aquí las tareas que me dejen en este curso, que espero me ayude a terminar la novela en la que estoy trabajando. 

La tarea de esta semana consiste en crear una escena o historia a partir de alguna emoción o recuerdo, yo usé como catalizador los recuerdos que tango de pandemia.

Esta parte de mi vida no la conocen, y creo que es importante decirlo aquí para que entiendan un poco de esta escena.

Antes de meterme más de lleno en esto de la escritura, trabajaba en un hospital. Soy laboratorista clínico, y por tal motivo, los primeros meses de pandemia me tocó ver en primera fila todo esto, y digo los primeros meses, pues gracias a esto de la pandemia, en su tiempo perdí mi trabajo. Esto que vi y presencié, intenté plasmarlo en esta escena, tal vez no tan vívidamente, pues el límite de palabras son mil. Espero lo haya logrado.

En fin, agradecería sus comentarios y sugerencias, si es que tienen.

Sin más que decir, nos seguiremos leyendo aquí y en mis demás historias. Los quiero.

Bajo la luz de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora