Un baile de emociones

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El tiempo parecía pasar despacio mientras veía como, no nada más William, sino los demás nobles con sus extravagantes vestidos y trajes que abarrotaban el salón, bailaban y bailaban. El aburrimiento no tardó en llegar, y junto a este el creciente desagrado que sentía. Supuse que mi incomodidad se debía más a que en ese baile no estaba con Santiago; sin embargo, enseguida descubrí que esa molestia no se debía a la falta de mi hermano, sino a todas esas miradas que recaían en mí. Diana me había advertido sobre eso: yo sería el primer extranjero al que se le permitiría estar en el baile que festejaba el cumpleaños número cuarenta de la reina, y pese a sus advertencias, jamás me hubiera imaginado que me sentiría tan... insignificante.

Cada mirada que esos nobles me regalaban era diferente: unas cuantas reflejaban curiosidad, algunas más, escepticismo, pero la mayoría, las que más me irritaban, mostraban disgusto y menosprecio.

-¿Elizabeth?

Volteé al oír mi nombre. William se acercaba a mí. Su semblante tan tranquilo solo se veía alterado por esa mirada de sorpresa que tenía al verme. Y pese a eso, no pude evitar admirar lo bien que se veía. Su cabello castaño caía en pequeñas ondas sobre su frente, y esos ojos dorados que tanto me gustaban, parecían brillar más esa noche.

-¿No me dijiste, que no vendrías? -preguntó molesto, al tiempo que se cruzaba de brazos.

Bajé la mirada avergonzada. No sabía qué responder, pues ni yo misma estaba segura por qué aparecí después de negarme tantas veces a su invitación.

"Mentirosa, bien sabes que viniste solo para verlo a él".

-¿Quieres bailar? -me preguntó después de un largo suspiro.

Levanté la mirada, y vi a William que ya estaba a un par de pasos de mí, ofreciéndome su mano. Por unos segundos me quede observándola, dudosa en tomarla.

"Qué esperas, ¡tómala!"

Me armé de valor y obedecí esa vocecilla en mi cabeza. Tomé su mano, y me dejé guiar directo al baile.

A pesar de la compañía de William, podía sentir con claridad las miradas de todos esos nobles a los que les molestaba mi presencia, y por la forma en que el ceño de William se frunció, intuí que él también lo sentía. Ignorando aquello, William rodeo mi cintura y comenzamos a bailar cuando la música comenzó.

Mi mirada se perdió en el brillo de sus ojos, mientras me dejaba guiar por él, todavía sin entender ese efecto que William causaba en mí. Todo de él me atraía de una manera, que, en ocasiones me daba miedo. Tal vez Ángela, mi dama de compañía, tenía razón y William me tenía hechizada, pues ni yo misma comprendía cómo era posible que estuviera sintiendo aquello por él; por uno de esos barbaros que hace cientos de años atrás, sumergió a mi reino en caos y destrucción. Sí, era cierto que mi presencia en ese reino se debía a esa estúpida alianza que mi padre quería forjar con ellos, no obstante, encontraba inaudito eso que comenzaba a abrirse paso en mi corazón. Y a pesar de eso, me encontraba ahí, rodeada por los brazos de uno de esos bárbaros que me hacían saborear el mundo de una manera mucho más viva.

Vuelta y vuelta, izquierda y derecha; mis pasos se acoplaron con tal perfección a su guía, y para mí sorpresa, no podía estar más feliz. Pero el baile, para mi pesar, terminó sumamente rápido.

Tomé la falda de mi vestido e hice una reverencia para poder alejarme de ese lugar que cada vez llamaba más y más la atención, sin embargo, como si William hubiese leído mis pensamientos, sujetó mi mano con fuerza, como si se negara a dejarme ir. Sus ojos que no dejaban de mirarme como si fuera lo más hermoso, lo más valioso en ese lugar, hicieron que mi corazón se acelerara como nunca lo había hecho. Sus labios se abrieron como si estuvieran a punto de decirme algo, pero ese algo fue interrumpido cuando Evelyn se aferró a su brazo como una niña pequeña ansiosa de afecto.

William volteo a verla, molesto por su interrupción.

-Por fin te encuentro. ¿Sabes que es de mala educación dejar a tu acompañante en el olvido?

William volteo a verme nuevamente, esta vez con un semblante de arrepentimiento. Evelyn que al parecer no se había dado cuenta de mi presencia frunció el ceño cuando me notó.

-No te molesta que me lleve a "mi" acompañante, ¿verdad?

Me enojó la forma en que enfatizó la palabra mí, como si estuviera reclamando una propiedad que le pertenecía, y aún así, a pesar de ese enojo, simplemente negué mientras daba un paso hacia atrás.

-Ven, William, vamos a bailar.

Apreté los puños en tanto vi como William sujetaba a Evelyn para el nuevo baile. Enseguida me arrepentí de estar ahí. Me giré y comencé a caminar hacia la salida.

El silencio que me recibió al salir del salón de baile se sintió como una opresión en el pecho difícil de ignorar. Se sentía extraño, pues yo disfrutaba enormemente de ese tipo de soledad, de ese silencio que me permitía perderme en mis pensamientos, no obstante, en ese momento lo percibía sofocante.

Miré el extenso pasillo que me llevaría a la habitación que me fue asignada, después volteé el rostro a dirección de dónde provenía el sonido de la música. La imagen de William bailando con Evelyn que llegó a mí, dejó un profundo vacío en mi corazón.

"Definitivamente, no tenía que haber venido", pensé.

Con un nuevo suspiro comencé a caminar, no a la habitación; necesitaba con urgencia despejar mi mente, de eliminar de mi organismo esas irritantes emociones.

Al salir, la brisa fresca de la noche pegó con delicadeza en mi rostro. Respiré con profundidad, pero esa simple acción dolía de una manera que no podía explicar.

Comencé a hacer memoria: ¿desde cuándo la princesa Elizabeth se sentía tan vulnerable? La respuesta llegó sin mayor esfuerzo.

Desde que William apareció.

Odiaba el solo pensarlo; odiaba saber que uno de esos barbaros tenía el poder de hacerme sentir esas tan volátiles emociones. La urgente necesidad de cambiar eso me atravesó como un rayo; deseaba sentir de nuevo a esa Elizabeth: fuerte, orgullosa... fría, deseaba sentirme nuevamente yo.

Bajo la luz de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora