La Mujer de negro

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Era una noche oscura y tormentosa. La lluvia caía con fuerza y el viento golpeaba las ventanas de la casa. Ana se encontraba sola en la sala, intentando leer un libro. Beto, su hermano, tenía rato que se había ido a dormir y sus padres todavía no regresaban de su turno en el hospital donde trabajaban.

De repente escuchó un ruido. Al principio pensó que se trataba del viento o de la casa que crujía, pero luego escuchó pasos. Era alguien que caminaba en el piso de arriba.

Beto, y su manía de tomar tanta agua antes de dormir, pensó sin quitar su atención al libro.

Los pasos de repente se transformaron en unos más apresurados. Ana levantó la vista al techo, después bajó el libro y lo colocó sobre el sofá, junto a ella. Se levantó y subió las escaleras.

—Beto, ¿te encuentras bien?

No obtuvo respuesta.

Frunció el ceño y se encaminó a la habitación de su hermano. Al abrir la puerta, lo vio sobre la cama, abrazando su almohada y con la boca abierta. Ruidosos ronquidos salían desde su garganta.

Suspiró y dio un paso hacia atrás. Cerró la puerta y viró, dispuesta a regresar a su lectura.

Dos pasos, y se detuvo. Detrás de ella, en la habitación al final del pasillo, la de sus padres, un nuevo ruido captó su atención. Giró sobre sus talones, se acercó lentamente y abrió la puerta.

Dentro de la habitación no había nadie, pero la ventana del fondo, junto a la cama, estaba abierta. Las cortinas celestes ondeaban con ferocidad y las gotas de lluvia que entraban por ella, mojaban el suelo y las pantuflas que su madre se pondría en cuanto llegara de trabajar. Ana se acercó a cerrar la ventana, y al tomar la manija, vio que afuera, en el jardín, se encontraba una figura de pie.

Un trueno iluminó el cielo, y Ana pudo distinguir mejor la figura. Era una mujer alta y delgada, con el pelo largo y negro al igual que el vestido que usaba.

La veía fijamente.

Ana cerró la ventana rápidamente y salió de la habitación. Su nuca cosquilleaba y escalofríos recorrían su cuerpo. Bajó las escaleras y se fue a la cocina. Necesitaba un té, café o incluso un vaso de refresco. Cualquier cosa estaría bien para apaciguar sus nervios.

Se decidió por el café.

Mientras esperaba que el agua hirviera, el cosquilleo en su nuca aumentó. La cocina se volvió fría, pese al calor que emanaba de la estufa. Pero lo que hizo que Ana temblara de miedo, fue el ruido proveniente detrás de ella.

Sintió una penetrante mirada en su espalda. Cerró los ojos y apretó con las manos el frío material de blanca loseta de la barra en donde se recargaba.

Tal vez si lo ignoraba...

Pero en cuanto unos largos dedos se posaron sobre su hombro, ella gritó y manoteó con desesperación.

—Ana, ¿qué te pasa? —dijo su hermano mientras intentaba cubrirse de los golpes que le propiciaban.

Ana se detuvo, y abrió los ojos.

—Beto, ¿eres tú?

—No, Ana, soy el fantasma de la Navidad pasada. He venido esta noche...

Ana le dio otro manotazo que cayó en su hombro. Beto se quejó mientras se sobaba.

—Es en serio, Ana, ¿qué te pasa?

Ana bajó la mirada. Suspiró y sacudió la cabeza.

—Creo que solo estoy paranoica.

Bajo la luz de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora