Para mí querida hija:

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¿Alguna vez has oído la frase: «si las miradas mataran»?

Yo siempre la había oído de los labios de mi madre todas esas veces que me enojaba con ella. Cada que sin decirle una palabra, ella sabía que estaba muy molesta. Cuando era niña esperaba que esas palabras fueran ciertas, tanto, que la noche que mis padres y otros de mi clan fueron asesinados por los humanos, intenté matarlos con la mirada.

No funcionó.

Pero te estarás preguntando, ¿por qué te cuento esto?

Porque en alguna etapa de mi vida descubrí, que esta frase no era la única que podía describir lo que una mirada podía expresar sin necesidad de palabras.

¿Recuerdas todas esas veces que te conté como había sido mi travesía para huir del infierno en el que me sometieron los humanos?

Espero que sí. Espero que recuerdes que no se puede confiar en ellos. Que aquellas criaturas siempre harán lo que sea conveniente para su beneficio, aunque eso signifique sacrificar a familias enteras y cortarle las alas a una niña para mantenerla prisionera. Son demasiado astutos, tanto, que pudieron desaparecer a un pueblo entero de los nuestros.

Pero bueno, de eso no quería hablarte, sino de quién conocí en ese largo viaje que emprendí cuando logré escapar de mi jaula.

Su nombre era Cassian; yo le decía Cas de cariño. Lo conocí cuando llegué a las playas de Orthon a una semana de mi huida. No puedo negarlo, me sorprendí cuando lo vi. Tú también lo hubieras hecho si lo hubieras visto, no por la sangre azul que manchaba su cuerpo, sino por lo que era.

Él pertenecía a esos seres mitológicos llamados Lamblias. Tu padre te ha contado de ellos.

¿Sabes?, siempre estuve en desacuerdo por cómo los describía: monstruos feroces que solo salían a la superficie del mar para atrapar a quién fuera que estuviera cerca de su hábitat. Sus dientes tan afilados que podían despedazar la carne de quien fuera, incluso de nosotros, aunque nuestra carne fuera más dura que la de los humanos.

Que equivocados están.

Los Lamblia no tienen boca en el rostro. En el, solo hay una capa de piel donde debería de estar la boca. Tampoco son feroces. Todo lo contrario, son seres pacíficos, tan pacíficos que una vez le dije a Cas que eso podría ser la causa de su extinción. Él, pareció reírse con la mirada.

Aún recuerdo sus ojos color negro, tan expresivos que me ayudó a entender que aun sin boca puedes decir miles de cosas.

Si, su cuerpo se parece al de las anguilas, te lo digo porque estoy casi segura que te lo estás preguntando.
¿Sabes?, me gustaba ver lo rápido que se movía debajo del agua, lo brillante que se veía su piel cubierta de escamas tornasol cuando los rayos del sol pegaban en su cuerpo. Me fascinaba cuando por las noches hacia figuras de agua con sus manos cubiertas de una membrana transparente que protegía las pequeñas bocas en sus palmas.

La primera vez que oí su voz creí que estaba soñando. Fue por accidente, nuestras frentes golpearon cuando él pretendía salir del agua; así descubrí que los Lamblia pueden comunicarse cuando sus frentes se unen. Por supuesto que para poder tener una charla con ellos, tienes que tener toda su confianza. Fueron muy pocas las veces que hablábamos de esa manera, pues como ya te dije, su mirada podía expresar tantas cosas sin necesidad de palabras. Las pocas veces que platiqué con él, descubrí que aunque ellos pueden permanecer fuera del agua, no lo pueden hacer por un largo periodo de tiempo pues su piel comienza a marchitarse.

Dos años fue lo que duró nuestra amistad. Dos años dónde ambos nos cuidábamos el uno al otro como si fuéramos miembros de la misma familia.

Él siempre procuraba que estuviera bien alimentada. Cada día sin excepción traía peces que él mismo capturaba para que pudiéramos comerlos juntos por las tardes. Estaba segura que su obsesión por verme comer se debía a como me conoció. Recuerdo que sus ojos estaban horrorizados cuando despertó la primera vez que nos vimos. Sus manos habían ido a mi espalda, a donde ya no estaban las alas tan majestuosas que nos caracterizan a nosotros los Torkins.

Dicen que los Lamblia no lloran, pues déjame decrte que si lo hacen. Cas lloró como jamás imaginé ver llorar a alguien, como si a él fuera a quien le hubieran cortado las alas. Lloró sus lágrimas y también las que yo no había llorado.

No sabes lo agradecida que estoy con Cas. Él me devolvió la sonrisa que esos humanos me arrebataron; hizo que olvidara todas esas noches que era exhibida para el morbo de aquellos que visitaban el circo a donde fui vendida después de ser capturada.

Había noches que despertaba gritando al revivir esa noche, la noche que aquellos desalmados cortaron mis alas color carmesí, tan iguales a las tuyas. Otras noches ni siquiera dormía, pues el temor de ser encontrada nuevamente evitaba que lo hiciera.

Me llenaba de melancolía cuando miraba mi reflejo en el mar y notaba que lo único que me hacía seguir llamándome Torkin, era mis ojos color rojo, las plumas plateadas que cubrían mi cuerpo y las garras tan parecidas a las de las águilas.

Muchas veces intentaba recordar el cómo se sentía el aire en mi rostro cuando surcaba los cielos, cómo se veían los animales desde arriba. Claro que esas veces que intentaba recordarlo era cuando veía cómo las aves caían en picada al mar para tomar su presa.

Una vez me preguntaste por qué sabía nadar. Eso es porque Cas me enseñó a hacerlo. Creo que le pareció buena idea intentar enseñarme, ¿y sabes algo?, fue el mejor regalo que pudo haberme dado.

La primera vez que nadé junto a él y sin su ayuda, recordé como se sentía la libertad que los cielos te dan. Ese día fue la primera vez que volví a sonreí después de tanto tiempo, y ese día fue la primera vez que volví a sentirme libre.

El día que tuve que separarme de mi amigo, lloré por primera vez después de tantos años. Sabía que no podía permanecer más con él, no después de haber conocido a tu abuelo, el Torkin que me encontró a las orillas de las playas de Orthon.

La última vez que vi a Cas, parecía tener una enorme sonrisa en su mirada; también parecía decirme que todo estaría bien, y no se equivocó. Conocí a tu padre, que al igual que Cas me ayudó a sanar todo lo que esos humanos me habían hecho. Después llegaste tú, mi mayor alegría.

Si jamás te conté de él, fue porque tenía miedo que si alguien descubría como eran en realidad los Lamblia, irían tras ellos, tras él. Me prometí a mí misma que dejaría que todos los que conocían aquellas historias siguieran imaginando a los Lamblia como esas criaturas de pesadilla. Pero soy tan egoísta que no quería que su recuerdo se perdiera después de mi muerte.

Ahora sabes la verdad de los Lamblia, y espero que como yo lo hice, guardes el secreto de cómo son en realidad.

Espero no me guardes rencor por no haberte contado en vida esa grandiosa aventura que viví junto a Cas. Espero que atesores estás palabras, pues fueron los momentos más hermosos que viví junto a él.

Recuerda que siempre te amé, pues fuiste el más grande regalo que la vida me dio.

Se despide de ti: Iolar Velika, tu madre.

Bajo la luz de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora