Era el final del verano, y el calor abrasador comenzaba a ceder, dejando lugar a noches más frescas y cielos despejados. Lucas, un joven de 23 años, atlético y carismático, organizaba con entusiasmo una última escapada antes de que todos sus amigos volvieran a sus responsabilidades. Junto a él, estaba su novia María, una chica práctica, valiente y siempre lista para la aventura. El grupo lo completaban Sebastián, el bromista del grupo, siempre con una sonrisa en la cara, Carla, más introvertida pero con una intuición única, Tomás, el atlético del grupo y excompañero de Lucas en el equipo de fútbol universitario, y Ana, una chica creativa y soñadora que siempre llevaba una libreta para plasmar sus pensamientos.
El plan parecía perfecto: un fin de semana en la naturaleza, alejados del bullicio de la ciudad y las preocupaciones. Lucas había encontrado un lugar ideal en un bosque remoto que había descubierto durante una excursión. "Es el lugar perfecto, alejado de todo. No hay señal de celular, así que realmente nos desconectaremos", les dijo al proponer el plan.
La emoción se apoderó de todos, especialmente de Sebastián, quien no tardó en bromear sobre cómo el bosque podría estar lleno de criaturas extrañas o asesinos. "¿Quién sabe? Quizás estemos en el escenario de nuestra propia película de terror", dijo entre risas, mientras los demás reían y seguían con los preparativos.
El viaje comenzó temprano el sábado por la mañana. Todos se encontraron en casa de Lucas, donde cargaron el coche con tiendas de campaña, mochilas, comida y bebidas. El camino hacia el bosque fue largo, pero lleno de conversaciones, bromas y recuerdos compartidos. Sebastián no dejaba de contar historias absurdas sobre el bosque, mientras Carla, siempre la más callada, observaba el paisaje con una sensación de inquietud que no lograba sacudirse.
Al llegar al pequeño pueblo cercano al bosque, una sensación de extrañeza los envolvió. El pueblo, llamado El Silencio, parecía detenido en el tiempo. Las casas de madera, viejas y desvencijadas, estaban esparcidas sin ningún orden, y las pocas personas que vieron los miraron con desconfianza. Mientras cargaban gasolina en la vieja gasolinera del pueblo, un anciano de ojos profundos y voz rasposa se acercó al coche.
—¿Van al bosque? —preguntó con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.
—Sí, vamos a acampar —respondió Lucas con una sonrisa, intentando aliviar la tensión.
El anciano soltó una risa seca, casi burlesca.
—Ese bosque... tiene historias. Los lugareños no van allí desde hace mucho tiempo. Dicen que algo lo habita. Algo que no pertenece a este mundo.
Sebastián, fiel a su estilo, respondió con una sonrisa.
—¡Perfecto! Buscábamos algo de emoción. ¿Sabes si hay buenos lugares para esconderse de los monstruos?
El anciano lo miró fijamente, como si sus palabras fueran una advertencia, no una broma.
—No son monstruos lo que debes temer —dijo antes de darse la vuelta y alejarse lentamente, dejando al grupo con una sensación de inquietud que ninguno admitió en voz alta.
Dejaron el pueblo atrás y continuaron el viaje hasta llegar al punto donde debían dejar el coche y empezar a caminar. El sendero hacia el campamento estaba rodeado de árboles altos y frondosos, que parecían formar una barrera natural entre el mundo exterior y el bosque. Los amigos bromeaban y reían, pero la atmósfera cambiaba a medida que se adentraban más y más en el bosque.
Después de una caminata de unas tres horas, finalmente llegaron a la planicie junto al lago donde Lucas había planeado acampar. Era un lugar idílico: el lago cristalino reflejaba el cielo azul, y la suave brisa hacía que las hojas de los árboles susurraran. El grupo rápidamente se dividió las tareas: Lucas y Tomás montaron las tiendas, mientras que María y Ana preparaban la comida. Sebastián, por supuesto, se dedicaba a hacer bromas y grabar videos para su canal de redes sociales.
—¡Aquí estamos, chicos! En medio de la nada, listos para enfrentarnos a cualquier cosa —dijo Sebastián mientras grababa a sus amigos—. Si no volvemos, recuerden que yo fui el que predijo todo esto.
La tarde transcurrió entre risas, juegos y una sensación de camaradería que los unía aún más. Mientras el sol comenzaba a ponerse, el bosque adquiría un tono dorado que lo hacía parecer casi mágico. Sin embargo, Carla, quien había estado silenciosa todo el día, no podía sacudirse la sensación de que algo estaba mal.
—¿No les parece... demasiado tranquilo? —preguntó en voz baja a María mientras recogían leña para la fogata.
—Es normal, estamos en medio del bosque —respondió María con una sonrisa—. No te preocupes tanto.
Pero Carla no estaba convencida. Desde que llegaron, había sentido una presencia, algo que no podía explicar. Como si los árboles estuvieran observando, como si el bosque tuviera vida propia.
La noche cayó rápidamente, y el grupo se reunió alrededor de la fogata. La luz del fuego proyectaba sombras danzantes en los árboles, creando un ambiente perfecto para contar historias de terror, algo que Sebastián no tardó en proponer.
—Es oficial, chicos. No podemos estar en medio del bosque sin contar algunas historias de miedo —dijo con una sonrisa traviesa—. Así que, ¿Quién quiere empezar?
Lucas se ofreció primero, relatando una vieja historia de su infancia sobre una casa embrujada en las afueras de su ciudad. Luego fue el turno de María, quien contó una leyenda urbana sobre un hombre que desaparecía cada noche solo para reaparecer en los sueños de las personas. Cuando llegó el turno de Carla, ella, aunque reticente, decidió compartir lo que estaba sintiendo.
—No sé si es una historia de miedo, pero... desde que llegamos, he tenido la sensación de que no estamos solos —dijo, mirando a sus amigos con una expresión seria.
Sebastián río, pero Carla lo interrumpió.
—No es broma. Siento... como si alguien nos estuviera observando.
El grupo quedó en silencio por un momento, y aunque ninguno quería admitirlo, la oscuridad que los rodeaba comenzaba a sentirse opresiva.
—Bueno, gracias por hacer la noche más terrorífica, Carla —bromeó Sebastián, aunque en su voz había una pizca de nerviosismo.
Con el tiempo, el grupo comenzó a retirarse a sus tiendas. Carla fue la última en quedarse despierta, observando las estrellas mientras el fuego se apagaba lentamente. Justo cuando estaba a punto de acostarse, escuchó un crujido en la oscuridad. Miró a su alrededor, pero no vio nada. Pensó que quizás era algún animal, pero el sonido no desapareció. Era como si alguien estuviera caminando lentamente alrededor del campamento.
Sin querer alarmar a nadie, decidió entrar en su tienda y cerrar los ojos, aunque el sueño le resultó esquivo esa noche.
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Miedo en la oscuridad
HorrorSeis amigos deciden irse de campamento a un bosque remoto, buscando desconectar del estrés de la vida cotidiana. Lo que comienza como una escapada relajante se convierte rápidamente en una pesadilla cuando descubren que alguien los acecha, un asesin...