Dos horas después aún sigo en trance, con las tripas retorcidas. Me he colocado en el puesto habitual, justo debajo del roble, al lado del pozo del pueblo, aunque mi cuerpo solo me pide que huya de allí con todas mis fuerzas. Nuevamente, la voz imaginaria de Manaos riéndose de mi cobardía es lo único que evitó que haga el ridículo y huya con el rabo entre las piernas.
Tampoco es que haya vendido mucho en el tiempo que llevo aquí. Por lo general, el primer día de mercado después de las nieves solemos tener mucho trajín. Son meses de escasez, con multitud de enfermedades acuciadas por el frío y la falta de luz solar, y nuestras boticas suelen ser efectivas, no como las bazofias sin sentido que venden los barberos ambulantes. He llegado a escuchar que algunos de sus remedios incluyen telas de araña y engrudos de peces, e incluso sangre de draco, fuera eso lo que fuera.
El mercado está atestado, tal y como sospechaba. Han venido no solo los vecinos de la zona sino también mercaderes de las regiones septentrionales. No es habitual, el reino de España y Francia no suelen permitir el paso de sus fronteras, pero en estas latitudes las leyes son un poco más laxas debido a las necesidades y los pasos de montaña. El peligro de ser acusado de espía de los gabachos era muy habitual, pero las ganancias solían paliar los riegos.
Cada vara lineal delante de la iglesia contaba su propio puesto. Algunos disponían incluso con mesas, pero la mayoría mostraban su mercancía como yo, sobre mantas y cestas, directamente en el suelo o en esteras trenzadas. Los animales de granja daban color, olor y sonido al mercado, desde pollos a cabras y hasta un vendedor de caballos en la esquina más alejada. Pero enseguida me doy cuenta que en el marco faltan los funambulistas, malabaristas y demás cuentacuentos, que suelen colocarse en el centro, cerca de donde suele estar mi puesto. Quizás escucharon del nuevo padre, quizás les hayan prohibido la entrada.
Normalmente este es un buen lugar, desde donde puedo escuchar las historias de trovadores y juglares; y donde puedo ser fácilmente encontrada por mis clientes. Aunque parece que hoy sea invisible.
La que no falta es la doña, María Rogelia, que se acerca a mi puesto bamboleándose bajo el peso de todas las bolsas de compra. Es la mucama de los Villar pero siempre se ha comportado como si ella misma fuera una Villar.
—¡Mineri, querida! ¿Qué tal tu madre? ¡Te ves más delgada! Qué de cosas has traído. ¿Te has acordado de lo mío? Claro que sí, que buena chica...
Madre siempre dice que si esta mujer no pudiera hablar, simple y llanamente se moriría. Intercambio los saludos de rigor, pero ella no se detiene en ningún momento para escucharme, y a la fuerza, me saca del frío interno en el que me había sumido tras la misa. Puede resultar un poco cargante, pero al menos me saca alguna que otra sonrisa con sus desvaríos y diarreas verbales.
—Ya has visto, querido, al nuevo padre. Es un poco intenso, se nota cristiano viejo, pero he escuchado de la señora que además viene de linaje de caballeros. ¡De la misma capital de los madriles! Somos muy afortunados de poder contar con tan ilustre personaje entre nosotros, ¿no te parece?
Yo afirmo con la cabeza, aún incapaz de pronunciarme sobre el padre Antonio, y menos con esta charlatana. Por el rabillo del ojo veo a la gente mirarnos, estar pendiente de cada una de nuestras palabras.
—Si es que fíjate, chiquilla, que se preocupa por la salvación de todas nuestras almas. Que dios me guarde de hablar mal de un muerto, pero entiende que el padre Mateo no era precisamente de actuar, sino más bien de hablar, y de dar buena entrada a las viandas que por donativos se entregaban, que el hombre ya tenía sus años, pero nunca fue tal —se detuvo un segundo, solo para tomar aire, y luego seguir susurrando, sonriendo con disfrute por el simple placer de compartir un buen chismorreo—. No es propio de buena gente criticar, claro, pero válgame Dios, que nos hacía falta un cambio en este lugar apartado. ¿Has podido hablar con el nuevo padre ya? ¿No? ¡No te preocupes, no te preocupes, eso tiene fácil solución!
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El Rincón
RomanceAño 1611 d.C. Mineri vive con su anciana madre en una remota aldea del pirineo aragonés. Es una joven extraña que no encaja en ninguna parte y es evitada por los vecinos. Cuando llega el nuevo sacerdote y comienza a hablar de brujas, la vida de Mine...