CAPITULO TRES

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Escuché el zumbido constante de la alarma que rompía la calma de la madrugada

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Escuché el zumbido constante de la alarma que rompía la calma de la madrugada. Aunque había dormido poco, me levanté de la cama con ligereza, como si mi mente ya estuviera despierta desde hacía horas. El suelo frío bajo mis pies me dio un pequeño escalofrío mientras caminaba hacia el baño. Me duché con agua tibia, y al salir, me sequé rápidamente y me dirigí al armario.

Elegí unos joggers gris oscuro y una camiseta negra que se ajustaba cómodamente. Mi cabello castaño oscuro, aún húmedo, cayó en suaves ondas sobre mis hombros antes de recogerlo en una coleta alta, dejando algunos mechones sueltos.

Me miré en el espejo un momento, luego me dirigí a la salida. Al salir, el aire fresco de la mañana me recibió con una suave brisa. Inhalé profundamente y comencé a correr. Cada paso resonaba en el silencio de las calles casi desiertas, un sonido familiar en estas horas tempranas.

Esta rutina era mi ancla, la manera en que me distraía y olvidaba todo.

Conforme avanzaba, el cielo se teñía de tonos cálidos y la luz dorada del amanecer comenzaba a filtrarse entre los edificios. Después de una hora, con el sudor pegando la camiseta a mi piel y la respiración más profunda, supe que era momento de regresar.

De vuelta en casa, me duché de nuevo y me cambié a pantalones negros, una camiseta de mangas largas y zapatillas deportivas. Tomé mi bolso y bajé a la cocina para beber un vaso de agua. Luego, me dirigí a la sala y miré la ciudad a través del ventanal. El sol ya había salido. Consulté mi reloj y supe que era hora de irme a la universidad.

Mamá me dejó en la universidad y, al avanzar por los pasillos, me encontré con Tamara.

—Hola.—la saludé mirando a las demás personas distraídamente.

—Holaaa—se colgó a mi lado. —Este es nuestro último día acá, ¿sabes?.

—Sí, lo sé —respondí, sonriendo levemente mientras intentaba ignorar la sensación de nostalgia que se estaba apoderando de mí. El último día, en esta universidad y este país. Por más que lo hubiera anticipado, seguía sintiéndose extraño.

Tamara soltó una risita nerviosa y me empujó suavemente con el codo. —Vamos, no te pongas melancólica ahora. ¡Tenemos que disfrutarlo! Después de todo, hemos trabajado demasiado para llegar hasta acá, si estás así por qué crees que tus próximos compatibles te prohibirán ir a la universidad, recuerda que tú eres la que manda, harán lo que digas, sabes que será así.

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