Ella no se esperaba tener compatibles tan pronto, quería seguir disfrutando de su libertad, y lo hará el tener compatibles no la detendrá.
Ella es tan rebelde, sin filtros, respondona, divertida todo lo contrario a ellos.
Ellos son arrogantes, fríos...
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El bullicio del aeropuerto era como un zumbido lejano mientras me despedía de todos ellos. Mi madre, Eira, me abrazó fuerte, su fragancia familiar envolviéndome, dándome ese último consuelo antes de partir. Mientras nos separábamos, vi que mi padre Aldo se acercaba con Ary en brazos. Mi pequeña gatita blanca de ojos azules estaba acurrucada tranquilamente, con sus orejas erguidas, atenta al entorno.
—¡Ary! — exclamé sorprendida, con una sonrisa mientras la recibía en mis brazos —. Pensaba que se iba a quedar en el hotel para gatos…
Aldo sonrió, esa sonrisa llena de ternura que siempre me hacía sentir segura. Me entregó a Ary con cuidado, su pelaje suave se fundió contra mi pecho mientras la gatita ronroneaba, acurrucándose.
—Creo que ella también quiere ir contigo — dijo Jarek, mientras me daba un beso en la mejilla — . No la íbamos a dejar atrás si eso te hacía más feliz.
Mis padres Kenzo y Gian, que se habían mantenido un poco atrás, se acercaron con sonrisas cálidas. Kenzo me dio un suave apretón en el hombro, mientras Gian me miraba con esos ojos llenos de orgullo y cariño.
— Cuídate mucho — dijo Kenzo con voz suave.
Aldo, después de besarme en la frente, me dio un abrazo protector. Su beso en la mejilla fue cálido, y sentí su barba rozar mi piel, como una despedida silenciosa pero profunda.
— Te vamos a extrañar, cariño. Que tengas un buen viaje — susurró, con la voz un poco quebrada.
Eira, que siempre encontraba las palabras justas, me miró con una sonrisa llena de amor mientras acariciaba la cabecita de Ary.
— Cuidense mucho, nos veremos pronto, mi amor.
Les devolví una última mirada, rodeada por todo el cariño que me daban. Sabía que, aunque la distancia sería difícil, me llevaba conmigo un pedacito de casa con Ary, quien ronroneaba tranquila en mis brazos.
Tamara ya estaba lista, esperándome con una sonrisa. Le sonreí a mi madre y a mis padres una vez más, antes de dirigirme hacia el vuelo, mientras Tamara me abrazaba y me contaba cosas que quizás haríamos una vez que estuviéramos en Rusia.