CAPITULO SEIS

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Caminé junto a Tamara mientras el bullicio de la estación de tren se mezclaba con el ruido mecánico de los altavoces anunciando llegadas

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Caminé junto a Tamara mientras el bullicio de la estación de tren se mezclaba con el ruido mecánico de los altavoces anunciando llegadas. A nuestro alrededor, hombres de seguridad patrullaban con pasos firmes, sus movimientos casi sincronizados, como si fueran parte de una máquina.

—Parecen robots —comentó Tamara en voz baja, inclinándose hacia mí. Sus ojos se fijaron en uno de ellos—. Mira sus rostros, ¿no tienen emociones?

Me encogí de hombros, echando un vistazo al reloj de la estación. Tres minutos. Solo tres minutos más.

—Están haciendo su trabajo — respondí, tratando de mantener mi tono neutral.

Tamara resopló, cruzándose de brazos—. Pero vamos, no creo que eso implique ser una persona sin sentimientos, ¿o sí?

Suspiré, mi mirada regresó a los guardias, que seguían caminando sin desviarse ni un milímetro de su camino asignado.

— Aquí las cosas son diferentes... Estas personas salen de su entrenamiento con la mente en blanco. Quién sabe qué clase de cosas les hacen.

Tamara frunció el ceño—. Oh, bueno, pensé que ser parte del centro de fuerzas especiales era genial.

—¿Genial? —solté una risa seca— Depende de cómo lo veas. Su entrenamiento es para ser seguridad, no payasos andantes. Así que, claro, los verás siempre con cara de culo.

Ella rió suavemente, y por un momento, el ambiente frío de la estación pareció menos opresivo. Me giré hacia las vías justo a tiempo para ver cómo el tren se detenía al otro lado de la plataforma. Las puertas se abrieron y las personas comenzaron a entrar.

—¡Ah, ah! ¡Corre o lo perderemos! —grité, señalando con un movimiento rápido.

—¡Oh, maldición! — exclamó Tamara, y ambas echamos a correr entre la multitud.

—¡Oh, maldición! — exclamó Tamara, y ambas echamos a correr entre la multitud

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