Parte Uno: Devoción.
Isla De Margarita. 1981
Giro alrededor del tubo, aferrándome con la mano y el cuerpo entero. Cierro los ojos, dejo que mi cabello se zarandeé mientras muevo la cabeza, al mismo tiempo que mi cuerpo sigue girando y girando, con mis piernas estiradas y mi mente en blanco, concentrado en mis movimientos.
Pienso en casa, en mi esposo, en mi hija, y los giros aumentan haciendo que la palma de mi mano se empiece a quemar por el esfuerzo. Una lagrima se escapa de mi ojo, su calor húmedo me conmueve; por un segundo recuerdo los gritos, los golpes...
He tratado de proteger a Kailani de todo aquello, pero a veces resulta tan difícil. Sobre todo, cuando llega borracho y desea hablar con su hija, no, mi bebé. Sigo girando en el tubo hasta marearme, pero no me interesa, es casi la única cosa que me hace sentir algo de control; él ni siquiera sabe que estoy haciendo esto, y así es mejor, ya que estoy segura de que si se entera, me abandonaría definitivamente, eso si no me mata antes.
─Te estás adelantando Beatriz. Otra vez ─refuta mi profesor.
Abro los ojos, la música, que no había estado prestando tanta atención, cesa por completo y giro una última vez para quedar de cabeza frente a Eugene, mi maestro de danza.
─¿Estás prestando atención? ─me pregunta con los brazos cruzados─. Mira, el que te esté dando clases privadas es casi un privilegio en esta academia, el concurso es mañana, y tú ni siquiera sigues la música.
Bajo del tubo, mi cabello se mece, siento el sudor por mis brazos, y tanto mis piernas como mis manos arden como siempre.
─Puedo hacerlo ─afirmo─. Solo... no me estoy concentrando lo suficiente hoy.
─Pues lo harás mañana antes del concurso ─dice Eugene, soltando los brazos y alejándose─, porque mi turno ya terminó y debo dejarle la sala lista a los de Ballet.
Lo sigo hasta los vestidores.
─¿No puede decirles que vengan más tarde? ─la pregunta es estúpida, pero no puedo evitar hacerla.
Eugene me mira con el ceño fruncido.
─Aunque pudiera no lo haría. Es tu castigo por hacerme perder el tiempo.
Luego se aleja murmurando cosas que no entiendo. Piso el suelo con fuerza, frustrada, en el espejo del vestidor sale mi reflejo y admiro mi rostro, blanco como la arena de las playas de dónde vivo, y el cabello rojo como el atardecer; así es como me describía mi padre, lo extraño tanto.
─No te lo tomes personal ─me dice una voz cálida detrás de mí, algo aguda pero muy suave para mí─. Ya sabes que se pone así cuando sale tarde.
Volteo, Mónica se acerca a mí con su mochila encima, sudada como yo, pero menos cansada.
─A veces no lo soporto ─confieso en voz baja, formando una sonrisa─. Aquí entre nos, creo que le hace falta que alguien se lo coja muy duro.
─Por Dios Beatriz, solo piensas en pepperoni.
Ambas reímos y nos largamos de ahí, caminando por la calle inundada por el atardecer. Mónica ha sido mi mejor amiga desde que me mudé de Caracas hacia la Isla de Margarita, cuando a mis tan cortos trece años descubrí que estaba embarazada de nada menos que el hijo de un senador.
Yo contaba la historia de la misma forma: mi madre había aceptado un trabajo de nana para cuidar a los hijos de la familia Fuentes, familia de un senador venezolano al que le estaba yendo muy bien. La familia en la casa era custodiada por la mujer del senador, una señora con cara de caballo arrugado que le gusta mandonear. Mi mamá tuvo que mudarse conmigo a la mansión de los Fuentes, donde comenzaría mi calvario personal. Ahí conocí a Manolo, el hijo mayor de la familia, del que me enamoré (estúpidamente) y me sedujo hasta acostarme con él.
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El Color Del Mar
Teen FictionBeatriz, una chica amante del océano, cuya vida cambió por completo al enterarse de que está embarazada del hijo de un senador. Luego de unos tristes años desesperados viviendo cerca de la familia Fuentes, ella y su hija Kailani, de seis años, se en...