4 -Segunda Parte

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Parte Dos: Cambios Y Planes.

Caracas. Tres Meses Después.

*Aviso (+18): Este capitulo contiene escenas semi graficas, no es la gran cosa y tampoco aporta a la historia principal, pero es mejor prevenir. Que lo disfrutes ;)*


Las luces me ciegan entre los lapsos que abro los ojos. Mi baile me obliga a mantenerlos cerrados, pero es mejor así: evita que mire las caras de aquellos hombres que me observan.

Una gran parte de mí sigue sin enorgullecerse de esto, pero no tengo otra opción. Hace tres meses que me aceptaron en el club "Mora Azul", para trabajar de bailarina durante el horario de noche y cobrar unos cuantos cientos de riales mensuales. Las clases de danza en el tubo con Mónica me sirvieron bastante, aunque tuve que añadir algunos movimientos eróticos, pero nada que mi orgullo no haya permitido.

No soy una zorra, solo lo hago para ahorrar el suficiente dinero para mi plan: A Colombia con Kailani. Luego de lo que ocurrió hace unos meses, en casa de Mónica, las cosas cambiaron demasiado, aunque no nuestros planes.

Primero: llegamos al albergue de Mónica y el dueño del sitio, el señor García, resultó ser un viejo cascarrabias que parece tener una manía conmigo; con eso quiero decir que no para de recordarme pagar la renta (que no es tan cara), de preguntarme porqué dejo tanto tiempo a solas a Kailani (¿qué le importa?), y porqué nunca participo en las reuniones comunales del albergue (las hacen de mañana, no tengo tiempo ni interés en ello, no estaré para siempre ahí).

Segundo: mi hija tiene superpoderes. Sigo sin poder creerlo. No es una ilusión, ella hace unas cosas demasiado raras. Mira algo y lo mueve sin tocarlo, lo alza, o simplemente lo rompe sin siquiera tocarlo. ¿Lo hace con la mente? Quizá sea así, pero, ¿cómo es eso posible?

No es algo genético, sino lo tendría yo, ¿no? ¿Siempre ha tenido eso? Desde pequeña ha sido mi niña pequeña y frágil, y ahora que tiene esa capacidad... no tengo ni la más mínima idea de donde lo ha sacado. Desde que llegamos al albergue no ha habido una semana donde no vayamos al descampado cuadras alejadas de todo, para entrenarla e indagar un poco más en sus capacidades.

Siento el roce de los billetes entre mi cuerpo, bajo del tubo, hago un par de movimientos de cadera no tan cerca de un tipo con ojos de deseo, me regreso y bailo desde el tubo, la música retumbando en mis oídos y mis ojos explorando el sitio, con mis compañeras bailando en algunas esquinas.

Sé que el Mora Azul permite encuentros privados con algunas bailarinas, pero esos son temas que no conozco ni pretendo conocer. Mi jefe no sabe que soy menor, de hecho, nadie sabe nada de mi verdadera identidad. Según ellos, me llamo Sara, tengo veinte años, y poseo un cabello corto y negro; tuve que pintármelo y cortármelo para completar mi nueva identidad.

No tengo una identificación que lo corrobore, pero al menos mi jefe no me lo ha pedido hasta ahora. Espero que siga así, ya que ni pasaporte tengo: lo tenía en mi bolsa cuando Damián me encerró en su sótano, parece que lo sacó junto con el de Kailani, el muy desgraciado...

Y si la policía registró la casa, o habló con él, es posible que ya los tengan en su poder; no he querido pensar si eso nos dará problemas más adelante e interferirá con nuestro plan.

La música se detiene, pero las luces y los aplausos y aullidos de los hombres que me miran se intensifican, y algunos hasta pretenden alargar su mano para tocar mi piel: la vestimenta que llevo tampoco es que me tape mucho, pero ya ha pasado un mes desde que dejé de molestarme por ello. Es lo que tengo que usar.

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