IX. FRAGILES CONEXIONES.

3 0 0
                                    

El aire en la casa de los Sainz parecía cargado de tensión en las semanas que siguieron

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El aire en la casa de los Sainz parecía cargado de tensión en las semanas que siguieron. Ariadna seguía adelante con su rehabilitación, pero su ánimo estaba por los suelos. Aunque los médicos le decían que había hecho grandes avances desde que había salido del coma y comenzado a caminar de nuevo, el dolor, tanto físico como emocional, la mantenía en una constante batalla. La relación con Max se había vuelto tensa, casi inexistente. La distancia que ambos habían construido, fruto de la incapacidad de Ariadna para abrirse, había crecido hasta convertirse en una barrera casi insuperable.

Ariadna caminaba lentamente por el jardín trasero de la casa, con la brisa suave acariciándole el rostro. Era uno de los pocos momentos en los que podía escapar de las sesiones de fisioterapia y estar a solas con sus pensamientos. Sin embargo, ese día, sus pensamientos la asfixiaban. Sabía que Max no merecía su frialdad, pero cada vez que intentaba hablar sobre el accidente, algo dentro de ella se rompía.

Carlos la había observado desde una distancia prudente. Sabía que su hermana necesitaba tiempo, pero también sabía que la situación con Max la estaba desgastando. La preocupación lo consumía; había visto a Ariadna luchar por su vida tras el accidente y ahora estaba viendo cómo luchaba por mantener su equilibrio emocional.

A lo lejos, Max se acercaba a la casa. Había decidido pasar a ver a Carlos, con la esperanza de encontrar una excusa para hablar con Ariadna, aunque no sabía qué más decirle. Cuando la vio caminando sola, dudó. Había algo en su postura, en la forma en que sostenía su propio cuerpo, que le hizo detenerse por un momento. El Max Verstappen decidido que se enfrentaba al peligro en cada carrera de Fórmula 1 estaba ahora inmovilizado, incapaz de decidir cómo enfrentar una simple conversación con ella.

Finalmente, tomó aire y se dirigió hacia el jardín. Cuando Ariadna lo vio acercarse, su primera reacción fue la de girarse e irse, pero se detuvo. Estaba cansada de huir. Quizá era momento de enfrentarse a lo que ambos estaban evitando.

—¿Podemos hablar? —preguntó Max, con una mezcla de ansiedad y esperanza en su voz.

Ariadna asintió, aunque sintió cómo su estómago se encogía. Ambos caminaron hacia un banco bajo un roble, y se sentaron en silencio por unos momentos, el viento haciendo que las hojas susurraran a su alrededor.

—Mira —empezó Max, incapaz de contenerse más—. No puedo seguir así, Ariadna. Me preocupo por ti, pero me siento impotente. Quiero estar a tu lado, pero no sé cómo, no si sigues apartándome.

Ariadna bajó la cabeza, jugueteando nerviosamente con sus manos. Sabía que Max tenía razón, pero no sabía por dónde empezar. Finalmente, se armó de valor y habló, con la voz temblorosa.

—Max, no es que no quiera contarte lo que pasó. Es que... cada vez que pienso en ese accidente, siento que vuelvo a estar allí. El miedo, el dolor... es demasiado. No quiero revivirlo, no quiero recordarlo.

Max la miró con atención, su rostro suavizándose. Sabía lo difícil que debía ser para ella hablar de aquello, pero también entendía que, si no lo hacía, nunca podría superar lo que había ocurrido.

—No tienes que contármelo todo de una vez —dijo suavemente—. Pero, por favor, no me dejes afuera. Quiero ayudarte, quiero entender por lo que estás pasando. Si no quieres hablar del accidente, está bien, pero no podemos seguir ignorando lo que nos está alejando.

Ariadna sintió una lágrima correr por su mejilla, pero la apartó rápidamente. Estaba tan cansada de sentirse débil, de que su vida girara en torno al accidente. Cerró los ojos y respiró hondo, tratando de encontrar las palabras adecuadas.

—Fue un accidente de avión —empezó, su voz apenas un susurro—. Estaba volando de vuelta a casa después de un partido del Atlético de Madrid. Todo parecía normal... hasta que no lo fue. Algo salió mal con el avión, y antes de darme cuenta, estábamos cayendo en picada.

Max la miraba fijamente, sin interrumpir, dándole el espacio que necesitaba.

—Recuerdo el impacto —continuó Ariadna, su voz temblorosa—. El ruido ensordecedor, el caos... y luego todo se volvió negro. No recuerdo nada después de eso. Cuando desperté, me dijeron que había estado en coma por dos años. Dos años, Max. Y durante todo ese tiempo, el mundo siguió adelante, pero yo me quedé atrapada en ese momento.

Max estaba en shock. Sabía que había sido algo grave, pero jamás se había imaginado que fuera un accidente de tal magnitud. Quiso tomar su mano, pero no estaba seguro de si ella querría ese contacto.

—Ariadna... no tienes que seguir —dijo suavemente, intentando aliviar la presión.

Pero Ariadna negó con la cabeza. Había comenzado, y ahora sentía que tenía que terminar.

—Me dijeron que una parte del fuselaje del avión se había desplomado sobre mi cuerpo. Me aplastó desde las costillas hacia abajo, fracturándome huesos, destrozando mis órganos internos. Los médicos no sabían si iba a volver a caminar... y si no lo hacía, eso significaba que mi vida como fisioterapeuta se había acabado.

Max sintió una oleada de empatía y dolor al escuchar sus palabras. No podía imaginarse el sufrimiento por el que había pasado, tanto físico como emocional.

—Estuve meses en rehabilitación cuando desperté —continuó Ariadna, con los ojos nublados por las lágrimas—. Cada día era un nuevo infierno. El dolor era insoportable. Y, sin embargo, me obligué a seguir adelante. Sabía que si no lo hacía, no solo perdería mi carrera, sino que también perdería una parte de mí misma.

Max finalmente tomó su mano, entrelazando sus dedos con los de ella. Ariadna no se apartó, aceptando su apoyo en silencio.

—El día que me encontraste... estaba teniendo una de mis peores sesiones. No podía soportar el dolor, y por eso gritaba. No quería que nadie me viera así, pero tú entraste. Y desde entonces, me he sentido avergonzada, como si hubiera fallado de alguna manera.

Max apretó suavemente su mano, tratando de transmitirle su comprensión.

—Ariadna, nunca deberías sentirte avergonzada por lo que has pasado. Lo que has hecho es increíblemente valiente. Sobreviviste a algo que podría haber destruido a cualquiera, y sigues luchando cada día. Eso no es una debilidad, es una fuerza.

Ariadna lo miró, sorprendida por sus palabras. Había estado tan atrapada en su propio dolor que nunca se había permitido ver lo fuerte que realmente era.

—Gracias —susurró, con una pequeña sonrisa entre las lágrimas—. De verdad, Max, gracias.

Max sonrió también, aliviado de que finalmente hubieran tenido esta conversación. Sabía que había mucho camino por recorrer, pero al menos ahora estaban juntos en esto.

El capítulo termina con Max y Ariadna sentados juntos, su relación fortalecida por la sinceridad. Ambos sabían que el proceso de sanación no sería fácil, pero ahora había una nueva esperanza de que, al enfrentarlo juntos, podrían superar cualquier obstáculo.

Renacer entre el dolor.     1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora