El Último Susurro del Verano

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El verano se acercaba a su fin, y cada día parecía desvanecerse como los rayos dorados del atardecer en el horizonte. Leila, con una sensación agridulce en el pecho, sabía que su tiempo en la casa de su abuela pronto terminaría, al igual que su extraña pero maravillosa conexión con Nolan, el chico que había conocido en el pueblo.

Las horas habían transcurrido sin que se diera cuenta, y todo en el pueblo comenzaba a adquirir ese aire de despedida. Era una tarde cálida y tranquila cuando Leila y su abuela decidieron salir al mercado una vez más. Los colores vibrantes de las flores y el aroma del pan recién horneado flotaban en el aire, envolviendo el ambiente en una sensación de nostalgia que Leila no podía sacudirse de encima. El verano, que al principio le había parecido interminable, ahora se deslizaba entre sus dedos como arena, y pronto solo serían recuerdos.

Mientras su abuela hablaba con los vendedores, Leila se encontró buscando, casi de manera involuntaria, aquella figura que había llegado a significar tanto en tan poco tiempo. Y como si el universo le respondiera, ahí estaba Nolan, a lo lejos, cargando una bandeja de panes en el puesto del panadero. Al verlo, una sensación familiar la envolvió, esa extraña mezcla de emoción y melancolía que solo él lograba despertar en ella.

Nolan, con su mirada siempre profunda y algo enigmática, le devolvió la sonrisa que ella le lanzó. Parecía haber algo en él que no podía explicarse del todo, como si hubiera un secreto más grande, algo que Leila apenas comenzaba a entender, pero que sentía cada vez con mayor intensidad.

—Ya queda poco para que te vayas, ¿verdad? —dijo Nolan cuando se acercaron el uno al otro, con su voz baja y calmada, como si las palabras pesaran más de lo que deberían.

Leila asintió, sintiendo el peso de sus palabras. —Sí, el verano está por terminar. Pronto volveré a casa.

La verdad le dolía. Aunque solo habían sido unas pocas semanas, la idea de dejar atrás el pueblo, a Samuel, e incluso los misterios que aún flotaban entre ellos, le resultaba insoportable. El verano, que al principio había sido solo una pausa en su vida, se había convertido en algo más significativo de lo que jamás hubiera imaginado.

Samuel la miró con una intensidad que casi la dejó sin aliento. —Sabes, me recuerdas a alguien. A alguien importante... alguien que creo que he estado esperando.

Leila frunció el ceño, confundida pero curiosa. —¿A quién?

Nolan desvió la mirada hacia el cielo, donde una mariposa revoloteaba despreocupadamente. Su vuelo errático parecía hipnotizarle, como si viera en ella más de lo que Leila alcanzaba a notar.

—A veces, los sueños y la realidad se entrelazan de maneras que no entendemos. Como esa mariposa —dijo, señalando al delicado insecto que ascendía hacia las nubes—. Parece que se desvanece, pero siempre vuelve a encontrarse con el viento.

Leila sintió una extraña punzada en su pecho, como si las palabras de Samuel tocaran una verdad que ella misma no había descubierto. La mariposa era un símbolo constante en su vida desde su llegada al Reino de los Sueños, y ahora parecía que esa misma imagen la perseguía en el mundo real, en su día a día.

El silencio entre ellos se hizo denso, pero no incómodo. En su interior, Leila sentía que algo estaba por suceder, algo grande. Y luego,
Nolan habló, pero esta vez no era solo Samuel. Era la voz de Finn, un eco distante pero claro.

—Leila... siempre te he esperado. Sabes que este no es el final, ¿verdad? —La voz de Nolan-Finn resonó en su mente como una melodía familiar—. Donde sea que vayas, siempre nos encontraremos, como el ciclo interminable del viento y las alas de una mariposa.

Leila cerró los ojos, dejándose llevar por las palabras. Sentía que el tiempo se detenía y que el verano no terminaría nunca. Pero sabía que eso no era cierto. Todo lo que había vivido, tanto en el Reino de los Sueños como aquí, estaba llegando a su conclusión. Sin embargo, no se sentía triste. Era como si esta conexión con Nolan, con Finn, nunca desapareciera, solo cambiara de forma, de la misma manera en que una mariposa cambia de estado, pero sigue siendo parte de algo más grande.

Nolan dio un paso hacia ella, colocando suavemente su mano sobre la de Leila. —Nos volveremos a encontrar, de una forma u otra.

Ella sonrió, apretando su mano. —Lo sé. Y cuando eso ocurra, estaré lista.

El sol comenzaba a descender detrás de las colinas, pintando el cielo de tonos rosados y dorados, mientras las luces del pueblo empezaban a encenderse, una a una. Una suave brisa agitó las hojas de los árboles, y como si fuera una señal, una mariposa pasó volando entre ellos, bailando en el aire con delicadeza. Era el último susurro del verano, un recordatorio de que, aunque los momentos se desvanecen, siempre hay una nueva oportunidad en el horizonte, una nueva estación, un nuevo ciclo.

Leila lo observó todo en silencio, sintiendo una calma profunda asentarse en su interior. Sabía que, aunque el verano se marchara, lo que había descubierto, lo que había sentido, viviría con ella para siempre. Y aunque pronto dejaría este pequeño rincón del mundo, no era una despedida definitiva.

Nolan se inclinó hacia ella, con una expresión que revelaba todo lo que las palabras no podían. Su proximidad era reconfortante, casi magnética. Los ojos de ambos se encontraron, y en ese breve instante, Leila sintió que, sin importar lo que el futuro trajera, siempre estaría conectada a él, de una manera que ni siquiera el tiempo o la distancia podrían romper.

—Cuídate, Leila —susurró Nolan, antes de darle un último vistazo y girarse para volver al puesto del panadero, dejando atrás una estela de palabras no dichas, pero entendidas.

Leila lo observó alejarse, sintiendo que, con cada paso que él daba, también se despedía de algo dentro de ella. Pero en lugar de tristeza, lo que sintió fue gratitud, una sensación de plenitud que solo alguien que ha encontrado algo especial, algo verdadero, puede entender.

El verano podía llegar a su fin, pero en su corazón, el recuerdo de todo lo que había vivido, de cada mirada, cada susurro, cada mariposa que había visto, seguiría revoloteando en su memoria, eterno, como un último susurro que nunca se desvanecería del todo.

Leila y el Reino de los SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora