El Regreso

3 1 0
                                    



El tren avanzaba lentamente a través de los campos abiertos, mientras Leila miraba por la ventana, observando cómo el paisaje cambiaba a su alrededor. Los campos de maíz se convertían en colinas onduladas y las colinas en ríos serpenteantes que brillaban bajo la luz del sol poniente. Las estaciones pequeñas y los pueblos pintorescos por los que pasaba el tren parecían parte de un sueño lejano, un sueño que ella había dejado atrás al subir al tren. Pero, ¿era eso realmente cierto? Mientras el tren la llevaba de regreso a la ciudad, a su hogar, Leila no podía dejar de pensar en lo que había dejado atrás en el pueblo.

Ese verano había sido diferente a cualquier otro que hubiera vivido antes. No solo había sido el tiempo que pasó con su abuela en un lugar que apenas recordaba de su infancia, sino que también había sido el verano en el que descubrió algo más allá de lo que podía ver con sus propios ojos. Nolan, el chico que trabajaba en la panadería del pueblo, y Finn, el misterioso habitante del Reino de los Sueños, estaban ligados de una manera que aún no comprendía del todo. Pero ahora, mientras el tren avanzaba lentamente hacia la estación de la ciudad, Leila sabía que esos recuerdos no desaparecerían tan fácilmente.

Cuando el tren atravesó un túnel oscuro, Leila cerró los ojos y dejó que sus pensamientos fluyeran. Recordó la última vez que había visto a Samuel, su sonrisa enigmática, sus palabras llenas de sabiduría velada. "A veces, los sueños y la realidad no están tan separados como crees", le había dicho. Esas palabras resonaban en su mente una y otra vez. ¿Había sido todo un sueño? ¿O tal vez, había algo real en todo lo que había experimentado ese verano? Las noches en las que viajaba al Reino de los Sueños, los encuentros con Finn y la amenaza constante de las sombras errantes, todo parecía más real de lo que cualquier sueño debería ser.

El tren salió del túnel y la luz del día inundó el vagón. A lo lejos, Leila podía ver las primeras señales de la ciudad. Los edificios altos y las calles llenas de gente se extendían ante ella, una vista familiar que debería haberla reconfortado. Pero, en lugar de eso, sentía una extraña desconexión. La ciudad ya no se sentía como su hogar. Después de todo lo que había vivido ese verano, ¿cómo podría? Había cambiado. Y, sin embargo, el mundo a su alrededor seguía igual.

Cuando el tren finalmente se detuvo en la estación, Leila recogió su maleta y bajó del vagón. La estación estaba llena de gente, con viajeros apresurados yendo y viniendo, cargando maletas y hablando por sus teléfonos móviles. El bullicio de la ciudad la envolvió de inmediato, un contraste con la tranquilidad del pueblo donde había pasado las últimas semanas. Mientras caminaba hacia la salida de la estación, vio a sus padres esperándola. Su madre, con su cálida sonrisa habitual, y su padre, con su postura tranquila y relajada, ambos ansiosos por verla de nuevo.

—¡Leila! —exclamó su madre mientras se acercaba para abrazarla.

Leila se dejó abrazar, sintiendo la calidez familiar de los brazos de su madre, pero también la distancia emocional que ahora la separaba de todo lo que conocía. Después de lo que había vivido, las cosas ya no parecían tan simples.

—¿Cómo estuvo tu verano, cariño? —preguntó su madre mientras le acariciaba el cabello.

—Fue... interesante —respondió Leila, buscando las palabras adecuadas sin revelar demasiado.

Su padre sonrió y tomó la maleta de Leila. —Nos alegramos de que estés de vuelta. Seguro que tienes muchas historias que contar.

Leila asintió, aunque no estaba segura de cómo podría explicar todo lo que había vivido. ¿Cómo les hablaría del Reino de los Sueños, de Finn, de las sombras errantes? ¿Y qué les diría sobre Nolan? Las palabras se le atascaban en la garganta solo de pensarlo.

Durante el trayecto de regreso a casa, sus padres charlaban animadamente sobre las novedades de la ciudad y los planes para el resto del verano. Leila los escuchaba con una sonrisa ausente, pero su mente estaba en otro lugar. Los recuerdos del pueblo y de Nolan, y de Finn, seguían flotando en su mente como nubes que no podía dispersar. Cada vez que cerraba los ojos, podía ver el campo en el que había caminado tantas veces en sus sueños, el gran árbol solitario donde había conocido a Finn por primera vez.

Cuando llegaron a casa, Leila se quedó un momento frente a la puerta, observando la fachada familiar de la casa donde había crecido. Todo parecía igual, pero ella ya no era la misma. Respiró hondo y siguió a sus padres al interior. El olor familiar de su hogar la envolvió de inmediato, pero no le ofreció el consuelo que esperaba. Subió las escaleras hacia su habitación y abrió la puerta. Todo estaba tal y como lo había dejado: los libros en el estante, las fotos en las paredes, el suave edredón sobre la cama. Pero ahora, todo se sentía diferente. Como si perteneciera a otra persona.

Dejó la maleta a un lado y se tumbó en la cama, cerrando los ojos por un momento. Los recuerdos del verano seguían volviendo a ella, como si su mente no pudiera soltarlos. La imagen de Nolan, de pie bajo el árbol en el campo, con su mirada enigmática, estaba grabada en su mente. Y luego estaba Finn. Finn, el chico de los sueños que había aparecido en su vida de una manera inesperada, solo para desaparecer cuando más lo necesitaba. ¿Volvería a verlo alguna vez?

El sonido de una mariposa atrapada en la ventana la sacó de sus pensamientos. Leila se levantó y caminó hacia la ventana, donde vio a la delicada criatura revoloteando frenéticamente, tratando de encontrar una salida. Con cuidado, abrió la ventana un poco más y la mariposa salió volando, perdiéndose en el cielo. Leila la siguió con la mirada, observando cómo desaparecía entre los edificios de la ciudad.

Se quedó de pie junto a la ventana, mirando el cielo mientras el sol comenzaba a ponerse. Las luces de la ciudad empezaban a encenderse una por una, llenando el aire con el suave zumbido de la vida urbana. Pero a pesar de todo, Leila no podía dejar de sentir que algo faltaba. Había dejado algo en el pueblo, algo que no podía recuperar, pero que tampoco podía olvidar.

Durante la cena esa noche, sus padres siguieron hablando de sus propios asuntos, preguntándole sobre la casa de la abuela y cómo había pasado el verano. Leila respondió con vaguedades, sintiendo que era mejor no profundizar demasiado en los detalles. No porque no quisiera contarles, sino porque sabía que nunca podrían entender realmente lo que había vivido.

Después de la cena, Leila subió a su habitación. Se cambió de ropa y se preparó para dormir, aunque sabía que el sueño no llegaría fácilmente esa noche. Se tumbó en la cama, mirando el techo mientras su mente seguía reviviendo los eventos del verano. ¿Había sido real? ¿O solo un sueño? Pero entonces, ¿por qué los recuerdos seguían tan vívidos, tan presentes?

Cerró los ojos, esperando que el sueño la envolviera.

Cuando abrió los ojos de nuevo, estaba en el campo, el mismo campo que había visitado tantas veces en sus sueños. El viento suave acariciaba su rostro y el cielo estaba lleno de estrellas brillantes. El gran árbol que siempre había estado allí se alzaba majestuoso ante ella. Todo era igual, pero había algo diferente en el aire, una sensación de expectación.

Leila avanzó lentamente hacia el árbol, su corazón latiendo con fuerza. Sabía que no estaba sola. Podía sentir la presencia de alguien más, alguien que había estado esperando por ella. Y entonces lo vio.

Nolan estaba allí, de pie bajo el árbol, con la misma expresión enigmática que siempre había tenido. Pero esta vez, había algo diferente en él, una quietud en sus ojos que la hizo estremecer.

—Sabía que regresarías —dijo Nolan con una leve sonrisa.

Leila se detuvo frente a él, sintiendo cómo las palabras se atascaban en su garganta. Quería preguntarle tantas cosas, pero no sabía por dónde empezar. —¿Esto es un sueño? —preguntó finalmente, aunque ya conocía la respuesta.

Nolan se acercó un paso más, tomando suavemente su mano. —Los sueños y la realidad no siempre están separados, Leila. A veces, se mezclan. Como nosotros.

Leila lo miró, y en ese momento, supo la verdad. Finn y Nolan eran dos caras de una misma moneda. Eran parte de la misma historia, de la misma realidad. Y ahora, ella también formaba parte de esa historia.

—No importa dónde vayas —continuó Nolan—. Siempre te encontraré, en los sueños o en la realidad.

Leila sintió una lágrima resbalar por su mejilla, pero no era una lágrima de tristeza. Era de comprensión, de aceptación. Sabía que lo que había vivido ese verano nunca desaparecería

Leila y el Reino de los SueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora