El aroma.

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El entrenamiento había vuelto a la normalidad.
Al menos lo más que se pudo.

Cuando Macaque desapareció en uno de sus portales de sombras, el cansancio finalmente golpeó al rey como nunca antes. Durmió hasta las 4 de la tarde del día siguiente, el sol reflejándose con fuerza sobre su rostro al haber dejado tanto las ventanas como las cortinas abiertas de par en par. Él no había notado el inmenso cansancio que se había acumulado en su cuerpo, su estómago rugiendo furioso por algo de fruta.

Había olvidado lo que era cuidar de Macaque, mucho más desde un puesto tan cercano. Tener que controlarse a todo momento le impidió concentrarse en nada más, apenas y dándole unas cuantas mordidas a algunas frutas, nunca acabandolas por completo. Más que por el poco apetito que sentía, era porque no era capaz de sentir su dulzor. El sabor fue bloqueado por el aroma a su alrededor, melocotones maduros, jugosos...

Tanto le había golpeado la realidad de lo que pasó, que sin darse cuenta había comido al menos una honda canasta llena de su fruta favorita, los cuescos siendo escupidos a cualquier lado de la habitación. A él no le importaba, podría limpiarlos más tarde, o no. Las hormigas y otros insectos no le molestaban en realidad, eran como pequeños acompañantes que no le hacían daño a nadie. O pequeños bocadillos, si es que le antojaba.

Tan solo se quedó en silencio en el cuarto que había hecho explicitamente para Macaque en un silencio inconsciente, unas cuantas aves sonando desde afuera, o sus compañeros monos correteandose entre si por diversión. Que día tan tranquilo, sus músculos parando de estar tan tensos fue el más grande de los alivios.

Claro que, aún se sentía algo agobiado, pero eso estaba bien.

Se cuestionó en múltiples ocasiones, aún tirado sobre el nido, si había hecho todo lo que pudo para ayudar a Macaque. Si había hecho todo bien, o si lo había arruinado. Las dudas se desvanecieron cuando recordó lo agradecido que Macaque se encontraba al final, como a pesar de su inmenso orgullo —y desagrado— dio las gracias. Por lo general eso inflaría su ego, pero sus sentimientos no eran así. Él sólo se sentía feliz y tranquilo por saber que Macaque ahora era totalmente capaz de manejarse por su cuenta. No verse tan débil, tan vulnerable.

Su dorado pelaje estaba bañado en aquel dulce aroma a melocotón, claramente el de Macaque más que el de las frutas que comió como si no le hubiesen alimentado en meses. Huh, tal como cuando fue encerrado por 500 años. En aquel tiempo parecía que se acabaría las raciones del monje sin siquiera pestañear. Que nostálgico, esa fue la mejor comida del mundo para ser tan simple, o quizá solo sea su recuerdo de un hambriento yo del pasado.

Navegando en su mente decidió darse un baño, quitarse lo pegajoso de su boca y manos, y también para deshacerse del aroma que le hacía sentirse en compañía a pesar de estar totalmente solo.

Las aguas termales deberían estar hirviendo... que más da.

Por su parte se mantuvo al margen; no buscó ni llamó a Macaque. Lo había visto irse bastante bien de aquí, asique no hacía falta ver como se encontraba. Claro que él, por su cuenta, decidió darle un descanso largo. También para pensar.

Fueron dos semanas de silencio, sin darle señales de vida a su sucesor. MK debería de estar enfermo de la preocupación, pero no era nada que una breve explicación no pueda arreglar una vez se sienta listo para charlar. Se quedó 2 semanas en solitario, mirando el horizonte o el techo, analizándolo todo una y otra vez. Más para encontrar sus sentimientos que para cuestionar lo sucedido.  Y Macaque hizo lo mismo, nadie supo de él en ningún momento, no escuchó ni una sola noticia.

Él no apareció en la montaña en todo ese tiempo, pero bueno, estaba bien. Había dicho que le daría todo el tiempo que necesite, que le daría su espacio para después resolver este asunto con una charla madura de adultos. Se apegó a su palabra.

Peachy smellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora