Capítulo 4: El Resplandor de un Nuevo Comienzo

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Rostov, 1933.

La voz femenina resonaba en la memoria de Shigeo como un eco lejano, una advertencia velada en la penumbra de su infancia: "Protégete, hijo mío. Cuídate de todo mal, que yo ya no estaré para cuando abras los ojos." Aquellas palabras, cargadas de desesperación y amor, no tenían sentido para él en ese entonces. Era solo un niño, incapaz de comprender la magnitud del peligro que se cernía sobre su familia en los oscuros días en las afueras de Rostov.

Las tierras que rodeaban su hogar eran fértiles y vastas, tierras campesinas que pertenecían a generaciones de agricultores que vivían bajo el yugo de los programas de colectivización de Stalin. Su familia, como muchas otras, se resistía a las duras políticas del régimen, intentando aferrarse a su identidad, a sus tradiciones y a sus campos. Pero los tiempos habían cambiado, y la atmósfera estaba impregnada de miedo. Los rumores entre los campesinos hablaban de redadas, de familias arrancadas de sus hogares en medio de la noche. Y no solo eso: los omega, aquellos nacidos con una genética particular, eran objetivos predilectos. Nadie sabía por qué el régimen los buscaba con tanta fiereza, pero los omegas comenzaron a desaparecer.

El olor a madera vieja impregnaba la casa. Los tablones crujían bajo los pies de su madre mientras, con manos temblorosas y movimientos apresurados, los arrancaba de la pared. La tensión en el aire era palpable, y el miedo brillaba en sus ojos. Shigeo la observaba en silencio, sus manos sudorosas aferradas a las de su hermano menor, Ritsu. No entendía el miedo que sentía su madre, ni la urgencia en sus acciones. Solo sabía que algo terrible estaba por suceder.

El sol del atardecer apenas entraba por las ventanas cubiertas de polvo, proyectando sombras que bailaban en las paredes de la pequeña casa. Las voces de los hombres en las afueras se escuchaban a lo lejos, gritos fuertes en ruso, órdenes dadas con un tono imperativo que helaba la sangre. La madre de Shigeo trabajaba con rapidez, quitando los tablones que ocultaban un hueco en la pared, su respiración se volvía cada vez más errática. Los dedos se le torcían en su apuro, golpeando torpemente la madera astillada.

—Entren, rápido —les dijo con voz baja, casi un susurro cargado de pánico.

Primero, tomó a Ritsu y lo empujó suavemente hacia el hueco. El niño más pequeño temblaba, sus ojos reflejaban un terror puro y desbordante, y Shigeo no pudo hacer más que observar cómo su madre lo colocaba dentro. Cada fibra de su cuerpo estaba tensada como un arco, sus manos apretaban el borde de su camisa campesina con tanta fuerza que los nudillos se le habían puesto blancos. La mezcla del olor de la tierra húmeda y del sudor frío comenzaba a llenarle las fosas nasales, aumentando la sensación de claustrofobia.

El eco de un disparo retumbó en el exterior, sacudiendo el suelo bajo sus pies. El sonido fue como un trueno lejano, pero tan aterrador que parecía que el mundo se había congelado por un instante. Los ojos de su madre se abrieron como platos, una chispa de pánico brillante cruzó su mirada mientras se giraba en dirección a la ventana rota por donde venía el sonido. Su rostro se tensó, pero sin titubear, tomó a Shigeo y lo empujó dentro del hueco al lado de su hermano.

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⏰ Última actualización: Sep 24 ⏰

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