N° 2

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Ecos en el silencio

Lev se sentía en una especie de trance mientras recogía las pelotas de voleibol que habían quedado regadas por el gimnasio. Las voces de los demás jugadores eran ecos lejanos, como si estuviera en otro mundo.

Y en ese mundo, lo único que resaltaba era Yaku. Su presencia era como un faro que iluminaba incluso los rincones más oscuros de su mente.

—Oye, Lev —la voz de Yaku lo sacó de su ensueño.

Lev giró bruscamente, encontrando los ojos de Yaku clavados en él. Había algo en esa mirada que lo desarmaba por completo, algo que no podía ni quería entender.

—¿Eh? Sí, Yaku  —respondió, tartamudeando un poco.

—No te quedes ahí parado como una estatua, mueve las piernas —dijo Yaku, aunque sin la dureza habitual en su tono. Había algo distinto hoy, una calma que hizo que el corazón de Lev palpitara aún más fuerte.

—Perdón... es que estaba pensando —intentó justificarse mientras seguía con su tarea.

Yaku suspiró, pero no lo dejó pasar.

—¿Pensando en qué? No parece que te concentres mucho en el entrenamiento últimamente —Yaku se acercó un poco, cruzándose de brazos.

Lev sintió cómo el aire entre ellos se volvía denso, como si el espacio compartido no fuera suficiente para contener todo lo que él sentía. Era un silencio cargado, no solo por las palabras que no se decían, sino por los sentimientos que luchaban por no salir a la superficie.

—Nada importante... —respondió Lev, evitando su mirada, aunque en su interior deseaba que Yaku pudiera leer más allá de las palabras.

Yaku, sin embargo, no insistió. Dio media vuelta y caminó hacia la banca, donde el resto del equipo se estaba reuniendo. Lev lo siguió con la mirada, sintiendo cómo cada paso que daba lo alejaba más de él, no físicamente, sino emocionalmente.

"Es imposible", pensó. "¿Cómo alguien como Yaku podría siquiera verme de otra forma que no fuera como su subordinado torpe?"

El entrenamiento terminó pronto, pero en el corazón de Lev, la batalla apenas comenzaba. Mientras guardaba el equipo, Kuroo se le acercó de nuevo, esta vez con una sonrisa ladina.

—Lev, jirafa, estás actuando raro. Sabes que te noto, ¿cierto? —dijo Kuroo con ese tono suyo, medio burlón, pero también preocupado.

Lev no pudo contener más lo que sentía, al menos no frente a Kuroo, quien siempre había sido como un hermano mayor para él.

—Es que... me siento tan pequeño cuando estoy cerca de Yaku,no de altura, sino... en todo. Él es tan perfecto, tan firme, y yo... soy solo yo —confesó Lev, sintiendo una punzada en el pecho.

Kuroo lo miró en silencio por un momento, antes de darle una palmada en la espalda.

—A veces, lo que creemos inalcanzable es simplemente eso: inalcanzable. Pero eso no significa que no puedas intentar —dijo, sin quitar la sonrisa, aunque había algo serio en sus palabras.

Lev asintió, pero en el fondo sabía que no era tan simple. Intentar significaba exponerse, y exponerse ante alguien como Yaku sería un golpe directo a su orgullo. Era como intentar tocar una estrella, sabiendo que, aunque pudieras estirar la mano, jamás sería tuya.

Y mientras Lev miraba el cielo que oscurecía fuera del gimnasio, no podía dejar de pensar en esa estrella, brillante y distante, que era Yaku. Una luz que iluminaba su mundo, pero que estaba destinada a quemarlo si se acercaba demasiado.

El vacío que empezaba a formarse dentro de él se hacía más profundo con cada latido.

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