N° 6

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Entre la tormenta y la calma


La semana pasó lentamente, como si cada día fuera un reto para Lev. Los entrenamientos seguían, pero su mente estaba siempre en otro lado. Cada vez que veía a Yaku, su pecho se apretaba, y aunque Daki no siempre estaba cerca, la sombra de su presencia lo atormentaba en todo momento.

Era miércoles por la tarde, el gimnasio estaba más silencioso que de costumbre. Kuroo, Kenma y el resto del equipo ya se habían ido, pero Lev se quedó, diciendo que tenía que practicar más saques. En realidad, esperaba algo más: un momento a solas con Yaku. Sabía que era una apuesta arriesgada, pero era lo único que podía hacer.

Yaku, como siempre, fue el último en salir del vestuario. Al verlo, Lev sintió una mezcla de nervios y esperanza, como si estuviera al borde de una confesión que no sabía si quería hacer.

—Lev, ¿todavía aquí? —preguntó Yaku mientras se acercaba, sorprendido pero sin dejar de lado su habitual tono firme—. ¿No tienes otra cosa que hacer?

—Ah, sí… bueno, pensé en practicar más. Quiero mejorar mis saques —mintió Lev, torpe como siempre cuando Yaku estaba cerca.

Yaku suspiró, pero en lugar de regañarlo, se quedó parado frente a él, cruzando los brazos.

—Sabes, Lev, mejorar no solo es cuestión de quedarte más tiempo aquí. También tienes que usar tu cabeza. No puedes solo depender de tu físico.

Lev lo miró, pero apenas podía concentrarse en lo que decía. Estaba tan cerca de Yaku que podía sentir su presencia con una intensidad abrumadora. Había tantas cosas que quería decirle, tantas palabras que se amontonaban en su garganta, pero ninguna salía.

—Lo sé, Yaku. Es solo que... —dudó un segundo, y luego decidió seguir hablando—. A veces siento que no importa cuánto lo intente, nunca voy a ser lo suficientemente bueno.

Yaku lo observó en silencio durante unos segundos, su mirada más suave de lo habitual.

—No es verdad. Has mejorado mucho desde que empezaste. Solo tienes que dejar de ser tan… impulsivo —dijo Yaku, casi con una sonrisa.

Ese pequeño gesto fue suficiente para encender una chispa de esperanza en Lev. No era una sonrisa completa, pero era algo. Algo que le daba fuerzas para seguir.

—¿De verdad lo crees? —preguntó Lev, casi desesperado por más de esa calidez.

—Sí, pero eso no significa que te relajes. Todavía te falta mucho, Lev —respondió Yaku, esta vez con más seriedad. Aun así, había un tono de sinceridad que hizo que Lev se sintiera menos pequeño.

Por un instante, Lev sintió que el espacio entre ellos se reducía. Estaban solos, sin distracciones  y por primera vez en mucho tiempo, parecía que Yaku le prestaba verdadera atención. Era un momento que deseaba alargar, pero no sabía cómo mantenerlo. Las palabras correctas siempre se le escapaban.

—Yaku.... —empezó a decir Lev, su voz temblorosa. Quería decirle lo que sentía, aunque fuera solo una parte.

Pero justo cuando iba a continuar, el sonido de la puerta del gimnasio se abrió, y Daki entró con una sonrisa despreocupada.

—¡Yaku! ¿Todavía aquí? —dijo con su habitual tono alegre, caminando hacia ellos.

Lev sintió cómo todo el momento se desmoronaba. El espacio que había entre él y Yaku se llenó de inmediato con la presencia de Daki. Ella, con su seguridad y naturalidad, se situó junto a Yaku, como si siempre hubiera pertenecido allí.

—Daki, sí, ya nos íbamos —respondió Yaku con una sonrisa mucho más relajada que la que había mostrado antes.

Lev, que se había sentido tan cerca de tener un momento genuino con Yaku, ahora se sentía invisible de nuevo. El peso en su pecho volvió, más fuerte que antes. Daki estaba ahí, y con ella, su esperanza de tener a Yaku solo para él se desvanecía

—Oh, Lev, ¿aún practicando? —preguntó Daki, con una sonrisa amable.

—Sí… algo así —respondió Lev, intentando ocultar la frustración en su voz.

Daki no parecía notar nada fuera de lo normal. Ella era siempre amable, siempre encantadora. Pero esa era parte del problema: su perfección la hacía intocable, y hacía que Lev se sintiera cada vez más lejos de Yaku.

Yaku se giró hacia Lev por última vez.

—Descansa un poco, Lev. No te sobre esfuerces —le dijo antes de girarse hacia Daki, indicándole que ya era hora de irse.

Lev los vio salir juntos, y el vacío que sentía dentro creció aún más. Se quedó allí, solo en el gimnasio, con el eco de sus pensamientos y la sensación amarga de que había perdido una oportunidad. Y lo peor era que no sabía si alguna vez la tendría de nuevo.

Porque cada vez que Daki estaba cerca, Yaku se alejaba un poco más. Y Lev, en la sombra de sus propios sentimientos, no podía evitar sentirse cada vez más atrapado en un amor que lo devoraba desde dentro.

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