N° 4

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En las sobras de esa mujer


Lev se apoyaba contra la pared del gimnasio, viendo cómo el equipo recogía las cosas y se despedía. Pero su mirada no estaba realmente en los jugadores, sino en una figura que parecía iluminar todo a su alrededor.

Yaku estaba, una vez más, hablando con Daki. Ella tenía una risa suave, encantadora, que hacía eco en el lugar. Era imposible no notar cómo Yaku la miraba con una atención que él nunca le había prestado a Lev.

Daki no era solo bonita, era magnética. Tenía una presencia que absorbía a los que la rodeaban. Alta, esbelta y con una actitud siempre confiada, su cabello caía en ondas perfectas, y su sonrisa era lo suficientemente cálida como para derretir el hielo en el corazón de cualquiera. Cualquiera, incluido Yaku.

Lev los observaba, incapaz de apartar la vista. Sentía un nudo formarse en su garganta, y cada carcajada de Yaku en respuesta a algo que Daki decía se sentía como un golpe más directo al estómago. No podía evitarlo. Ella era todo lo que él no era.

—Estás muy callado —dijo Kuroo, que se acercó sin que Lev lo notara—. ¿Otra vez mirando a Yaku y Daki?

Lev asintió lentamente, sin poder articular una respuesta. No sabía cómo explicar lo que sentía, ni a Kuroo, ni a sí mismo. Era una mezcla de tristeza y resentimiento. Sentía que el mundo se reducía a ese momento, a esa conversación entre Yaku y Daki, y él solo era una sombra en el fondo.

—Es… como si no existiera para él. —La voz de Lev salió en un susurro, roto, lleno de dolor.

Kuroo lo miró con una sonrisa triste. Sabía lo que estaba pasando por la mente de Lev, pero no había palabras mágicas para calmar ese tipo de angustia.

—Lev… hay personas que brillan de una manera que no podemos alcanzar. Daki es como una perla brillante para Yaku, pero no significa que tú no seas importante —dijo Kuroo, intentando consolarlo de la única manera que podía. Aunque ambos sabían que esas palabras eran vacías para Lev en ese momento.

Yaku y Daki se despidieron, y mientras ella salía del gimnasio, Yaku se giró para ver a Lev y Kuroo. Su mirada apenas se detuvo en Lev un segundo antes de que continuara con lo que estaba haciendo.

Ese breve contacto visual fue suficiente para hacer que el corazón de Lev latiera rápidamente, pero al mismo tiempo, ese segundo fue una confirmación cruel. Para Yaku, él era solo eso: un segundo, una distracción insignificante en comparación con el brillo de Daki.

—Deberías irte ya, Lev —dijo Kuroo, suavemente—. No te quedes atrapado en esto.

—No puedo evitarlo… —murmuró Lev, bajando la mirada al suelo—. Cada vez que los veo juntos, siento como si me estuviera apagando poco a poco. No puedo dejar de desear ser ella. Ser quien haga reír a Yaku, quien lo haga mirar de esa manera…

Kuroo suspiró y le puso una mano en el hombro, en silencio. No había más que pudiera decir. El amor no correspondido era una herida que solo sanaba con el tiempo, si es que llegaba a sanar.

Lev sabía que lo mejor sería marcharse, dejar de mirarlos, dejar de pensar en lo imposible. Pero no podía. Cada vez que veía a Daki junto a Yaku, algo dentro de él se rompía un poco más, pero era como si buscara ese dolor. Era su única conexión, aunque fuera indirecta, con lo que realmente quería.

"Nunca seré ella", pensó Lev, con una claridad desgarradora.

Daki era perfecta para Yaku. No había forma de que Lev pudiera competir con eso. La manera en que Yaku la miraba, cómo se reía de cada cosa que ella decía, era un reflejo de todo lo que Lev deseaba para sí, pero que nunca tendría.

El vacío dentro de él crecía cada día, como si estuviera cayendo en un pozo del que no había salida. Yaku era su luz, pero esa luz solo iluminaba el camino hacia más oscuridad.

Y mientras Yaku recogía su bolso y se marchaba sin una sola palabra dirigida a él, Lev entendió una vez más que él no era más que una sombra en la vida de Yaku. Daki brillaba como un sol, y Lev, en comparación, se sentía como una vela apagada.

Pero incluso sabiendo todo esto, no podía dejar de mirar.

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