CAP 1

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Sergio Pérez

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Sergio Pérez.
Milton Keynes, Inglaterra.

Estaba probando las nuevas actualizaciones del monoplaza. Rodeado de un montón de ingenieros y mecánicos. Todos esperando a que dijera mis opiniones y pudiera ayudarlos a mejorar el rendimiento del auto. El problema, era la primera vez que estaba en un simulador de alta gama, mi anterior equipo no tenía tanta tecnología para comprar uno. Ni siquiera sabía que hacer. Adelante rugiendo la diminuta trampa mortal que yo estaba intentando pilotar por el circuito frente a la pantalla. Embrague, potencia, cambio, (¿de punto muerto a primera o de primera a segunda?), suelta embrague, me repetía mentalmente, mantra que a duras penas me brindaba consuelo, y no digamos orientación, en medio de las miradas sobre mi. El monoplaza corcoveó salvajemente dos veces antes de salvar el cruce dando bandazos. El corazón me iba a cien. Los bandazos menguaron sin previo aviso y empezamos a ganar velocidad. Mucha velocidad. Bajé la mirada para comprobar que solo iba en segunda, pero en ese momento uno de los ingenieros detuvo la sesión. Lo entendí perfectamente bien, les estaba haciendo perder su tiempo.

—¡Joder, Checo. Dinos algo! —vociferó— ¿Dónde crees que estás? ¿En una puta autoescuela? ¡El equipo necesita la maldita retroalimentación!

Baje del asiento y tome mi teléfono movil. Alcé una mano temblorosa para enseñarle a ese tonto ingeniero el dedo corazón y me concentré en lo que más me interesaba en ese momento. Las manos volvían a sudarme, solo quería enviarle un mensaje de texto a mi mejor amigo (Fernando Alonso) y preguntarle cómo era su día, esperando que fuera mejor que el mío. Y como si la esencia misma de la vida no fuera ya un desastre en ese preciso momento, tuve una llamada entrante, confirmó mi mayor temor: era el. Max Verstappen. Mi coequipero.

—¡Ser-gio! ¡Ser-gio! ¿Me oyes, Ser-gio? —trinó en cuanto contesté. Me puse el teléfono entre la oreja.

—Hola, Max. Sí, te oigo perfectamente.

—Ser-gio, ¿Cómo va la sesión? Uno de los ingenieros me llamo hace un momento, dijo que no sabes cómo utilizar el simulador... ¿Estaba bromeando, verdad? —se quedó en silencio un rato, esperando mi respuesta. Pero yo no dije nada— debes estar jodiendome. ¡Llegó a la sesión en 30 minutos!

—Ahora mismo estoy en el simulador, Max. Solo deja que termine de adaptarme y...

Supuse que quería asegurarse de que todo iba bien, de modo que le comuniqué que no había ningún "problema" y que en breve se haría está parte del trabajo.

—No importa, yo terminare las pruebas con el simulador —me interrumpió con brusquedad— si no puedes hacerlo, no me interesa tu ineptitud. Lo haré yo entonces. En fin, necesito que hagas la nueva campaña de publicidad con Liam y termines antes de que llegue.

Clic. La comunicación se cortó. Contemplé el teléfono unos segundos antes de comprender que Max había colgado porque ya me había facilitado todos los detalles que podía esperar de el. Liam. ¿Quién demonios era Liam? ¿Dónde se encontraba en ese momento? ¿Sabía el que yo tenía que acompañarlo? ¿Y por qué —teniendo en cuenta que Red Bull disponía de Daniel Ricciardo o Yuki Tsunoda— me tocaba hacerlo a mí?

Era la primera vez que subía a un simulador tan sofisticado, y además, me sentía muy observado. Era demasiado incómodo para mí. Pero Max no había tenido en cuenta ese detalle cuando, hora y media antes, me convocó en su despacho. «Ser-gio, necesito que hagas la prueba con el simulador. Y ahora mismo, porque lo necesitaremos esta noche para ir a una reunión de trabajo. Eso es todo.» Me quedé clavado en la moqueta frente a su descomunal escritorio, pero el ya había borrado de su mente mi presencia. O eso pensaba yo. «Eso es todo, Ser-gio, muévete», añadió sin levantar la vista.

Cómo no, Max, pensé mientras me iba y trataba de decidir el primer paso de una tarea que prometía un millón de escollos por el camino. Lo primero que debía hacer, sin duda, era averiguar dónde estaba el simulador. Lo más probable era que lo estuvieran reparando en un taller, o sea, en cualquiera de los miles de talleres que había en la fábrica. En fin, eso ya no importaba. Ahora debia hacer el estúpido marketing con Liam. Tome mis cosas y salí del recinto. Ninguno de los ingenieros, mecánicos y empleados dijo nada, seguramente ya sabían que Max estaría aquí en mi lugar.

Llegué a la recepción donde Liam ya estaba esperando junto a un par de chicos, los cuales resultaron ser un trio de influencers muy conocidos en Irlanda. Nos sacamos un par de fotografías, hicimos una pequeña dinámica y después grabamos un par de videos cortos con ellos. Nuevamente me sentía incómodo, nunca me ha gustado está parte de mi trabajo. Lo peor, siempre salgo abrumado en ellas pero las personas parecen amar ver mi rostro lleno de nervios y que gritaba: "saquenme de aquí". Es algo muy extraño.

Una vez terminamos. Me despedí de los chicos y le dije a Liam que eso era todo. Que podía irse y nos veríamos después. El chico me sonrió para después salir corriendo. No necesitaba darme explicaciones, nadie quería quedarse en la fábrica porque Max estaba aquí. Mire mi reloj, me quedaban algunos minutos de paz, hasta que Max saliera de su despacho para ir al simulador. Pero mi paz no duró mucho tiempo, nos cruzamos en el pasillo que colindaba con el simulador.

—Ser-gio —exclamó Max en un tono sobrio y deliberadamente
frío— ¿Dónde esta Liam?

—Terminamos con éxito el trabajo de marketing y le dije que podía irse, Max —contesté, orgullosa de haber terminado a tiempo.

—¡¿Y por qué has hecho eso?! —gruñó mientras levantaba la vista para verme a los ojos y por primera vez desde que había entrado— ¡Te dije claramente que hicieras el trabajo de marketing!

—Pense que ya no lo necesitabas...

—Basta. Los detalles de tu incompetencia no me interesan. Ve a buscar a Liam y tráelo contigo. Estaremos listos para marcharnos dentro de quince minutos, ¿Entendido?

El inconfundible olor de sus feromonas me lleno la nariz. Era demasiado fuerte, un olor que me hacía sentir raro. Cómo hipnotizado por Max, como si me sintiera obligado a hacer cualquier cosa por el. Espera un momento... ¿Quince minutos? Ese Alfa dominante alucinaba. Necesitaba como mínimo un par de minutos para llamar a su teléfono, ir hasta donde estaba y traerlo.

—Por supuesto, Max, quince minutos.

Nada más salir del despacho empecé a temblar de nuevo y me pregunté si mi corazón podría negarse a seguir funcionando a la provecta edad de treinta y dos años. Además, de ser un Omega recesivo y solterón. Mire al suelo y note que tenía los cordones sueltos. Me agaché para amarrarlos, pero en ese momento mi mono se rompió, justamente en la zona de la entrepierna. Genial, murmuré, sencillamente genial. Hoy ya he destrozado mercancía por valor de cuatro de los grandes, un nuevo récord personal. Quizá Max muera antes de mi regreso, pensé tras decidir que había llegado la hora de ser optimista. Quizá, solo quizá pereciera de algo raro y exótico y nos liberábamos de su manantial de exigencias. No quieres que se muera, me dije mientras subía al coche. Porque si se muere perderás toda posibilidad de matarlo tú mismo. Y eso sería una pena.

 Y eso sería una pena

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EL DIABLO VISTE DE RED BULL | CHESTAPPEN. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora