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Amelia sentía que debía cambiar. Solía ser insegura y tímida; nunca expresaba sus opiniones, solo se mantenía callada o asentía. Pero decidió aprender jiu-jitsu para defenderse y comenzó a practicarlo. Tras una intensa noche de entrenamiento, Amelia estaba agotada; sin embargo, no todos conciliaban el sueño como ella. Sherlock, por su parte, estaba atrapado en la intriga.
La curiosidad lo consumía. Había preparado un mapa, marcando los lugares donde había ocurrido cada ataque. Decidió investigar, buscando patrones, pistas o algún rastro, pero parecía que el asesino se burlaba de él. Se sentía frustrado, como si fumara su pipa en su desesperación. De repente, pensó si la joven tenía razón y si había perdido alguna pista. Debía encontrarla, pero, como solo la había visto una vez, se sentía impotente.
Amelia despertó con dolor corporal; el entrenamiento exigía calentamiento y otros movimientos. Además de hacerla más fuerte, el jiu-jitsu le había proporcionado agilidad, aunque aún necesitaba práctica. Al ver su ropa rasgada y sucia, decidió deshacerse de ella y ponerse la ropa que le había dejado Edith.
Se levantó con dificultad, pero no le dio demasiada importancia. Se vistió con la ropa que Edith le había dejado y, por primera vez, no usaría corsé. Aquello le dejaba marcas y era más ajustado de lo que debería. "Una mujer debe ser bella e inteligente", solía decir su abuela.
Una vez abajo, estaba dispuesta a trabajar a cambio de clases, aunque eso significara un momento de libertad lejos de su abuela. Caminó hacia la cocina, tomó la tetera y sirvió el té.
-Buenos días, Amelia. ¿Cómo amaneciste? -preguntó Edith, sentada en la mesa y mirándola.
-Oh, me sorprendiste -dijo Amelia, tomando asiento sin darse cuenta-. Estoy algo adolorida, pero bien.
-No me refería a eso -dijo Edith, enfatizando lo ocurrido la noche anterior.
-Ah, sobre eso... -Amelia bajó la mirada, sintiéndose apenada por el suceso.
-Sabes que el que estuviera aquí fue suerte, pero no siempre estaré yo o alguien cercano. Debes saber defenderte -dijo Edith.
-Lo sé, por eso tomo tus clases. Además, pienso trabajar aquí -mencionó la joven.
-Me parece bien que desees trabajar, pero que sea por las tardes. Tendrás un salario como todas y usarás uniforme -aclaró la mujer-. Y tu abuela también opina. No solo eso, el jiu-jitsu es un arte que te ayuda a fortalecer tanto la agilidad como la fuerza física y mental, y me refiero a no tener miedo. Jamás olvides lo último -dijo la mujer, dejando el té.
-No me importa lo que piense ella. Le agradezco que me cuide, pero mi vida es mía, no suya. Además, pronto cumpliré 18, y el miedo siempre lo he vivido en una caja de cristal, viendo cómo otros vivían sus vidas. Pero yo nunca he vivido la mía; solo ha sido por las expectativas de mujer y todo eso -dijo, cansada, con una mano en su rostro.
