Capítulo 11

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El viaje de regreso transcurrió en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Gabrielle miraba por la ventana, observando cómo las luces de la ciudad se deslizaban en un borrón de colores. Su mente divagaba entre el reciente altercado. Sin embargo, había algo más que perturbaba su paz interior; una inquietud que se había instalado en su pecho como una sombra.

Recordó las palabras de Mattia, su provocación sobre el pasado que nunca había podido dejar atrás. Esa noche, más que nunca, la pregunta que había estado eludiendo se hacía más insistente: ¿Qué había sucedido realmente? La incertidumbre y el dolor se aferraban a él, complicando sus sentimientos hacia Alessandro y su relación con Mattia.

Finalmente, Alessandro rompió el silencio, su voz resonando en el interior del vehículo.

—Lo que pasó esta noche no se repetirá —declaró, mirando a través del espejo retrovisor hacia Gabrielle —. Debemos mantenernos unidos y concentrados en nuestra misión.

Gabrielle asintió, aunque su mente seguía dando vueltas. La noche había dejado cicatrices en sus corazones, y las tensiones entre ellos no se desvanecerían tan fácilmente.

—Entendido —respondió, tratando de sonar firme, pero su voz reflejaba un matiz de incertidumbre.

Mattia, en el asiento delantero, se giró ligeramente, una expresión de desafío en su rostro.

—No puedo prometer que no habrá más enfrentamientos —dijo, su tono ligero pero con un trasfondo de advertencia—. Pero tal vez, solo tal vez, podamos aprender a controlar nuestras emociones un poco más.

Gabrielle sintió un escalofrío recorrer su espalda ante su insinuación, pero se mantuvo en silencio, sin querer alimentar la tensión que ya era palpable. La mezcla de emociones, el peligro y la atracción se entrelazaban en su mente, creando un laberinto del que no sabía cómo salir.

A medida que las luces de la ciudad se desvanecían detrás de ellos y se acercaban a su destino, Gabrielle supo que las respuestas que buscaba no vendrían fácilmente. Tenía que empezar a actuar.

Pasada la medianoche, cuando el silencio de la casa se hizo abrumador, Gabrielle sintió que no podía más. Se levantó de la cama, su corazón latiendo con fuerza, y se dirigió hacia la habitación de Alessandro. Al llegar, tocó la puerta con suavidad, pero no recibió respuesta. Sin pensarlo dos veces, giró el pomo y entró.

Alessandro se encontraba apoyado contra la barandilla en su terraza, observando la oscuridad de la noche.

Alessandro sintió cómo su corazón se agitaba con fuerza, consciente de que la cercanía de Gabrielle era tanto un refugio como una tormenta. Sin girarse, podía percibir su mirada fija en él, una mezcla palpable de anhelo y frustración. Finalmente, no pudo resistir más y se volvió, encontrándose con la intensa y

—No deberías estar aquí —dijo él, su voz apenas un susurro, aunque el deseo brillaba en sus ojos.

—¿Por qué no? —respondió Gabrielle, acercándose con pasos decididos, su presencia abrumadora.

La tensión entre ellos era casi palpable, un hilo delgado que podría romperse en cualquier momento. Gabrielle se plantó frente a Alessandro, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo―. ¿Quién era ese hombre con el que coqueteabas en la fiesta?

Alessandro arqueó una ceja, la sorpresa transformándose en un leve esbozo de diversión. ―¿Coqueteando? No sé de qué hablas.

―No mientas ―interrumpió él, sus ojos fijos en los de él―. Lo vi. La manera en que te miraba, cómo te sonreía.

Alessandro se quedó en silencio, hipnotizada por la forma en que su mandíbula se tensaba, su boca en una línea recta. Sabía que él estaba lidiando con sus propios demonios, manteniéndose alejado y él sentía una necesidad abrumadora de cruzar esa distancia.

Sin poder contenerse, dio un paso hacia él. La vulnerabilidad en sus ojos le desarmaba. Gabrielle, sintiendo la atracción magnetizante entre ellos, no pudo resistir más y lo tomó de la cintura, acercándolo a su cuerpo. Sus labios se encontraron con una desesperación que los había estado consumiendo durante semanas. El beso fue ardiente, como si cada uno intentara absorber la esencia del otro, su deseo brotando como un fuego incontrolable.

Alessandro se aferró a su cuello, sintiendo cómo la pasión brotaba de cada rincón de su ser. Sus cuerpos se movían en una danza caótica y perfecta, como si cada beso desnudara los secretos que habían mantenido ocultos. La noche se llenó de susurros y promesas no dichas, y el mundo a su alrededor se desvanecía.

—¿Por qué te alejas de mí? —murmuró Gabrielle, entre los besos, su voz temblorosa de emoción. Había un rastro de desesperación en su tono, como si no pudiera soportar la idea de tenerlo lejos.

—Porque tengo miedo —respondió Alessandro, su corazón latiendo con fuerza por la sinceridad en su voz.

Pero sus palabras se ahogaron en otro beso. Gabrielle lo sujetó con más firmeza. La intensidad del momento crecía, y Alessandro sintió que su resistencia se desmoronaba. No había más espacio para la duda; solo existía el deseo y la necesidad de estar juntos.

Se separaron un instante, respirando con dificultad, sus frentes casi fundiéndose en un abrazo involuntario. La atmósfera estaba cargada de una tensión eléctrica, como si el tiempo se hubiera detenido. Alessandro lo miró a los ojos, buscando respuestas en el abismo de su alma, desesperado por entender lo que los separaba. Pero sabía que no obtendría más de él, y esa revelación lo llenó de una tristeza abrumadora, como si estuviera perdiendo algo que nunca realmente tuvo.

Sin dudarlo más tiempo, Alessandro decidió  aceptar las consecuencias. Atrajo a Gabrielle hacia él una vez más, y ese beso se convirtió en un pacto silencioso entre ellos. La noche se llenó de susurros, y el aire a su alrededor se volvió irrespirable, cargado de intensidad.

Al amanecer, la luz comenzó a filtrarse suavemente a través de las cortinas, bañando la habitación en un cálido resplandor. Alessandro despertó con una sensación inusual de paz, una calma que parecía frágil. Pero al girarse, la realidad lo golpeó: la cama estaba vacía. Gabrielle ya no estaba allí.

Antes de que pudiera procesarlo, la puerta se abrió de golpe. Fedor irrumpió en la habitación, su rostro alterado, sus palabras urgentes.

—¡Alessandro! —gritó con desesperación—. ¡Gabrielle ha desaparecido! Sus cosas no están en su recámara.

Alessandro se incorporó lentamente, como si su cuerpo se resistiera a aceptar lo que su mente ya empezaba a comprender. Una mezcla de traición y amargura se apoderó de él, paralizándolo por un instante. El vacío en la cama era un eco sordo de lo que ahora sentía en su interior. Caminó con pasos pesados hacia el cajón de noche, casi con la esperanza de que todo fuera una mala interpretación.

Pero al abrirlo, la verdad le golpeó. La pequeña caja que guardaba allí, su secreto más preciado, había desaparecido junto con Gabrielle. El dolor en su pecho era asfixiante, una presión que lo dejaba sin aliento. La traición le quemaba, no solo por lo que Gabrielle había hecho, sino por la amarga verdad de que, en el fondo, siempre lo había sospechado.

Con una calma tensa, Alessandro levantó la vista, su mirada fría y calculadora, aunque por dentro estuviera quebrándose.

—Diles a todos que Gabrielle ya no estará más con nosotros —dijo, su voz cargada de una gravedad que nadie se atrevía a cuestionar—. Que se preparen para matarlo si lo ven. No lo subestimen; sabe muy bien cómo moverse.

Tenía que hacer lo posible por concentrarse en su trabajo, por mantener el control en medio del desorden que lo rodeaba. Sabía que la situación se complicaba y que no podía permitirse debilitarse. La traición de Gabrielle era un golpe devastador, un recordatorio de lo vulnerable que podía ser, y se prometió que no se dejaría llevar por la tristeza. La responsabilidad de proteger a su equipo y su familia recaía sobre él, y esa carga se hacía más pesada con cada pensamiento sobre lo que había perdido.

El eco de sus pasos resonaba en el pasillo, y mientras avanzaba, se prometió a sí mismo que no dejaría que Gabrielle se saliera con la suya. 

Mi Dulce VenenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora