—¿De verdad crees que Gabrielle siente algo por ti? —Mattia dio un paso hacia Alessandro, sus ojos brillando con malicia—. Pobre idiota. Si tan solo supieras lo que realmente piensa. Le das asco. Y más ahora que ya se acostó contigo. —La risa de Mattia se hizo más fuerte, casi histérica, mientras observaba el rostro de Alessandro endurecerse.
Alessandro intentaba mantener la compostura, pero la provocación de Mattia lo carcomía por dentro. Ese hombre disfrutaba con cada palabra venenosa que pronunciaba, clavando aún más la daga que ya sentía en su pecho.
—Se fue sin poder acabar contigo —continuó Mattia, acercándose más—. Porque, claro, eso habría significado enfrentarse a la verdad, y tú... —susurró—... siempre has sido bueno huyendo de ella. Pero no te preocupes, Alessandro, yo me aseguraré de seguir envenenándolo contra ti.
Alessandro apretó los puños, intentando controlar la rabia que lo recorría. No podía permitir que Mattia viera cuánto lo afectaban sus palabras, pero sabía que cada una de ellas estaba cargada de verdad. Había subestimado a su enemigo, y ahora todo se estaba desmoronando.
—¿Quieres saber la mejor parte? —Mattia inclinó la cabeza, una sonrisa retorcida en sus labios—. Gabrielle... ni siquiera se llama así. —El silencio que siguió fue tan denso como el aire que respiraban, y Alessandro lo miró, desconcertado.
—¿Qué estás diciendo? —pregunto Alessandro.
Pero Mattia ya estaba disfrutando demasiado del momento como para apresurarse.
—Gabrielle... —Mattia alargó el nombre, deleitándose en cada sílaba antes de reír de nuevo—. No es más que una mentira. Un disfraz para ocultar su verdadera identidad. —El rostro de Mattia se oscureció de placer al ver la confusión en los ojos de Alessandro—. Su verdadero nombre es Dmitri. El hijo bastardo del viejo Varikóznia.
Alessandro sintió que el mundo se tambaleaba bajo sus pies. La revelación lo golpeó como un torrente de hielo en la espalda. Dmitri... Ellos ya se conocían... Su respiración se hizo pesada, como si cada palabra de Mattia lo estuviera ahogando. Las palabras de Gabrielle llegaron una tras de otra.
[—Vamos solo me quiero divertir un poco... Ale.
—¿Sabes quien soy?― preguntó Alessandro.
―Sí, ¿No me recuerdas? ]
—Y tú, Alessandro —continuó Mattia, acercándose aún más, disfrutando del sufrimiento en los ojos de su rival—. Nunca supiste nada. Mientras Gabrielle... —Mattia se detuvo, corrigiéndose con una sonrisa cínica—, mejor dicho, Dmitri, tejía sus redes a tu alrededor. Tú siempre serás el villano para él. Afortunadamente nos conocimos de niños, eso me ayudó bastante.
Alessandro sintió el sudor frío bajar por su espalda. Los ojos de Mattia brillaban con una crueldad que no había mostrado antes, y la sensación de haber sido manipulado desde el principio lo devastaba.
—Te sorprendería lo fácil que fue manipularlo —continuó Mattia, saboreando cada palabra—. Mientras tú estabas ocupado jugando a ser el magnate intocable, yo me aseguraba de que cada mentira llegara a los oídos de Dmitri... o Gabrielle, como prefieras llamarlo. —Su risa amarga resonó en la habitación—. Afortunadamente, nos conocimos de niños. Eso me ayudó bastante. Después de todo, es más fácil manipular a alguien cuando conoces sus heridas más profundas.
Alessandro apretó la mandíbula, su mente girando frenéticamente. Todo lo que creía saber se estaba desmoronando. Mattia y Dmitri... ¿Desde cuándo habían estado conspirando? ¿Cómo había sido tan ciego?
—¿Te preguntas cómo lo hicimos? —Mattia inclinó la cabeza, sus ojos llenos de burla—. Fue casi demasiado sencillo. Dmitri siempre te culpó por la muerte de su hermano. Y yo me aseguré de que esa culpa se convirtiera en odio. Le susurré las palabras correctas en los momentos correctos. Alimenté su rencor hasta que no pudo ver más allá de su deseo de destruirte.
Alessandro sintió que su corazón latía con fuerza en su pecho, la traición quemándole por dentro. La verdad se revelaba ante él con una claridad que lo asfixiaba.
—Eres patético —escupió Mattia, acercándose aún más—. Pensaste que podías tenerlo todo bajo control, pero nunca tuviste ni la más mínima idea de lo que estaba ocurriendo a tu alrededor. Fuiste un peón en nuestro juego, Alessandro, y ni siquiera te diste cuenta.
La rabia burbujeaba bajo la piel de Alessandro, pero se sentía impotente, atrapado en una red que no había visto venir. Mattia lo miraba con esa sonrisa cruel, disfrutando de cada segundo de su dolor.
—¿Y ahora qué harás? —preguntó Mattia, burlón—. ¿Intentarás salvarlo? ¿Intentarás deshacer el daño que ya está hecho? Es demasiado tarde. Dmitri te odia con cada fibra de su ser, y yo me aseguraré de que ese odio lo consuma hasta el final.
Antes de que Alessandro pudiera responder, un estruendo resonó desde el pasillo.
Mattia se detuvo un momento antes de que los pasos apresurados de los hombres de Alessandro pudieran ser escuchados en la distancia. Su mirada se volvió calculadora, sus ojos oscuros, cargados de una malicia profunda y casi satisfecho con lo que acababa de desatar.
—Antes de que tus fieles perros irrumpan por esa puerta, me permitiré una última despedida, Alessandro —dijo Mattia, acercándose peligrosamente y bajando la voz hasta que solo Alessandro pudo escucharlo—. Esto no es el final, ni mucho menos. Solo necesitaba un poco de tiempo... para que realmente entiendas en qué te has metido.
—Nos veremos en otro momento. —susurró, con una calma inquietante que paralizó a Alessandro por un segundo.
El sonido de los hombres acercándose se hizo más fuerte, pero Mattia no mostró señales de apresurarse. Era como si controlara incluso el tiempo, saboreando cada instante de la desesperación de Alessandro.
—Es gracioso, ¿no? —Mattia se giró lentamente hacia la puerta mientras los pasos retumbaban en el pasillo—. Todo esto, toda tu vida... todo está construyéndose para colapsar. Te veré cuando las ruinas comiencen a caer. —Y con una última sonrisa venenosa, Mattia retrocedió, deslizándose hacia una salida lateral justo cuando las puertas se abrieron de golpe.
—¡Detengan a ese bastardo! —gritó uno de ellos, señalando a Mattia.
Pero él reaccionó rápidamente, con una sonrisa fría en el rostro. Retrocedió unos pasos, midiendo la situación con la calma de alguien que ya tenía un plan de escape. Aun con la tensión palpable, no parecía preocupado.
Los hombres de Alessandro se lanzaron hacia él, pero Mattia, astuto y rápido, se movió hacia la salida antes de que pudieran alcanzarlo. Disparos resonaron en la habitación, pero Mattia, en un acto calculado, logró escabullirse por una salida lateral.
—¡Maldición! —gruñó uno de los hombres mientras intentaban seguirlo.
—Los hombres de Alessandro irrumpieron en la habitación, listos para enfrentarse a cualquier amenaza, pero Mattia ya había desaparecido como un espectro en la noche, dejando solo la promesa de su retorno y una carga aún más pesada sobre los hombros de Alessandro.
—¡Deténganlo! —gritó uno de los hombres, moviéndose hacia la salida.
Alessandro, todavía congelado por la revelación y el sabor amargo de la traición, levantó una mano, frenando a sus hombres.
—No... —murmuró, con una voz rasposa—. Déjenlo ir.
Sus hombres se detuvieron, observando cómo su jefe se incorporaba lentamente, con la respiración pesada. Aunque estaba a salvo, el dolor de la traición aún era palpable en sus ojos.
Uno de los guardias se acercó, preocupado por el estado de su jefe.
—Señor, ¿está bien?
Alessandro asintió brevemente, sin decir palabra. Se acercó a la ventana rota por donde Mattia había escapado y apretó los puños. Lo había perdido esta vez, pero la revelación que acababa de recibir le quemaba el alma. Dmitri. Gabrielle... ese nombre ya no significaba lo mismo. ¿Cómo no lo había visto venir?
—Tenemos que movernos —dijo Alessandro finalmente, con la voz tensa—. Esto está lejos de haber terminado.
Aunque sus hombres se movían inquietos, no hicieron más preguntas. Sabían que algo había cambiado en Alessandro. Y mientras su jefe se acercaba lentamente por donde Mattia había escapado, la verdad lo aplastaba como una losa: su vida había comenzado a desmoronarse, y aún no podía ver el alcance total de los escombros que se avecinaban.
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Mi Dulce Veneno
Romance¿Alguna vez te has preguntado por qué las cosas no siempre salen como las planeas? A veces, la fina línea entre el deber y el deseo se difumina cuando el riesgo se transforma en tentación. Para Alessandro, envuelto en el éxtasis de caricias prohibid...