Hawái

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El avión privado despegó a las seis de la tarde del aeropuerto de México. José Luis se había encargado de que todos estuvieran cómodos y hubiera la suficiente comida para el largo viaje que les esperaba. Ir con sus hijas a Hawai no sería nada nuevo, era su destino favorito para el verano, pero con la familia de Altagracia sí lo sería y más especial.

Era buena época para viajar, aunque seguramente tendrían que lidiar con uno o dos días de lluvia. Clima tropical en su más grande esplendor, pero disfrutaría cada segundo al lado de Altagracia. Empezaron bien el día, haciendo el amor como unos frenéticos por falta de tiempo. Esa misma mañana llegaron todos a reventar su burbuja de amor, animados por el viaje a la isla.

Después de más de doce horas, llegaron al hotel en Honolulu. Lo primero que hicieron fue irse a la cama a dormir un par de horas antes de que el sol se escondiera. El clima era abrasador, por lo que, después de unas horas Altagracia termino por despertarse, desperezandose al lado de José Luis. Este seguía durmiendo como un tronco así que se levantó, dejándolo descansar. Se pidió servicio al cuarto, un cafecito y un bowl de fruta picada no estaría mal para empezar la tarde.

Agradeció tener a su alcance una cámara del cuarto de los niños. José Luis hizo lo posible para que el hotel se la proporcionara por temas de seguridad. Además, había alquilado todas las habitaciones del piso veinticinco para su familia y la de él, fue un lindo gesto que se preocupara por el bienestar de todos.

—Buenos días, o ¿buenas tardes?—le dijo él, soñoliento.

—Buenas tardes dormilón, ¿Pudiste descansar?—respondió, luego de darse un besito en los labios. Le sirvió una taza de café, esto le haría bien para despabilar.

—Esa cama hace magia, cuando toque la almohada no volví a saber de mí, ¿cuánto tiempo llevas despierta?

—Hace menos de una hora, el calor es un poquito insoportable. Necesitaba un poco de aire.

—¿Nos bañamos juntos?

Altagracia sonrió, le encantaba cuando la pillaba desprevenida.

—Vamos, tú también necesitas despertar.

Se puso de pie y la ropa de pijama quedó repartida por el piso del baño. Minutos más tarde, Altagracia se amarraba el vestido al cuello y calzaba las hawaianas favoritas. Opto por un maquillaje natural y el cabello suelto, en el bolso se llevó una pinza para más tarde. Cuando todos estuvieron listos, bajaron a la playa a disfrutar lo que quedaba de ese día.

Laura iba con Elizabet. Regina con sus hijos. Isabel junto a Camilo. Helena con ellos, hablando de alternativas para cenar. No comían algo decente desde que se subieron al avión así que ya tocaba alimentarse bien, más por Isabel y su bebé. Pero antes de ir, pasaron por una feria artesanal. Tanto Laura como Altagracia se emocionaron por las figuras, ambas eran amantes de la artesanía de un país.

José Luis le obsequió un collar de animales marinos y flores nativas a Laura. La pequeña le dio las gracias y fue corriendo a enseñársela a sus primos.

—Mira papá, esta te quedaría muy linda.—le dijo Elizabet, monstrandole una camiseta estampada de flores hawaianas y de un color turquesa qué podría resaltar los rasgos masculinos.—Isabel, Camilo, vengan.

—Sí está linda, me la llevo.

Compró un par más para los próximos días y unas bermudas. En ese mismo local, las mujeres eligieron vestidos vaporosos y accesorios. Para los niños también. El vendedor quedó encantado con todo lo que se llevaron, había sido un compra de un poquito de más de doscientos dólares. Luego de conocer su alrededor, fueron a cenar pescado frito a un restaurante cerca.

Sana todas mis heridas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora