Esperanza y todo rojo

293 39 27
                                    

Días después.

Altagracia pasó cerca de la empresa Navarrete y recordó lo convencida que había ido a buscarlo para hablar, pero le sorprendió bastante que se había tomado muy en serio el no verla jamás. ¿Regresarse a Dubai después de todo lo que vivieron? Pensó nostálgica, de camino a una cafetería cerca para encontrarse con Regina despues de días de decirle que José Luis se había marchado.

Era un hombre muy drástico y la decisión pesaba en su corazón. Cada día se decía que había sido una mensa, una tonta por dejar ir al único hombre que la hizo sentir, al único que realmente la admiró. Le echaba de menos, tanto que no le importó estar a kilómetro y con diferente zona horaria para llamarlo. Lo había hecho días atrás y no tuvo respuesta, ahora respondió al segundo tono.

—Se que no me quieres escuchar, pero tengo tanto que decirte, José Luis—le dijo por el audífono mientras conducía.

Ya es media noche, estoy muy agotado Altagracia. Mañana...

—Por favor mi amor... Quiero. Necesito hablar de ese día.

En unas horas viajaré a México, no estaba en mis planes volver pero tengo que hacerlo por mis hijas.

—Ahora podemos hablar...

No. Lo haremos cuando llegue a México porque no creeré una sola palabra de lo que me digas por esta llamada. Quiero que tengas la valentía de mirarme a los ojos.

Altagracia tragó grueso.

—¿Mañana a qué hora...?

Te enviaré todo por mensaje. Buenas noches.

—Buenas N...

A pesar de la sequedad con que le respondió, una sonrisa tonta se le instaló en los labios. Lo vería mañana después de ventiún largos días. Por fin. Tenía tantas ganas de abrazarlo y de besarlo, pero sabía que podría hacerlo solo si él se lo permitía. Aunque conociéndolo bien, no, no lo conocía. Les hizo falta tiempo y Altagracia se encargaría de recuperarlo.

Esta vez se la jugaría por él y por su amor sin importar lo demás. Los días que pasaron les sirvió para pensar en lo que realmente quería.

Era a José Luis.

Tomás entendería que su amor por el empresario iba más allá que un simple noviazgo y Christian tendría que marcharse de casa.

Ubicó a Regina y a su madre sentadas en la terraza de su cafetería favorita. Las tres pidieron expreso y una rebanada de pastel de zanahoria y queso crema. Muy dulce para ser las tres de la tarde pero el amargor del café amortiguaba lo empalagoso del dulzor.

—¿Cómo ha estado la semana hermanita? ¿Christian sigue ocupando tu habitación?

Helena hizo un mohín decepcionante y Regina solo se limitó a reír. Ninguna de las dos ha aparecido en casa de Altagracia desde el cumpleaños de Tomás. No querían ver ni en pintura al susodicho.

—Han sido días muy estresante pero ahí la llevo, durmiendo con Laura en su habitación. No me quejo.

—Es que eres una tonta Altagracia. Solo a ti se te ocurre tener a tu ex durmiendo en tu cama y ocupando todo lo de tu casa, además no tiene trabajo. La pesadilla de una mujer es un hombre bueno para nada, hija. Tienes que ser más dura y poner orden, sobretodo con ese muchachito que bien altanero está desde que llegó Christian.

—Lo sé, mamá—masajeó sus ojos con los dedos, pensando un momento en sus hijos—Por favor, les pido que Christian no sea tema de conversación. No quiero y no necesito hablar de él, suficiente tengo con tenerlo en casa y verlo todos los días.

Sana todas mis heridas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora