Un año, semanas y un viejo conocido

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—Estas son las mañanitas que cantaba el Rey David, a sus hijos se las cantaba así... Despierta, Laura, despierta, mira que ya amaneció... Ya los pajaritos cantan, la luna ya se metió. Feliz cumpleaños, mi amor.

—¡Feliz cumpleaños Laura!—exclamó Tomás.

La pequeña hacía gorgoritos y aplaudía feliz al ver el mini pastel y una vela encendida frente a ella. Sopló con mucha fuerza, tirando baba y mostrando sus blancos dientecitos en cada carcajada. Tomás le había enseñado a soplar durante las últimas semanas para capturar la imagen perfecta de su hermana. Tiró varias fotos con la cámara, algunas de Altagracia llenando las mejillas de Laura de puros besos y entregándole el regalo, otras de él echándole crema batida en la punta de la nariz y riendo a carcajadas. Fue un momento especial para los tres.

Sin embargo, Altagracia no pudo ignorar la punzada de tristeza y decepción que de pronto invadió su torrente. Veía a su alrededor y su familia estaba incompleta, a pesar de que sus hijos la llenaran de un amor genuino, faltaba Christian a su lado.

Había pasado cuatro meses de la última llamada y no tenía idea de su paradero, lo único que sabía era que estuvo viviendo un tiempo en Madrid, en una de las propiedades que ella compró en el pasado. El divorcio ya era oficial, así que sólo sus hijos la unían a Christian, pero aún así no mantenía contacto con él, ni siquiera por los niños.

—Tomás, ven por favor—lo llamó, tratando de mantener su mente ocupada en la celebración de Laura—Tendrás que ir por el pastel a la tienda de siempre, la factura está en el cajón de la entrada.

—¿Puedo manejar tu coche?—preguntó entusiasmado. Desde que obtuvo la licencia de conducir ha soñado con manejar la camioneta de su madre, era tan grande y rápida que le ilusionaba estar en el asiento de piloto de la Ford.

Para eso tienes la licencia ¿no? Úsala. Luego iremos por tu coche, por mientras usa la mía.

—Bueno, eh, mamá, olvidé decirte—se rascó la cabeza, un poco nervioso. Era mejor soltarlo ahora que después—El papá vendrá al cumpleaños de Laura. Me envío un mensaje en la madrugada que ya venía viajando.

Altagracia detestaba que la comunicación y los asuntos de sus hijos no fuera directamente con ella, y se lo haría saber.

—Hace más de tres semanas que no llama para saber cómo está tu hermana y, ¿tiene el descaro de venir? Me das el número ahora mismo, no estoy dispuesta a tolerar a que sólo se comunique contigo para los asuntos de tu hermana—respondió molesta, mientras vestía a Laura.

Tomás hizo caso pero primero bajó a abrir la puerta. Su abuela Elena y su tía habían llegado temprano para la pequeña celebración que Altagracia le haría a su hija. El joven tuvo que ayudar a traer los regalos al salón porque no era uno, si no diez y, entre ellos, traía un auto grande a control remoto color rosa pálido idéntico al de su madre.

—Nos emocionamos con tu tía—dijo, saludándolo—Ihhh, ¿dónde está mi nietecita?

Altagracia la traía cargada entre sus brazos, vestida con un traje típico azul estampado de girasoles y un broche que sujetaba la mitad de cabello.

—Abuuuu, abuuuu— la anciana se derritió de amor, como siempre que la veía y, la rodeó con sus brazos, apretujándola con suavidad y llenándola de besos—Abuuuu.

Regina y los chicos se acercaron a saludarla por el cumpleaños y le cantaron nuevamente las mañanitas. Laura no sabía que pasaba a su alrededor pero aún así sonreía feliz y agradecida. Elena la dejó sobre sus pies, cuidando que no se tambaleará, y la pequeña salió casi corriendo en dirección a los regalos. Sus primos le ayudaron a desenvolver cada uno de los obsequios y pegó un grito de emoción al ver todos los juguetes repartidos por el suelo.

Sana todas mis heridas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora