Boyero de berna

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Pasaron los meses donde la felicidad y el amor crecía en el hogar de Altagracia. Finalmente, el viaje a Hawái iba a ser dentro de dos semanas y algunos se anotaron en la lista para ir. Elizabet. Helena y Regina e Isabel y Camilo. Los gastos corrían por parte de ambos empresarios así ninguno se preocupaba más que relajarse y pasarla bien. Los niños estaban encantados de poder viajar en vacaciones y salir del bullicio de la ciudad.

Los días se pasaban muy rápido así que Altagracia necesitaba dejar todo listo en la empresa y comprar dos maletas grandes y una pequeña para Laura. En su salida al centro comercial, la acompañó Isabel. Ya tenía seis meses de embarazo y nada de su ropa le estaba quedando cómoda así que la intervención de la rubia sería bien recibida.

—Esto te quedará muy bien, ¿te gusta?—no la veía muy convencida así que buscó otra prenda entre tantas.—¿Esta?

—No lo sé, nunca había ocupado ropa tan grande.

—Es normal en tu estado, la bebé crece y la panza también. ¿Cuál te gusta más?

—La rosada y me llevaré el traje blanco. Alta, tengo mucho hambre y Elizabeth me envió un mensaje, nos esperará en el búfalo.

—Pagaré esto y vamos para allá—le respondió.

La cercanía con ambas hijas de José Luis cada día crecía más. Con Isabel tenía un vínculo más especial porque las unía la maternidad, pero con Elizabet era los negocios y la sed por aprender sobre construcción. Había seguido los pasos de su padre y se llenaba de conocimiento junto a ellos.
Altagracia siempre que tenía tiempo la invitaba a la empresa y le enseñaba todo lo que se debía hacer, la ayudaba mucho y tenía la posibilidad de hacer la pasantía en la empresa.

—Papá también viene, creo que te envió un mensaje.

Altagracia busco el móvil entre las cosas que llevaba en el bolso y cuando lo encontró leyó el mensaje en silencio.

Pasaré por Laura y nos vemos en el Búfalo. Elizabet va en camino. Te amo.》

—Pues sí, nos encontraremos todos allá.

Laura se fue directo a los brazos de Altagracia. El fin de semana lo pasó en casa de Regina por decisión propia y sintió que fue eterno. La había echado de menos y Altagracia también, tanto que se tardó en separarse de ella para saludar a José Luis.

—¿Todo bien?—la saludó con un beso en los labios.

—Todo bien—repitió, luego termino por saludar a Elizabet—Vamos que hay alguien que tiene mucha hambre y no hablo de Isabel.

Todos carcajaron mientras entraban al lugar. Olía exquisito y a cada uno la sonó la barriga del hambre. Se pidieron unas chuletas vetadas a la parrillas, chorizo, papas fritas y arroz para acompañar.

—¿Cómo está la niña?—preguntó José Luis. Altagracia sabía a lo que se refería y también sabía que trataba de preguntar lo menos posible a Isabel.

—Bien. Con mucha hambre.—respondió sincera—Altagracia nos tuvo de compras toda la mañana.

—Ah, ¿sí? Me imagino que compraron todo lo necesario para el viaje, sólo faltan días.

Sana todas mis heridas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora