Las sospechas de un Alfa inquieto.

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La luz dorada del atardecer comenzaba a teñir a la manada del Oeste cuando Jaemin regresaba a la cabaña después de un largo día de trabajo. El cansancio pesaba en sus hombros, pero su mente, siempre alerta, seguía atenta a cada detalle de su entorno. Aunque había pasado las últimas semanas integrándose en las tareas de la manada del Oeste, esa vida estable seguía sintiéndose ajena para él.

Su naturaleza de alfa foragido lo había acostumbrado a vivir en movimiento, observando, aprendiendo y recopilando información, pero nunca echando raíces.
Cuando abrió la puerta de la cabaña, el calor de la chimenea lo recibió, pero el silencio le indicó que el resto aún no llegaba, seguramente seguían ocupados con sus tareas o rondas.

Jaemin se quitó el abrigo y lo colgó en el perchero, mientras sus ojos recorrían la sala.

Caminó hacia su cuarto con la intención de dejar sus cosas y descansar antes de la cena. Sin embargo, al pasar por la habitación de Chenle, algo en su pequeña mesa de noche captó su atención, se acercó sin importarle la privacidad de la pareja. Eran unas fotografías, algo desordenadas, estaban esparcidas sobre la madera.

Jaemin, siempre curioso, las tomó entre sus manos.

Las imágenes eran de una mujer joven, con un rostro sereno y ojos profundos que hablaban de historias no contadas. Supo de inmediato de quién se trataba, la madre de Chenle. Aunque el omega no hablaba mucho de ella, era innegable el gran parecido que tenían. Jaemin pasó sus dedos sobre una de las fotos, observando con más detenimiento.

Y fue entonces cuando lo vio: en la muñeca de la mujer, oculto parcialmente bajo la manga de su vestido, había un símbolo pequeño, grabado en su piel. Era intrincado, compuesto de líneas curvas y geométricas. Algo en ese símbolo despertó un vago recuerdo en la mente de Jaemin, pero no podía ubicarlo con claridad.

Se inclinó más cerca, sus ojos escrutando el diseño. Había algo extraño, algo que lo incomodaba.

— ¿Dónde he visto esto antes...?—murmuró para sí mismo, sintiendo que el símbolo le resultaba inquietantemente familiar.

Sin pensarlo dos veces, sacó su teléfono y tomó una foto de la imagen, acercándose lo suficiente para que el símbolo quedara nítido. Aunque su memoria le decía que lo había visto en algún lugar, no estaba seguro de su significado. Guardó el teléfono en el bolsillo y se alejó de la mesa, sintiendose un poco mal por hacerlo.

Durante la cena, Jaemin no podía dejar de pensar en el símbolo. Algo en él le decía que era importante, pero necesitaba confirmar sus sospechas. Esa noche, cuando todos se habían retirado a sus habitaciones, Jaemin se sentó en su cama, una de sus bitácoras abierta sobre las rodillas. Recorrió las páginas, buscando entre sus notas y bocetos de viajes anteriores.

A lo largo de los años, había recopilado una gran cantidad de información sobre las manadas, especialmente aquellas que preferían mantenerse fuera del radar. Finalmente, después de varias páginas, encontró lo que buscaba. En una de sus notas de un viaje al norte, había hecho un boceto de un símbolo similar. Lo había visto en un asentamiento remoto, una manada aislada que vivía apartada de todas las demás. En ese momento, no había sabido mucho sobre ellos, solo que eran extremadamente cerrados y que evitaban cualquier tipo de contacto con las grandes manadas. No aceptaban visitas, no hacían alianzas, y eran conocidos por su control rígido sobre los omegas.

Jaemin frunció el ceño mientras sus dedos rozaban el boceto en su bitácora. La mujer, la madre de Chenle, debía haber pertenecido a esa manada. Pero, ¿Cómo había llegado desde un lugar tan aislado hasta la manada del Sur? ¿Y por qué nadie había hablado de su pasado?

Jaemin cerró la bitácora y se quedó en silencio, mirando la foto en su teléfono. Sabía que lo que había descubierto era importante, pero también sabía que no podía decirle nada a Chenle todavía. No tenía suficientes pruebas, y no quería alarmarlo con suposiciones. Además, la historia de esa manada estaba envuelta en demasiados misterios, y Jaemin no quería arriesgarse a contar algo que no estuviera completamente seguro.

CACERÍA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora