RECUERDOS OSCUROS

1 1 0
                                    

Mientras continuaban, Desa comenzó a notar algo extraño. Cada vez que cerraba los ojos para descansar o se sumergía en su concentración durante las enseñanzas de Selene, visiones fugaces la asaltaban. En ellas, veía a figuras envueltas en una luz plateada, hombres y mujeres de tiempos antiguos. Sus rostros, aunque desconocidos, le resultaban extrañamente familiares. Sentía sus miradas cargadas de poder y sabiduría, pero también de sufrimiento.

Desa supo que eran los antiguos Guardianes de la Luna.

Una noche, mientras descansaban alrededor de una fogata improvisada, una visión más clara se apoderó de su mente. Estaba de pie en un vasto campo bajo un cielo negro sin estrellas, rodeada por figuras imponentes. Uno de ellos, un hombre alto con una cicatriz que le cruzaba el rostro, dio un paso al frente.

—Nos fallaste, Desa —dijo el hombre, su voz retumbando como el eco de un trueno—. La Espada de Luna es un legado que no estás lista para portar.

Desa intentó responder, pero las palabras se quedaron atrapadas en su garganta. El miedo y la culpa la sofocaban. Entonces, una mujer con ojos brillantes y un manto de estrellas habló desde las sombras.

—Eres débil, como lo fuimos nosotros al final. No serás capaz de detener lo que viene.

Desa se despertó sobresaltada, jadeando. Su cuerpo estaba cubierto de sudor frío. Selene, que había estado observando desde el otro lado de la fogata, se acercó.

—¿Qué fue lo que viste? —preguntó en voz baja.

Desa tardó un momento en responder, aún tratando de sacudirse la sensación de derrota que la visión le había dejado.

—Los antiguos Guardianes... me hablaron —dijo finalmente—. Me dijeron que fallaré, que no estoy preparada.

Selene frunció el ceño, pero no parecía sorprendida.

—No es la primera vez que esto sucede —dijo Selene—. Los Guardianes tienen una conexión con los portadores de la Espada de Luna. Pero no todos sus mensajes son de ayuda. A veces, sus palabras son advertencias; otras veces, son pruebas para medir tu determinación.

—¿Cómo puedo distinguir lo que es real y lo que no? —preguntó Desa, mirando sus manos temblorosas.

Selene colocó una mano sobre el hombro de Desa, ofreciéndole una sonrisa reconfortante.

—Eso es algo que debes aprender con el tiempo. Las visiones pueden ser tanto una guía como una trampa. Lo importante es que recuerdes quién eres y por qué estás aquí.

Desa asintió lentamente, aunque en su interior las dudas persistían. Sabía que el camino que seguía estaba lleno de peligros, pero lo que no esperaba era que la verdadera batalla también se librara dentro de ella misma.

Al día siguiente, las visiones continuaron. Durante el viaje hacia el Templo del Amanecer, cada vez que Desa cerraba los ojos, las figuras de los antiguos Guardianes aparecían, sus palabras golpeando su espíritu. Algunos le ofrecían consejos vagos sobre el poder de la Espada, mientras otros la atacaban, señalando sus miedos y debilidades.

—Estás sola en esto —decía una voz en particular, la de una mujer de ojos oscuros y sonrisa cruel—. Caleope y Selene no podrán ayudarte cuando llegue el momento final. Solo tú puedes fallar, y lo harás.

Desa intentaba ignorar esas palabras, pero sabía que algo en ellas resonaba con verdad. ¿Podría realmente cargar con la responsabilidad de restaurar el equilibrio entre el día y la noche? ¿O era solo una soñadora condenada al fracaso?

Una tarde, mientras descansaban en las ruinas de un antiguo templo en las afueras de las Colinas de Érebos, Desa se alejó del grupo. Necesitaba tiempo para pensar, para despejar su mente del constante acoso de las visiones. Se sentó al borde de un acantilado, mirando el horizonte cubierto por nubes grises.

Fue entonces cuando sintió una presencia detrás de ella. Giró rápidamente, esperando ver a Caleope o Selene, pero no había nadie. En su lugar, una figura nebulosa comenzó a formarse a unos metros de distancia. Esta vez, la visión no era como las anteriores. No era un Guardián, sino algo más antiguo y más oscuro.

—La luz que llevas no te pertenece —susurró la figura, su voz como el susurro del viento entre las hojas muertas—. No puedes controlar lo que nunca fue tuyo.

Desa sintió el frío invadir su cuerpo, pero no se movió. Apretó el medallón en su pecho, buscando consuelo en el brillo tenue que emitía.

—No importa lo que digas —respondió, su voz firme—. No dejaré que la oscuridad gane.

La figura se desvaneció, pero no sin antes lanzar una última advertencia.

—La oscuridad no se derrota... se absorbe.

Desa permaneció sentada, mirando el lugar donde la figura había desaparecido. Las palabras resonaban en su mente, creando una nueva ola de incertidumbre. ¿Y si había verdad en lo que decía? ¿Y si su destino no era destruir la oscuridad, sino aceptar que siempre estaría dentro de ella?

Esa noche, mientras el grupo se preparaba para dormir, Selene se acercó a Desa una vez más.

—He notado que tus visiones son más intensas últimamente —dijo Selene, sentándose junto a ella—. No puedes enfrentarlas sola, Desa. Si necesitas ayuda, debes decirlo.

Desa dudó por un momento, pero luego asintió.

—Siento que me están probando —dijo—. No sé si soy lo suficientemente fuerte.

Selene la miró con compasión.

—La verdadera fortaleza no se mide por la ausencia de miedo o duda. Se mide por cómo sigues adelante a pesar de ellas.

Caleope, que había estado observando desde el otro lado del campamento, se unió a la conversación.

—Las visiones son solo una parte del desafío —dijo mientras se sentaba—. Todos tenemos demonios que enfrentar. Pero ninguno de nosotros está solo en esto. Si alguna vez sientes que las visiones te superan, recuerda que estamos aquí contigo.

Desa sonrió ligeramente, agradecida por el apoyo de sus amigos. Aunque las visiones seguían atormentándola, sabía que con Caleope y Selene a su lado, tendría una oportunidad de superarlas.

El siguiente tramo del viaje fue el más difícil. Las Colinas de Érebos dieron paso a un paisaje aún más sombrío, donde la luz de la luna apenas se filtraba entre las nubes perpetuas. La presencia de la oscuridad era palpable, y las criaturas que antes los habían acosado ahora parecían observar desde la distancia, como esperando el momento adecuado para atacar.

Una noche, mientras el grupo acampaba en una planicie desolada, Desa tuvo la visión más aterradora hasta el momento. Esta vez, no había Guardianes, ni figuras oscuras. Estaba completamente sola, atrapada en un vacío sin fin. La Espada de Luna flotaba frente a ella, inalcanzable, y cada vez que intentaba acercarse, algo la alejaba.

—No eres digna —dijo una voz que resonaba desde todas direcciones—. Nunca lo serás.

Desa se despertó gritando, su cuerpo temblando. Caleope y Selene acudieron de inmediato a su lado, pero no hubo palabras que pudieran calmar el miedo que se había instalado en su corazón.

Sabía que las visiones eran solo el principio. Lo peor estaba por venir.

Las crónicas de la espada de lunaWhere stories live. Discover now