EL RESURGIR DEL DÍA

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Con ambas espadas en su poder, el grupo emprendió el camino de regreso a la Fortaleza de las Sombras. El aire frío del desierto parecía más pesado, y el horizonte, teñido de un crepúsculo perpetuo, les recordaba que el equilibrio estaba roto. Desa mantenía ambas espadas a su lado, el poder de la Luna y el Sol equilibrándose en su interior. Sabía que la confrontación final con Ciaran no solo decidiría su destino, sino el de todo Lunaris.

El viaje de regreso fue largo y agotador. Selene, con su conocimiento de las artes místicas, los guió a través de los caminos ocultos para evitar las trampas que los seguidores de Ciaran habían dejado. Cada noche, cuando se detenían para descansar, Desa practicaba con ambas espadas, sintiendo cómo sus energías se fundían dentro de ella, haciéndola más fuerte, pero también más consciente del peligro de perderse en su poder.

A medida que se acercaban a la Fortaleza de las Sombras, el paisaje cambió. La tierra, antes fértil y llena de vida, ahora estaba marchita y estéril, como si la oscuridad de Ciaran hubiera drenado toda la vitalidad del lugar. La fortaleza se erguía imponente ante ellos, envuelta en sombras que se retorcían como criaturas vivientes. Un escalofrío recorrió el grupo, pero Desa dio un paso al frente, sus ojos fijos en el castillo.

—Es aquí —dijo con voz firme—. Es ahora.

El grupo avanzó hacia la fortaleza, y las puertas negras se abrieron con un crujido siniestro, como si el propio Ciaran los estuviera esperando. Dentro, los pasillos estaban iluminados por antorchas de fuego azul, y un silencio opresivo los envolvía. Desa, con ambas espadas en mano, lideraba el camino, sintiendo cómo cada fibra de su ser se preparaba para lo inevitable.

La sala principal de la Fortaleza de las Sombras estaba envuelta en una penumbra vibrante, una oscuridad que pulsaba con vida propia. Ciaran se levantó de su trono, su capa de sombras fluyendo a su alrededor como un río de tinta negra. Desa, Caleope y Selene avanzaron con cautela, sabiendo que cada paso los acercaba al enfrentamiento definitivo. El aire estaba cargado de tensión, el silencio interrumpido solo por el eco de sus respiraciones contenidas.

—Finalmente, el momento ha llegado —dijo Ciaran, su voz resonando con un poder oscuro que hacía temblar las paredes—. He esperado este encuentro, Desa. Traes contigo las espadas gemelas, pero no tienes idea de lo que significan realmente.

Desa levantó la Espada de Sol, cuya luz cálida y resplandeciente iluminó la sala, desterrando momentáneamente la oscuridad que los envolvía. Con su otra mano empuñaba la Espada de Luna, su filo emitiendo un brillo plateado, frío y sereno. Ambas espadas resonaban con una energía que parecía desafiar las propias leyes del mundo.

—Las espadas representan el equilibrio —respondió Desa, su voz firme a pesar de la incertidumbre que se agitaba en su interior—. Y ese es el poder que usaré para derrotarte.

Ciaran rió, un sonido profundo y perturbador que llenó el espacio. Con un gesto, convocó un enjambre de sombras que se arremolinó a su alrededor, transformándose en criaturas horrendas con garras y colmillos que chasqueaban en el aire. —¡Entonces ven, muéstrame ese poder!

Con un grito, Ciaran desató a sus criaturas sobre el grupo. Caleope y Selene se lanzaron a la ofensiva, sus armas destellando mientras repelían las embestidas de las bestias oscuras. Desa, por su parte, corrió hacia Ciaran, sus espadas brillando en un arco de luz y sombra. La energía de ambas espadas se fusionó en el aire, creando un rastro de destellos que ondeaba como la cola de un cometa.

Ciaran levantó una mano y una barrera de oscuridad se materializó frente a él, deteniendo el ataque de Desa. —¿Es esto todo lo que tienes? —se burló, sus ojos brillando con malicia—. Pensé que serías un oponente digno.

Las crónicas de la espada de lunaWhere stories live. Discover now