EL CORAZÓN DE LA TORMENTA

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Desa y su grupo continuaron su camino, cada paso hacia la fortaleza de Ciaran más pesado que el anterior. El aire se volvía denso, cargado de una tensión palpable que hacía que cada uno de ellos se sintiera vulnerable. Caleope, siempre alerta, lideraba la marcha, mientras Selene y Desa mantenían un ritmo más lento, inmersas en sus pensamientos.

El paisaje cambió drásticamente a medida que se acercaban a la fortaleza. Las tierras desoladas se convertían en un terreno árido, lleno de espinas y sombras. Al llegar a las puertas de Ciaran, el grupo se detuvo en seco. La imponente estructura de piedra se alzaba ante ellos, oscura y amenazante, cubierta de hiedra y signos de abandono. Era un lugar donde el tiempo parecía haberse detenido, pero su presencia emanaba un poder corrupto que se sentía en el aire.

—Este es el corazón de la oscuridad —murmuró Selene, sus ojos fijos en las puertas.

Desa sintió un escalofrío recorrer su espalda. Las visiones la habían preparado para esto, pero ver la fortaleza en persona era otra cosa. Unos momentos después, se adentraron en la fortaleza, cruzando el umbral de un mundo donde el equilibrio había sido perdido.

Al avanzar, el interior de Ciaran reveló sus secretos. Pasillos largos y oscuros estaban adornados con tapices desgastados que narraban historias de gloria pasadas, ahora cubiertas de sombras. La luz de su medallón comenzó a parpadear, como si sintiera la influencia del lugar. Desa se detuvo, sintiendo que las visiones volvían a asediarla.

—¿Qué sucede? —preguntó Caleope, al notar la expresión de Desa.

—Siento a los Guardianes —respondió Desa, su voz temblorosa—. Están aquí, sufriendo por la corrupción que ha consumido este lugar.

Selene asintió, comprendiendo. Este era el epicentro de su lucha, donde la luz y la oscuridad colisionaban. El grupo continuó explorando, sintiendo cómo la presencia de Ciaran se intensificaba con cada paso.

Finalmente, llegaron a una sala amplia, en el centro de la cual se alzaba un altar antiguo. En su cima, la Espada de Luna brillaba con una luz tenue, pero Desa no pudo evitar notar que su brillo era opaco, como si estuviera drenada de energía.

—Es hermosa —susurró Selene—, pero no tiene la fuerza que se espera de un artefacto así.

Desa se acercó cautelosamente, sintiendo una atracción irresistible hacia la espada. Sin embargo, su instinto le advertía que había algo más en juego.

—¿Dónde está la Espada de Sol? —preguntó Caleope, observando el altar con desconfianza.

Desa se dio cuenta de que, en sus visiones, nunca había visto la Espada de Sol. Había estado tan concentrada en la Espada de Luna que había olvidado la importancia del otro artefacto. Sin la Espada de Sol, la tarea de equilibrar las fuerzas se volvería imposible.

—No lo sé —respondió Desa, frustrada—. Solo puedo sentir el poder de la Espada de Luna, pero no puedo percibir la otra.

—Ciaran debe estar escondiéndola —concluyó Selene, su mirada determinada—. Quizás aún podamos encontrarla antes de que sea demasiado tarde.

De repente, el ambiente cambió. La puerta que habían cruzado se cerró de golpe, resonando en la sala. Un aire helado llenó el espacio, y una risa baja, casi burlona, se oyó desde las sombras.

—¿Creen que pueden desafiarme? —dijo una voz profunda que reverberaba en las paredes de piedra.

De las sombras, una figura emergió, alta y majestuosa. Ciaran, el Señor de la Oscuridad, se presentó ante ellos con una sonrisa torcida. Su presencia era opresiva, como un manto de frío que envolvía todo a su alrededor.

Las crónicas de la espada de lunaWhere stories live. Discover now