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La Dama de Plata

La luz de la luna se reflejaba en la superficie cristalina del Lago de Plata, un resplandor etéreo que iluminaba la noche

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La luz de la luna se reflejaba en la superficie cristalina del Lago de Plata, un resplandor etéreo que iluminaba la noche. El viento suave susurraba entre las hojas de los árboles antiguos, y el aire estaba cargado de un misticismo que parecía provenir de una era más allá de los recuerdos de los mortales. En la orilla, inmóvil como una estatua, se encontraba Arhystin, la Dama de Plata, su figura tan majestuosa y serena como el propio lago que custodiaba. Sus rizos platinados caían en suaves ondas hasta su cintura, moviéndose apenas con la brisa nocturna. Sus ojos azules, fríos y profundos como las aguas más oscuras, escudriñaban el horizonte, pero su mente estaba a miles de kilómetros de distancia, perdida en el eco de un pasado que no podía dejar atrás.

Habían pasado más de dos siglos desde que Eledor, su mejor amigo, un hombre de corazón noble y espíritu intrépido, había sido arrancado de su lado de una manera brutal. Los orcos lo habían destrozado frente a sus ojos, y la impotencia que sintió en aquel momento la había perseguido desde entonces. No había pasado un solo día en que no recordara sus gritos, el sonido del acero que se hundía en su carne, la oscuridad que lo consumió. Arhystin había combatido a los orcos con furia, pero había llegado demasiado tarde para salvarlo.

Aquel día, algo dentro de ella murió junto con Eledor.

Y aunque los años habían seguido su curso, la elfa, inmortal por naturaleza, sentía que el tiempo no curaba esa herida. Cada noche, frente al lago, escuchaba en el viento el eco de su risa, su voz cálida llamándola desde los recuerdos. A veces, en la quietud de la madrugada, podía jurar que lo veía entre las sombras de los árboles. Pero eran ilusiones, engaños crueles de una mente atormentada.

Arhystin suspiró, apartando esos pensamientos. Era la guardiana del Lago de Plata, una tarea encomendada por los Valar, aunque los motivos de tal misión aún le eran desconocidos. Se decía que el lago había sido creado por el mismo Ulmo, el Señor de las Aguas, y que sus aguas contenían un poder ancestral, capaz de alterar el curso de la historia. Durante mil años, ella había cumplido su deber sin cuestionarlo, manteniendo el lago a salvo de aquellos que buscarían explotarlo. Pero con la Guerra del Anillo supo que las amenazas se multiplicaban, y el tiempo se acortaba.

Sin embargo, lo que más perturbaba su paz no era la inminente guerra, sino el misterio de Calion.

Un leve crujido en el bosque la hizo tensarse. Su mano, entrenada por siglos de combate, fue hacia la empuñadura de su espada con la fluidez de un reflejo. Pero el peligro que sentía no provenía de ningún enemigo común. La figura alta y esbelta que emergió de entre los árboles la hizo detenerse.

«Calion

El elfo de cabello negro como la medianoche y ojos dorados como el fuego tenía una presencia que siempre había perturbado a Arhystin. Su aura era de una oscuridad inconfundible, y aun así, había algo en él que le fascinaba, algo que no podía explicar. Sabía lo que él era, o al menos, lo que había sido. Un brujo oscuro, servidor de Sauron en tiempos antiguos, antes de que el Enemigo fuera derrotado. Y sin embargo, Calion había sobrevivido a la caída de Sauron, manteniéndose en las sombras, su lealtad era un enigma incluso para aquellos que lo conocían.

"Arhystin" dijo Calion con su voz suave y aterciopelada, rompiendo el silencio con una familiaridad inquietante.

Ella lo miró fijamente, sin bajar la guardia, pero tampoco sin moverse.

—¿Qué haces aquí?

"Te observo desde lejos, como siempre," respondió él, acercándose con pasos silenciosos. "El lago sigue en paz, pero los tiempos están cambiando, y lo sabes. La guerra se cierne sobre nosotros."

—Lo sé. —Su respuesta fue fría, pero sus ojos se mantenían fijos en él, buscando algún rastro de sus verdaderas intenciones.— Pero no es tu guerra, Calion. No es tu lugar.

"Todo lugar es mío si así lo deseo," dijo él, una leve sonrisa en sus labios. "Pero no he venido por la guerra. He venido por ti."

El corazón de Arhystin dio un vuelco, aunque su rostro permaneció impasible. Había algo en su presencia que siempre le hacía cuestionar sus propias emociones. Sabía que no debía confiar en él. Sabía que era peligroso. Pero algo en su naturaleza oscura y enigmática la atraía, como si él poseyera respuestas a preguntas que ni siquiera sabía que tenía.

—¿Por mí? —Su voz sonó tan afilada como el filo de su espada.— No tienes ningún derecho sobre mí, Calion.

"No hablo de derechos, Arhystin. Hablo de destinos entrelazados." Él dio un paso más cerca, su mirada dorada atravesándola. "Sabes tan bien como yo que no eres una simple guardiana. No puedes fingir ignorancia para siempre."

Arhystin entrecerró los ojos.

—¿Qué insinúas?

"El lago no fue puesto bajo tu cuidado por capricho. No eres una elfa ordinaria." Calion se detuvo, su rostro a la luz de la luna parecía casi fantasmal. "Eres una creación de Ulmo, moldeada por sus manos para ser más de lo que crees. Pero él nunca te lo reveló. Y tú nunca lo supiste."

Las palabras de Calion cayeron como un pesado manto sobre sus hombros. La incredulidad la atravesó, pero al mismo tiempo, algo en su interior se agitó, como si una verdad oculta estuviera siendo desenterrada.

—Estás mintiendo —susurró, aunque su voz carecía de convicción.

"¿Mentirte?" Calion dio otro paso hacia ella, y esta vez, Arhystin no retrocedió. "Sientes la conexión con el agua, ¿no es así? Sientes cómo responde a ti, cómo siempre lo ha hecho. Has soñado con Ulmo. Has sentido su presencia. Pero nunca te preguntaste por qué."

Arhystin apartó la mirada hacia el lago, su mente dando vueltas. Desde que tenía memoria, siempre había sentido una extraña afinidad con el agua. El lago la llamaba, susurraba su nombre en murmullos silenciosos. Pero jamás lo había cuestionado, ni había buscado una respuesta.

"Ulmo te creó, Arhystin," continuó Calion, su voz envolvente. "Te hizo su guardiana, su guerrera. Pero ahora, con la guerra en el horizonte, tu verdadero propósito está a punto de revelarse."

La elfa cerró los ojos, intentando procesar lo que acababa de escuchar. ¿Podía ser verdad? ¿Era más que una simple guerrera, más que una simple guardiana? Y si lo era, ¿qué significaba eso para el lago… y para ella?

Abrió los ojos de nuevo y miró hacia donde Calion había estado, pero la figura del elfo ya no estaba. La orilla del lago estaba vacía, y las sombras entre los árboles eran tan profundas como siempre.

La realidad la golpeó como un trueno.

Calion no había estado allí. Nunca lo había estado. Su mente, siempre inquieta, había convocado su imagen, una ilusión traída por su dolor, por el enigma que él representaba en su vida. No era la primera vez que veía esa figura fantasmagórica, esa representación de lo que no podía olvidar, pero esta vez, las palabras que su ilusión había pronunciado parecían contener una verdad que no podía ignorar.

Arhystin se quedó inmóvil, el sonido del agua lamiendo la orilla llenando el aire, mientras el frío de la noche se instalaba más profundamente en su corazón.

El Lago de Plata la llamaba. Y quizás, finalmente, comenzaba a entender por qué.

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