capitulo 5.

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Ya comenzaba a hartarme del viaje. Llevaba los audífonos puestos, mi celular sonando en aleatorio con más de mil canciones, que, siendo honesta, ni escucho completas, y un paisaje precioso frente a mí... pero el maldito asiento no ayudaba. Íbamos lejos, lejísimos, y después de este trayecto todavía nos esperaba un bote para llegar a Filipinas. ¡FILIPINAS! ¿Cuándo volveré a mi adorado departamento? Quién sabe. Tal vez ahí siga mi libro, ese que rezo para que ese hombre haya recogido y lo cuide por mi. Algo en él me resultaba familiar, como si lo conociera de antes... pero no me acuerdo de haberlo visto jamás. En fin, no voy a estancarme en eso.

Ramsés: Hoy irán a Filipinas, excepto tú, Mai. —Levanté la cabeza, lo miré desde el asiento trasero.

—¿Yo no? ¿Por qué no?

Ramsés: Tú irás a China. Hay un par de tipos que quieren conocerte.

Fruncí el ceño.

—¿A mí? ¿Para qué o qué? ¿Les debo algo?

Ramsés: Rafa está haciendo tratos con ellos, pero uno de los primos anda queriendo infiltrarse en nuestro lado.

Ah, claro, los típicos dramas de siempre.

—¿Quieres que lo mate? —pregunté como si nada.

Ramsés: ¡No! ¿No escuchaste? ¡Es el primo del socio! ¡Burra! No puedes hacer eso, bambola sciocca. -su hermoso italiano es un canto al oído, se los prometo, hasta cuándo dice cosas que no me gustan como ahora, se escucha lindo, pero igual lo detesto.

— Entonces, ¿qué hago?

Ramsés: Rafael te dirá qué hacer. Yo te paso la información del primo, y quiero que la memorices antes de llegar a China. ¿Ok?

—Como si tuviera opción... —susurré con ironía.

Ramsés: ¿Qué?

—¡Que sí, que ya te escuché!

¿Que si me encanta estudiar? ¡Sí, claro! Como disfruto estar aquí en esta camioneta incómoda, memorizando datos inútiles, ah, cómo me encanta! Y encima adivinando qué tendré que hacer hoy. ¿No es divertidísimo? ¡Claro que no! Si mis ojos fueran pistolas, Ramsés ya estaría ocho metros bajo tierra, enterrado boca abajo, para que si intenta salir, termine más abajo.

Estuve repasando toda la maldita carpeta gris con la foto del primo. ¿Por qué siempre yo? Si al final Rafael termina reemplazando a sus socios en un par de años, como siempre. Ya me sé este guion.

Rafael es el hijo mayor de Salazar Mendoza, un capo mexicano que en su momento fue uno de los más influyentes del país. Su poder se expandió hasta Europa y llegó a Italia, donde conoció a Gabriela Buvier, una hermosa mujer con la que terminó casándose. De esa unión nacieron tres hijos: Rafael, Victoria y Ramsés. Todos quedaron huérfanos a muy temprana edad. Rafael, con apenas 15 años, tomó el mando de la organización. Victoria, que tenía ocho años al quedar huérfana, se involucró pronto en círculos influyentes, empezando con los hijos de empresarios y luego con los propios dueños. A los 16 ya cerraba contratos millonarios con fuertes influyentes en comercios.

nuestro pobre Ramsés ni siquiera recuerda la cara de sus padres, pues quedó huérfana a los 2 añitos, le negaron la posibilidad de una unión prematura con la organización y no fue que hasta los 15, Ramsés entró como “instructor”, pero, en realidad, era más como el mayordomo de Rafael y el compañero de juegos de Victoria. Lo bueno es que eso le dio tiempo para pasar con nosotras, mis hermanas y yo. Después de que Rafael nos sacara del internado, sí, esos lugares que más bien parecen prisiones para huérfanos, Ramsés se convirtió en nuestro hermano mayor, fue Ramsés él que estuvo ahí en todo momento, cuidando de nosotras como si fuéramos sus hermanas menores, nadie nos conoce mejor que él, nadie, claro que, podría ser contradictorio por lo que acabo de decir, pero no hace falta aclarar que es broma ¿No?, en el fondo, aunque sea insoportable, lo quiero, lo queremos.

Pero, no siempre fue así; Siempre he sido reacia a lo que siento y a probar cosas nuevas, aunque quiera intentarlo. Después de tanto tiempo en el orfanato, me di cuenta de que soy un lío emocional. Ni yo sé lo que quiero o lo que siento. Hoy me encanta un dulce, pero al día siguiente me da asco. Digo que como de todo, pero me rehúso a probar platos con sabores raros. Amo el pop, pero paso más tiempo saltando canciones que escuchándolas.

Soy una mezcla rara de indecisa y temerosa, aunque, irónicamente, se me da bien hacer cosas nuevas: aprender trabalenguas en distintos idiomas, cambiar mi forma de escribir... Un encanto, ¿verdad? Por eso digo que soy aburrida hasta para mí. 

Mi comportamiento sacó de sus casillas a Victoria, a Rafael y, muchas veces, incluso a Ramsés. Pero de los tres, él fue quien logró entenderme mejor que nadie. No es que me esforzara demasiado; más bien hacía lo mínimo. Sin embargo, Ramsés insistía en que era mi obligación hacer las cosas bien. A diferencia de los demás, él fue comprensivo conmigo. Me ayudó a enfrentar mis propios miedos: el miedo a experimentar, a conocer, a salir de esa burbuja en la que me refugiaba. Aunque solo superé esos temores en la superficie, él sabe que en el fondo aún tengo miedo. Y lo entiende perfectamente. 

Ramsés puso un empeño increíble en educarme de una forma distinta. Dedicaba más tiempo conmigo que con nadie más, colocándome en situaciones difíciles a propósito, para obligarme a tomar decisiones igual de complicadas. Me enseñó a ser recta, a no titubear aunque estuviera temblando por dentro, y a tener siempre las palabras correctas en los momentos más tensos. Gracias a él aprendí a ser precisa en mis misiones. Sin margen de error. Sin lugar para dudas.

Lo que, al final, dio un resultado excelente. De todas mis hermanas, Rafael siempre destaca en mí para las tareas más complejas, esas que requieren máxima concentración y capacitación. Tomar un arma y acabar con la vida de alguien fue para mí un choque brutal, una colisión entre mundos que desestabilizó por completo mi estado emocional. Sentí cómo algo atravesaba mis miedos, los penetraba con fuerza... pero nadie lo notó. No dejé que nadie lo notara. Mi rostro estaba entrenado para no expresar ni una pizca de sentimiento.

Con el tiempo, y con más entrenamiento, mis emociones se endurecieron. Fueron volviéndose cada vez más rígidas, como el acero. Al final, dejé de sentir. Ya no sentía nada y ¿Saben quién está feliz por ello? Correcto.

Ramsés.

Pues me deja las tareas más frías y grotescas porque sabe que ya no siento nada y eso le encanta, pues ya no tiene que pelear conmigo porque sabe que acato las reglas al pie de la letra y tomo las precauciones necesarias y aunque no me guste, no tengo opción.

Y ahí es donde estoy yo... Es esta línea de no demostrar lo que de verdad llegó a sentir, me estoy volviendo seca, y tengo miedo a volverme inmune al sentir, sin embargo, lo que me salva de ellos son esos terribles ataques que tengo, las pesadillas por las noches, que me dicen a susurros que aún puedo sentir, aunque sea miedo.

las raices del peligro. Rindo Haitani Donde viven las historias. Descúbrelo ahora