ANDREA
Todos anhelan lo perfecto; ¿acaso alguien ha deseado lo imperfecto?
¿Quién podría amar un trozo de carne lleno de cicatrices, algo tan roto como yo?
¿Cómo se puede querer lo imperfecto cuando hay tantas cosas perfectas a nuestro alrededor?
En la penumbra, recorro lentamente mis muslos, notando líneas largas y profundas, sintiendo la piel áspera y deformada por las cicatrices.
¿Encontrarás algún día a alguien que abrace tus imperfecciones, incluso tus cicatrices?
Parece que nadie podría amar algo imperfecto.
Empiezo a escuchar golpes en la ventana, como si una piedra estuviera golpeando el cristal. Decido ignorarlo; quizás sea un pájaro. La debilidad tras días sin comer me abruma. Con el tiempo, los golpes se intensifican, y ya no pienso que sea un pájaro. Con las pocas fuerzas que tengo, me acerco a la ventana cubierta por una cortina.
Al retirar la cortina, veo marcas de lo que parecen ser piedras en el cristal. Al mirar hacia abajo, reconozco a Brusela, que me hace señas para que abra la puerta.
¿Acaso se crió en la selva o no sabe tocar una puerta?
Mis padres perfectos no están, como siempre. La soledad inunda las paredes y el silencio acompaña mi vacío. Salgo de la habitación, descalza y desaliñada, sin haberme bañado en días.
No me importa.
Bajo las escaleras, aferrándome a la barandilla, y abro la puerta lentamente.
—¡Ábrelo rápido, pareces un zombie!—dice Brusela, algo molesta, mientras entra rápidamente.
—Te ves horrible—decido ignorarla y regreso a mi habitación, subiendo las escaleras.
Me sigue y, al llegar a mi cama, me tiro sin ganas, tapándome con la sábana de pies a cabeza. Intento despejar mi mente, pero mi mayor enemigo siempre será mi propia cabeza. Irónico, ¿no?
Escucho ruidos a mi alrededor, pero los ignoro hasta que una puerta se abre. Cierro los ojos, tratando de descansar, cuando siento agua fría caer sobre mí. Me levanto de un salto.
—¡Levántate!—exclama Brusela, mirándome con intensidad y sosteniendo un balde.
—¡Estás loca!—grito, temblando de frío.
—Era por las buenas o por las malas—dice con indiferencia.
—No puedes dejarme en paz.
—No—responde, sin darle importancia.
Enfurecida, busco ropa en el armario, pero no encuentro mis sudaderas. Todo está sucio. La desesperación me invade; nadie debe ver lo imperfecta que soy. Esa idea me atormenta una y otra vez, mientras busco frenéticamente. Al girar, veo a Brusela observándome en silencio, como si analizará cada uno de mis movimientos.
-No sabía que eras tan indecisa con tu ropa- dice mientras se acerca a mí con los brazos cruzados, observando el clóset con una ligera sonrisa.
Intento calmarme para que no note mi nerviosismo y miro el clóset en silencio. Hay prendas, sí, pero son faldas, tops y shorts que revelan demasiado. Con manos temblorosas, elijo un short y una camisa corta antes de dirigirme al baño sin decir nada.
Antes de tocar la manija de la puerta, escucho a Brusela hablar - Parece que hay un monstruo con el que coincidimos- comenta con un tono amargo.
¿Monstruo?
No, soy mi propia destructora.
Me giro hacia ella, mirándola a los ojos.
—¿Por qué lo dices? —pregunto, intentando parecer desentendida.

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LÚGUBRE ©
AléatoireUn pueblo. Un asesino. Y un enigma decidido a revelar los secretos más oscuros de todos. Eso es Sanford, un lugar envuelto en mentiras, engaños y falsedades. Quienes no han pisado ese lugar podrían dudar de estas palabras, pero quienes lo conocen...