Prologo

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Nunca pensé que entrar en esta casa sería un juego tan insultantemente sencillo. Aunque claro, ¿qué podía esperar de una seguridad tan mediocre? Solo cuatro guardaespaldas, dos en cada entrada. Bastó con saber dónde y con qué precisión golpear a uno, mientras el otro apenas tuvo tiempo de sentir la aguja antes de caer. Ni siquiera tuvieron la decencia de avisar a los que estaban en la puerta trasera.

Y ahora, aquí estoy, en la cocina, como si fuera dueña del lugar. He sacado una copa de la despensa y me sirvo un poco del vino tinto que los recién casados habrán dejado a medio beber antes de irse a dormir.

Una pena que tengan que despertar tan pronto, porque no me he molestado en ser sigilosa o silenciosa en los tres minutos que llevo aquí dentro. Por lo que, los residentes ya debieron oírme, aunque sé que solo uno saldrá.

Así pues, mientras lo espero, me dirijo a la pequeña sala de estar, con la copa y la botella en cada mano para tomar asiento en el sillón con respaldo alto, dándole la espalda al pasillo que lleva a la única habitación de la casa de playa.

¿Quién va a una playa desolada en su luna de miel y en pleno otoño?

—¿Quién eres? —pregunta una voz profunda y fría a mi espalda antes de haya terminado siquiera de bajar la copa de mis labios tras el primer sorbo.

—¿Tu nueva esposa no sale a saludar? —respondo tranquilamente, sin voltearme, a pesar de que siento el arma que me está apuntando en la nuca.

Hace pausa contemplativa, y mientras lo siento rodearme como un gato, repite:

—¿Quién eres?

Me llevo el borde de la copa a la boca mientras respondo:

—La única persona en el mundo que no deberías apuntarle mientras bebé una copa.

Samuel, tan alto, pelinegro y músculoso como lo recuerdo, aparece en mi campo de visión en nada más que unos pantalones y un arma de corto alcance apuntándome.

—Khala —me reconoce, pero no baja el arma— ¿Como entraste?

—Ya deberías saber que para mí no hay lugar cerrado, Keyjer.

—¿Qué haces aquí?

—Quiero hablar contigo. —Lo miro de frente y le señalo el sofá de enfrente. Sus ojos gris azulado brillan en la oscuridad ante la orden silenciosa. Como es de saberse, no obedece—. Baja eso, Samuel. No querrás derramar mi sangre dos veces en menos de un segundo.

Una afirmación, lo sé, pero no me fío lo suficiente de él ni de nadie, como para preguntarle primero.

Eso parece desconcertarlo lo suficiente como para bajar un poquito el cañón y fruncir el entrecejo.

—¿Dos veces en...? —Sacude la cabeza, y suspirando, baja el arma por fin y se pasa una mano por la cara sin perderme de vista. Bueno, parece que no soy la única que no se fía del otro— ¿Qué haces aquí, Tiana Müller? —pregunta en un tono cansado.

—Puedes sentarte, venga, para que podamos hablar —contesto inalterable.

—Me estás dando permiso para sentarme en mi propia casa —resopla, pero lo hace—. Habla.

—Dos de tus perros intentaron asesinarnos, a mi y a mi novio, hace dos semanas. Casi lo consiguen...

—¿Estás aquí para preguntarme o para acusarme? —me interrumpe, aburrido—. Da igual, yo no fuí.

—Lamento no poder creerte cuando han sido dos de tus perros —espeto cortante—. Los Antualer, ¿Te suenan?

—Ellos estan... —se interrumpe, mirándome con atención. Luego abre considerablemente los ojos—. Tú los mataste.

La Oscuridad De AnthonyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora