Capitulo II

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Mini maratón 2/2

Anthony.

—Señor Meyer, por fin llega.

Mi asistente, Maira, se levanta del mostrador junto a la puerta de mi oficina, notablemente nerviosa.

Lo cual me toma desprevenido, ya que desde que la contraté hace un año —tras asumir el estúpido cargo de administrador de obra que papá y Anthonio tanto insistieron para que me encargase—, ha demostrado ser, no solo eficiente, sino muy eficaz en su trabajo.

No es que me sorprendiera; su currículum me lo advertía, por lo que solo necesité dos razones para contratarla: La primera, y la más importante, es que está muy bien preparada; título profesional en gestión administrativa, un tecnólogo en atención al cliente y fluidez al hablar tres idiomas. La segunda, y la que es un plus a su favor, es que es rápida, tiene buenas habilidades de comunicación verbal, buena memoria, la paciencia que me falta y es un muy buen enlace entre mis clientes y socios, y yo.

Además, es bonita. Ridículamente bella, de hecho; tiene la piel bronceada, el cabello negro y los ojos azules. Es alta, con curvas suaves y tiene un rostro angelical con facciones inocentes.

Sale del mostrador y se me acerca despacio. No puedo evitar fijarme en la poca, y al mismo tiempo, bastante piel expuesta: las piernas largas y el busto que asoma bajo la camisa medio abierta... «Tuve una mala noche». Me digo, recordando lo bien que le pasamos hace un par de noches que estaba hasta la coronilla de trabajo y ella se ofreció a ayudarme.

Sin embargo, descarto la idea de repetir al fijarme de nuevo en su rostro, en lo drenado de sangre que está.

—¿Que pasa, Maira? —le pregunto, entrecerrando los ojos por la luz que me fastidia.

—Lo... Lo están esperando en la sala de juntas —responde, titubeando.

No fue lo que pregunté y ella lo sabe, pero si no quiere responder tampoco le voy a insistir.

Suspiro pesadamente, porque eso nunca son buenas noticias.

—¿Quien? —reanudo mi marcha a mi oficina, con ella pasándome los talones.

Sea quien sea, puede esperar a que me quite un poco la evidencia de haber bebido toda la noche.

«Quienes», querrá decir —me corrige mientras me adentro al cuarto de baño privado—. Su padre, su hermano, el señor Parker y la señorita Lombardi.

—¿Desde que hora están aquí? —pregunto y hago una mueca al reflejo que me devuelve el espejo: un chico con pinta de no haber dormido en años, con ojeras marcadas alrededor de sus ojos entre dorado y verde, y el cabello entre castaño y rojizo que, por cierto, pide un corte urgente. La barba de tres días en mi mandíbula, la corbata floja y el saco a medio poner sobre la camisa blanca, son nuestra de que he visto mejores tiempos. Vidas.

Al menos nada está arrugado. Pero eso debo concederselo a mi empleada de servicio, la hija del ama de llaves de Jonathan, a quien contraté cuando decidí mudarme solo hace siete meses, en el mismo complejo de Jonathan.

—Hace cuarenta minutos, señor.

Me froto las sienes cuando el dolor de la resaca aumenta considerablemente, como si ella también intuyera a que han venido.

—Traeme una Aspirina, Maira —le ordeno con un gruñido, deseando estar en cualquier lugar menos este, e intento peinar los rebeldes y largos mechones de mi cabello.

—Se le olvida el «por favor» —replica con un tono suavemente sugerente, y vuelvo a gruñir como respuesta.

Me gusta más cuando está nerviosa.

La Oscuridad De AnthonyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora