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El miércoles por la mañana, sentada en la mesa de la cocina, miro Instagram y abro por enésima vez la historia de Jimin

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El miércoles por la mañana, sentada en la mesa de la cocina, miro Instagram y abro por enésima vez la historia de Jimin. Es un boomerang de hace una hora en la higiénicamente cuestionable piscina de Huckabee en el que se lee ¡PRIMER DÍA DE TRABAJO!

No hemos hablado desde que el lunes por la noche me dijo que la habían contratado. Estoy segura de que después de hoy no volveré a saber nada de ella. Cuando, inevitablemente, Jeongin y mi padre intenten obligarnos a pasar tiempo juntas, será incomodísimo.

Suspiro, me llevo a la boca otra cucharada de cereales y abro mis fotos. Retrocedo hasta llegar a las primeras que tengo guardadas, que saqué justo antes de la muerte de mi madre. Normalmente, las evito a toda costa, pero hoy voy en busca de algo.

Una foto de su tatuaje.

Igual puedes intentar descubrir algo más sobre la historia que hay detrás de cada punto —me dijo Jimin por teléfono hace unos días—. Puede que eso te indique por dónde empezar.

Eso me llevó al único vínculo directo entre la lista y algo que sí conocía. Algo que veía todos los días.
Su tatuaje.

Me detengo en una foto que mi padre nos sacó a las dos en la tienda de jardinería que hay junto al huerto de manzanos. Ella empuja un carrito naranja por el invernadero y finge que le cuesta moverlo por el peso, mientras yo me tiro teatralmente por encima, con dos sacos de tierra debajo.

Voy a la foto de la derecha, trasladándome atrás y atrás en el tiempo. Es extraño ver a mi madre con mejor salud en cada foto que pasa, cuando lo que yo conozco es lo contrario. Veo cómo poco a poco desaparecen sus ojeras, cómo sus mejillas ahuecadas aparecen cada vez más rellenas.

Me detengo en otra foto: mi madre, dormida como un tronco apoyada en el hombro de mi padre después de una visita médica especialmente dura. Luego, otra de ella y Jihyo, riéndose, en la fiesta de cumpleaños de Yunjin, seguida de otra de nosotras dos después de un largo día trabajando en el jardín, con billetes de lotería de la pequeña gasolinera que hay al lado de la autopista en las manos y los vaqueros manchados de tierra.

Por fin la encuentro.

Una foto del Cuatro de Julio en la que sale mi madre con una bengala en la mano, justo antes de que le diagnosticaran el cáncer. Los ojos azules le brillan; se le intuye el tatuaje en el antebrazo bajo la luz parpadeante. Me acerco con el zoom y las palabras ganan nitidez. Se lee UN VERANO INVENCIBLE en letras mayúsculas.

Recuerdo que, de pequeña, le pregunté al respecto, recorriendo las letras una y otra vez con mis dedos gorditos de niña de seis años. Lo único que me dijo fue que le recordaba al verano que trabó amistad con mi padre y Jeongin. Nunca me dijo nada más. Me falta el porqué.

—¡Buenos días! —saluda mi padre mientras entra en la cocina medio dormido.

Dejo el teléfono de inmediato, volviendo a mi verano nada invencible.

la lista de la suerte  ;;  winrinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora