Aura La
En las altas esferas de la sociedad, donde el dinero no tenía límite y el lujo era parte del día a día, la presencia de amantes no era un fenómeno insólito. Para muchos de estos hombres, ellas no eran más que trofeos.
bellezas deslumbrantes con las que disfrutaban de exhibirse y presumir su poder. Pero mientras ellos las ostentaban como símbolos de su virilidad y conquista, estas relaciones clandestinas eran un golpe directo al orgullo y al nombre de sus esposas.
La humillación se acentuaba aún más si el hombre llegaba a abandonar a su esposa legítima por alguna de esas "putas de noche". No era frecuente que lo hicieran, pero cuando ocurría, el escándalo resonaba en cada rincón de las mansiones y clubes exclusivos.
Konrad había sido uno de esos hombres. Su matrimonio había sido destrozado por mí. Contra todo pronóstico, rompió con la mujer que había compartido su vida para estar conmigo, y al hacerlo, se convirtió en el murmullo constante de cada salón.
—¿Te quedaste muda?
Mis manos me empezaron a sudar.
—Tú presencia me tomó por sorpresa.
Mi respiración se volvía cada vez más pesada, atrapada entre el peso de las palabras que no me atrevía a decir y la mirada fulminante de Anne, quien se encontraba de pie justo frente a mí. Sus ojos me observaban con una intensidad que hacía que el aire en la habitación se sintiera denso, casi irrespirable. Sabía lo que pensaba, lo leía en la frialdad de su expresión y en la rigidez de su postura. Para ella, yo era lo peor que pudo haber existido, el error imperdonable que había trastornado su mundo.
Rompí el incomodo silencio.
—Lamento ser parte del horrible pecado que se comentó en contra de ti.
—¿Lamentas acercarte a mi y fingir ser mi amiga?— ladeo la cabeza— ¿ o lamentas ser la puta que se follaba mi marido mientras ilusionaba a mi hijo?
Por un momento, quise explicarme, defenderme de aquel juicio implacable que pendía en sus pupilas, pero su desprecio era tan palpable que cualquier palabra se me atoraba en la garganta. Solo me quedé allí, viéndola en silencio, incapaz de apartar la vista mientras me destrozaba con su odio, consciente de que para Anne ya no había retorno. Para ella, yo era la encarnación de cada promesa rota, cada sueño pisoteado. El veneno que había envenenado todo lo bueno de su vida. Y sabía que, hiciera lo que hiciera, siempre sería así.
—Ambas — Trague un poco de saliva— pero jamás fingí ser tu amiga, estoy con él desde hace 3 años.
Mi respuesta la dejo perpleja, eso solo marca que Konrad me folla desde una edad que no es correcta.
—La mayoría de las amantes de Konrad sabían cual era su lugar. Nunca hubo ninguna que quisiera ser más que yo.
—Nunca fuiste una esposa insuficiente — hable intentando sonar concreta— si es lo que crees no es así.
Una suave brisa se deslizó entre nosotras, acariciando nuestra piel con delicadeza, como si intentara aliviar la tensión que flotaba en el aire. Sentí cómo el viento jugaba con mi cabello, haciéndolo bailar levemente alrededor de mi rostro.
—Suenas como una maldita hipócrita.
—Cree lo que quieras — pronuncie— me da igual lo que pienses.
En ese momento, el sonido seco y resonante del metal al golpear el piso me hizo dar un respingo. Mi corazón se detuvo por un segundo mientras bajaba la vista, observando cómo la pulsera de oro rodaba brevemente antes de detenerse. Sin pensarlo, me incliné con rapidez para recogerla, segura de que se me había caído. Pero justo cuando mis dedos rozaron la fría superficie del oro, un pie delicado y firme la cubrió.
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Cadenas Rotas (capítulos extras)
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