Me desperté sobresaltada en medio de la madrugada, notando un vacío en la cama que solía ocupar él. La oscuridad se cernía sobre la habitación, y una sensación de inquietud me impulsó a levantarme. Bajé las escaleras en silencio, guiándome por la tenue luz de la luna que se filtraba por las ventanas.
La casa estaba envuelta en un silencio profundo, solo interrumpido por el crujir de las tablas de madera bajo mis pies. Los tonos grises de la noche se deslizaban por las paredes, revelando detalles familiares. Fotografías enmarcadas adornaban la escalera, capturando momentos que alguna vez irradiaron alegría.
Al llegar al piso inferior, la cocina estaba sumida en sombras, pero una luz tenue se filtraba desde el exterior, dibujando formas difusas en los muebles. El reloj de pared marcaba el tiempo con un tic-tac constante. Las cortinas ondeaban suavemente, revelando un vago paisaje nocturno fuera.
La ausencia de su presencia llenaba cada rincón, creando un eco de soledad en la quietud de la casa. Mis pasos resonaban en el silencio, y mientras caminaba por el pasillo, sentía la nostalgia de las risas compartidas y las conversaciones susurradas en esas paredes que se habían vuelto pura falsedad para Konrad.
Anne era una auténtica arpia de las más asquerosas que pudieran existir. Después de ver como el barrio con todos los adornos del escritorio salí corriendo directo a mi habitación y encerrarme esperando que no llegue a desquitarse conmigo.
En medio de la oscura casa, me detuve un momento, tratando de imaginar dónde podría estar él. Un destello de recuerdo cruzó mi mente: el piso subterráneo. La casa, más grande de lo que a veces recordaba, escondía un laberinto de rincones inexplorados.
Con paso cauteloso, me dirigí hacia la entrada de la planta abaja. La puerta de madera crujía ligeramente al abrirse, y una escalera descendente se desplegó ante mí. La luz de un candelabro colgante iluminaba las escaleras, revelando la entrada a un mundo oculto bajo tierra.
Al descender, el ambiente cambiaba por completo. Las paredes estaban revestidas de paneles de madera finamente trabajada, y una alfombra mullida se extendía por el suelo, absorbente bajo mis pies.
La sala principal se abría con una mezcla de tonos cálidos y muebles suntuosos. Una chimenea de mármol titilaba en un rincón, esparciendo un calor reconfortante por la estancia. El aroma a velas perfumadas flotaba en el aire, creando una atmósfera envolvente.
Me quedé pasmada un segundo al verlo centrado frente al suelo.
Me quedé allí, en silencio un momento observándolo mientras el resplandor de las llamas bailaba en su rostro, destacando la desaliñada camisa que llevaba. La habitación tenía un encanto rústico de cabaña, con vigas de madera que se perdían en la penumbra.
Botellas de licor reposaban sobre la mesa de centro, testimoniando momentos compartidos en esa pequeña morada. La luz titilante de las velas arrojaba sombras danzarinas en las paredes, añadiendo un toque mágico a la escena.
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Cadenas Rotas (capítulos extras)
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