VIII

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El duque se consideraba a sí mismo una persona arrogante hasta la médula, aceptaba que simplemente no era una compañía grata o reconfortante para cualquier persona. Había nacido y crecido en un entorno rodeado de lujos y buenos hábitos, más no de buenos sentimientos. De hecho, a parte de él, no recordaba ningún atisbo de calidez, fué como su luz dentro de las tinieblas, una luz que terminó apagándose demasiado pronto.

Cada parte de su vida se vió marcada por algún suceso relevante que dió pie a una nueva faceta suya. Facetas que, cabe destacar, nunca fueron agradables para él ni para las personas que lo rodeaban.

Toda su infancia vivió la culpa de haberle arrebatado la vida a su madre al nacer, y no se trataba de un remordimiento creciente de sus propias emociones, pues al no conocerla nunca tal vez no hubiese sentido nada respecto a su perdida, se trataba de todos los reproches y maltratos tanto físicos como mentales por parte de su padre y la gente que le servía. El hombre lo aborrecía por haberle quitado a su compañera y el resto por haber hecho del señor duque un monstruo violento y sin escrúpulos, pues muchos decían que antes de la perdida de su amada el duque de Kensington era un hombre común.

Sin embargo, Park Sunghoon nunca conoció a ese hombre, veía a su padre como lo que realmente era: Un psicópata desquiciado totalmente.

Pero a pesar de todo lo tenía a él, su hermano.

El duque podría decir que sobrevivió en aquel infierno gracias a él, eran casi de la misma edad por lo que solían ser bastante unidos. Recordaba su personalidad vibrante y sus ojos rasgados tan tiernos cual gatito pidiendo ser alimentado, solo era dos años mayor que él pero su agilidad y picardía lo hacían entender y sobrellevar las cosas de una forma más madura que Sunghoon. El duque recordaba muy nitidamente todo lo vivido con su hermano mayor, sin embargo, lo que más torturaba su alma y sus pensamientos era aquella promesa hecha cuando solo eran unos niños.

Prometieron huir al tener una edad adecuada como para sobrevivir en el mundo de afuera ellos solos, y estaba más que claro que así sería.

Lastimosamente no contaron con que todo se iría al diablo en una tarde que Sunghoon denominó como el peor día de su patética existencia.

Después de perder a la única persona que lo alentaba a pensar en la idea de un futuro cercano, todo en lo que creía se desmoronó en un abrir y cerrar de ojos. Ya no importaba ningún futuro o el pasado, no importaba si degollaba a su padre o si se cortaba el cuello con sus propias manos, si lloraba cada maldita noche hasta que sus ojos sangraran o si incendiaba todo el jodido castillo con su padre y sus malditos sirvientes dentro él mismo, ya nada importaba. Jungwon no volvería.

Luego de ese suceso bloqueó sus sentimientos de una manera que ya ni siquiera recordaba con claridad todo lo vivido en esa etapa de su adolescencia. Era como un títere, un cuerpo sin alma. Hacía todo lo que su padre ordenaba sin siquiera decir una palabra, de hecho, hubo una época en la que pasó casi un año sin articular una sola palabra, y a nadie le importaba o se preocupaba por el maldito asesino de la duquesa, todos actuaban como si nada hubiera ocurrido y Sunghoon en un desesperado intento por no sentir lo que la injusta muerte de su hermano representaba optó por hacer lo mismo.

Aquella vida monótona parecía ser su castigo. Hasta que llegó aquel día.

Y la sensación fué agridulce.

Odiaba como el jodido infierno convertirse en lo que para él era la representación perfecta de la hipocresía y lo nauseabundo. No obstante, ver el cuerpo sin vida de su padre a sus pies se sintió como un abrazo a su podrido corazón, sentir su ropa empapada por el rojo líquido de la maldita sangre del hombre que lo engendró era como si su alma amordazada por fin pudiera gritar de satisfacción.

El modista privado del duque - Sunsun [Sin Editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora