03: Si antes te hubiera conocido

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Catalina estaba en plena rumba con James, con los efectos de alcohol hasta la nubes al igual que él. Estaban en la zona vip y habían sido invitados por uno de los amigos de Richard, uno de los amigos del colombiano y ambos estaban en la de ellos. Trago tras trago, canción tras canción. — Y YO TE VEO Y NO SÉ COMO ACTUAR, BEBÉ, PA' CONQUISTARTE QUE ME PASEN EL MANUAL.
ESPERO LO QUE SEA YO NO ME VOY A QUITAR, TENGO FE QUE ESOS OJITOS UN DÍA ME VAN A MIRAR. — Cantó Betancourt junto con Muñoz, uno de los amigos que hizo el mismo día que conoció a James en aquel cumpleaños. — YO ME CASO CONTIGO, MI NOMBRE SUENA BIEN CON TU APELLIDO, TOY' ESPERANDO EL PRIMER DESCUIDO, PA' PRESENTARTE COMO MI MARIDO. — La menor estaba completamente borracha. Mientras cantaba, señalaba al mayor que no paraba de mirarla con una sonrisa.

James, igual de borracho que ella, se acercó para bailar y cantar junto con la rubia. — Yo me caso contigo, mi nombre suena bien con tu apellido. — Cantó la menor cerca de su oído, con voz baja mientras lo abrazaba. La canción terminó y ambos se quedaron quietos, mirándose fijamente mientras otra canción sonaba por los grandes parlantes. — ¿Se va a quedar ahí o me va a besar? — Preguntó Catalina y James, sin siquiera dudarlo, estampó sus labios con los de ella. Sus labios encajaban igual que dos piezas de rompecabezas, era un beso suave y tierno, tomándose el tiempo de disfrutarlo. — ¡Que viva el amor! — Gritó Muñoz al verlos besándose. — ¡Ya era hora gran huevón! — Gritó una vez más cuando se separaron del beso.

— ¡Cállese la jeta, sapo! — Se quejó James y él solo soltó una carcajada, regresando a su grupo de amigos, dejando a solas al mayor y a la menor. — Se ve muy guapa hoy. — Confesó el pelinegro, cambiando de tema ante el ambiente incómodo que se había formado. — No pues, gracias. — Respondió con una risa nerviosa, sintiendo las manos del colombiano acariciar su cintura, acercándose más a ella hasta quedar a pocos centímetros de su rostro. — Creo que nunca se lo dije pero estoy enamorado de usted. — David aprovechó el estar lo suficientemente borracho para confesarle su amor a la castaña y besarla antes de que pudiera decir algo. Aquello la tomó por sorpresa pero al día siguiente, ninguno recordaría nada. — ¿Qué le parece si continuamos la fiesta en mi casa? — Propuso el pelinegro y la rubia rápidamente asintió. — Lo acepto pero me ofende muchísimo. — Ambos rieron al mismo tiempo.

Salieron del lugar sin siquiera despedirse del resto y pidieron un taxi. Durante todo el camino, ninguno dijo nada para no hacer el ambiente incómodo. James dejó su mano sobre su muslo, haciendo que un escalofrío recorriera su espalda ante el tacto frío de su mano. — Tiene las manos frías, David. — Se quejó y él solo rió bajo. — Discúlpame. — La rubia sonrió un poco, agachando su mirada.

Al llegar, ni bien entraron a la casa, una batalla de lenguas comenzó. Iban tirando todo, desde papeles hasta algunos juguetes de Samuel que se encontraban en alguna mesa hasta llegar a la habitación del pelinegro, en donde dejó a la rubia sobre su cama, empezando a dejar besos húmedos en su cuello. Levantó la parte superior de su vestido, subiendo y acariciando cada parte de su cuerpo con las yemas de sus dedos hasta llegar a los bordes de su ropa interior, la cual bajó con lentitud. Catalina suspiraba con fuerza, estremeciendose bajo el tacto de sus dedos sobre su piel. El pelinegro se acomodó entre sus piernas, pasando su lengua por sus pliegues mojados.

Betancourt soltó un jadeo bajo, cubriendo su boca al recordar que la habitación de Samuel se encontraba al lado. Su espalda se arqueó y con su mano libre apretó las sábanas. — Dios...— Susurró la rubia para ella misma, sumergida entre el placer sofocante que le brindaba el mayor. Sus piernas empezaron a temblar y ella solo se limitaba a gemir en voz baja. Estaba lo suficientemente borracha para que al día siguiente, no recordase nada.

James se apartó de su entrepierna y bajó el cierre de su vestido, quitándoselo. — ¿Estás segura de esto? — Ella asintió, dándole el permiso a que él hiciera lo que quisiera con su cuerpo. Catalina miraba atentamente como el colombiano se iba deshaciendo de cada una de sus prendas hasta quedar completamente desnudo. Las luces estaban apagadas, por lo que lo único que podía ver. Era su sombra.
Betancourt no hizo más que observar cada movimiento del mayor, ladeando su cabeza hacía atrás cuando sintió sus dedos acercarse nuevamente a su zona íntima.
Pasó sus dedos por sus pliegues humedecidos, separandolos y adentrando uno de sus dedos en su interior. Ella jadeó, cerró sus ojos con fuerza y arqueó su espalda.

Amigos con Derechos | James Rodríguez Donde viven las historias. Descúbrelo ahora