Capítulo dos

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Max llegó a casa más tarde de lo habitual, su rostro marcado por el cansancio. Los últimos meses desde la consulta con la ginecóloga habían sido una montaña rusa emocional. Al principio, llegar tarde era algo esporádico, un puñado de veces al mes. Pero ahora, esa rutina se había transformado en algo más frecuente, dos, tres veces a la semana. Max siempre regresaba cansado, sin ánimo para nada más que desplomarse en el sofá o ir directamente a la cama. El pelinegro lo notaba, cada vez más ausente, cada vez más distante.

El acuerdo de ambos en buscar a un terapeuta les había ayudado en cierta medida. Sabían que necesitaban apoyo para sobrellevar la carga emocional que la situación les imponía. Pero, aunque las sesiones ayudaban, las grietas en su relación parecían crecer con cada día que pasaba. Checo había intentado mantenerse ocupado, había vuelto a trabajar para no dejarse consumir por la tristeza, y Fernando y Franco lo sacaban con más frecuencia. Salidas al cine, tardes de golf, cenas, conciertos, cualquier cosa que mantuviera su mente ocupada.


Un día, Checo decidió que necesitaban pasar más tiempo juntos, lejos de todo el caos que los envolvía. Esa semana había sido especialmente dura. Max no solo había llegado tarde todos los días, sino que apenas hablaba cuando estaba en casa. Checo lo observaba en silencio, notando las sombras bajo sus ojos y el peso invisible que parecía cargar en los hombros. Así que, con una sonrisa esperanzada, le propuso cenar fuera, como solían hacerlo antes.

—Podría pasar por ti al trabajo —sugirió el pelinegro mientras recogía la mesa del desayuno—. Saldré un poco antes hoy, así que podríamos ir a tu restaurante favorito.
Max levantó la mirada de su café, algo distante.

—No te preocupes, puedo alcanzarte allá —respondió rápidamente, casi demasiado rápido.

Checo frunció el ceño, algo en su tono le resultó extraño. Siempre habían ido juntos a todas partes, y ahora la idea de no hacerlo le parecía... inusual. Pero no insistió. Quizás Max solo estaba ocupado y necesitaba tiempo, pensó. Decidió dejarlo pasar.
—Está bien, entonces te veré allí —dijo finalmente, intentando mantener el entusiasmo.

Cuando llegó la noche, Sergio pasó a su casa a arreglarse, esperando que la velada fuera el respiro que ambos necesitaban. Pero desde el momento en que Max se sentó frente a él en el restaurante, algo estaba mal. Su teléfono vibraba constantemente en la mesa. Al principio, el rubio lo ignoró, pero tras varios mensajes consecutivos, lo revisó con rapidez.

Checo lo observó en silencio, esperando que dejara el teléfono. Intentó empezar una conversación sobre cosas ligeras, pero la respuesta de Max siempre era corta, como si su mente estuviera en otro lado. El teléfono vibró de nuevo, y esta vez, no pudo evitar preguntar.

—¿Todo bien? —preguntó con suavidad, intentando no sonar molesto.

Max levantó la vista, claramente tensó.
—Sí, sí... solo son cosas del trabajo, nada importante —respondió mientras ponía el teléfono en silencio y lo dejaba boca abajo sobre la mesa.

El pelinegro asintió, tratando de dejar el tema atrás. Pero a pesar de haberlo silenciado, Max seguía revisando el teléfono cada pocos minutos, sus ojos desviándose de la conversación para echarle un vistazo rápido.

El ambiente se volvió pesado. Checo intentaba disfrutar la cena, enfocarse en ellos dos, pero la tensión que Max transmitía era palpable. Finalmente, dejó de intentar salvar la velada y se concentró en su comida, aunque no podía evitar que su mente viajara a los últimos meses. Max nunca había sido así antes. Siempre había sido cariñoso, atento. Ahora, parecía que se había vuelto un completo desconocido, alguien que apenas podía compartir una comida sin distraerse.

El resto de la cena transcurrió en un silencio incómodo. Max estaba físicamente presente, pero su mente estaba en otro lado, y Sergio lo sabía. No quiso presionarlo más. No esa noche.

Cuando terminaron, Max pagó rápidamente la cuenta y ambos caminaron hacia la salida. El viento fresco de la noche golpeó a Checo en el rostro, y por un momento, se sintió abrumado por la sensación de que algo muy importante se le estaba escapando de las manos.

Subieron a su coche en silencio, Max ofreciéndose a conducir. Mientras, el pelinegro miraba por la ventana, recordando los buenos momentos que solían tener en esas cenas, las risas compartidas, las conversaciones profundas. Pero ahora todo parecía tan distante.

Max permanecía callado, y aunque quería preguntarle qué le pasaba realmente, algo dentro de él le decía que no obtendría una respuesta, al menos no una sincera. En cambio, se recostó en su asiento, dejándose llevar por el sonido del motor, mientras la sensación de inquietud crecía en su interior.

Cuando llegaron a casa, el silencio entre ellos era más denso que nunca. Las palabras no fluían, y la conexión que antes parecía casi innata ahora se sentía rota, colgando de un hilo frágil. Sergio se quitó los zapatos en la entrada y dejó escapar un suspiro mientras observaba de reojo a Max, quien seguía absorto en su propio mundo.

—Voy a darme una ducha —dijo Checo, con la esperanza de que el agua caliente pudiera lavar parte de la tensión acumulada en su cuerpo.

En otro momento, su marido habría sonreído, le habría seguido hasta el baño, bromeando con él, aprovechado cada oportunidad para estar juntos, como lo habían hecho siempre. Pero esta vez fue diferente. Max solo asintió distraídamente, dirigiéndose la cocina.

Checo subió las escaleras en silencio, sintiendo cómo algo dentro de él se rompía un poco más. El baño, que solía ser un lugar de relajación compartida, se había convertido en un refugio solitario. Se metió bajo la regadera, dejando que el calor del agua le envolviera, pero por más que intentaba relajarse, los pensamientos seguían atormentándole. ¿En qué momento todo se había vuelto tan distante? ¿Qué estaba pasando con su alfa?

Cuando finalmente salió del baño, se vistió con su bata y bajó a la sala en busca de su marido. Esperaba encontrarlo ahí, pero el espacio estaba vacío. No estaba ni en la sala ni en la cocina, lo que le pareció extraño. En cualquier otro momento, habrían terminado la noche juntos en el sofá, riéndose o simplemente disfrutando de la compañía del otro con alguna copa de vino, pero esta vez, solo se sentía el vacío.
Se sentó en uno de los banquitos frente a la isla de la cocina, cruzando los brazos frente a su pecho, tratando de no dejar que los pensamientos oscuros la inundaran. Se obligaba a no pensar en lo peor, a no dejar que la duda tomara el control, aunque el nudo en su garganta crecía.

Justo cuando estaba empezando a dejarse llevar por el agotamiento, escuchó la puerta principal abrirse. Su corazón dio un vuelco. Max entró en la casa, pero no solo, estaba hablando por teléfono, su voz baja y tensa. Sergio se quedó quieto, apenas respirando, intentando no ser notado.

—Ya sabes que no puedes llamar cuando estoy en casa —dijo Max en un tono molesto antes de colgar abruptamente.

El mundo de Checo pareció detenerse por un instante. La frase resonó en su mente como un eco inquietante. ¿Con quién estaba hablando Max? ¿Por qué esa tensión? La duda se instaló como una piedra en su pecho, y el nudo en su garganta creció hasta volverse casi insoportable.

Sergio tragó saliva, tratando de mantener la compostura, pero por dentro, las alarmas sonaban a todo volumen. Se preguntaba si debía enfrentarlo en ese momento, si debía preguntar qué estaba pasando o simplemente dejarlo pasar, como había hecho tantas veces en las últimas semanas. Pero algo le decía que esta vez no debía ignorar las señales. Se sentía perdido, atrapado entre el miedo a la verdad y el deseo de no romper lo poco que quedaba entre ellos.

Max entró a la cocina, claramente sorprendido de verlo ahí, sentado en silencio. Sus ojos se encontraron por un breve instante, pero él desvió la mirada rápidamente.

—Pensé que ya estarías dormido —dijo Max, su voz cargada de tensión y cansancio, como si llevara el peso del mundo sobre los hombros.

El Omega no respondió de inmediato. En lugar de eso, se limitó a observarlo, buscando respuestas en el hombre que había sido su compañero durante tanto tiempo, pero que ahora parecía un extraño.
—No podía dormir —dijo finalmente, su voz suave pero firme—. ¿Quién te llamó?
Max frunció el ceño, y por un momento, el pelinegro vio una sombra de incomodidad cruzar su rostro.

—Nadie importante... solo es trabajo —respondió, pero Sergio no podía sacarse de la cabeza el tono de sus palabras, la urgencia con la que había terminado la llamada.

Silencio. Un abismo creciente entre ellos, más palpable que nunca.

Las semanas posteriores a esa incómoda llamada no habían sido amables con Checo. La duda lo corroía por dentro, como un veneno que se extendía lentamente, afectando cada aspecto de su vida, aferrándose a él. Por más que intentaba convencer a su mente de que no debía exagerar, de que Max simplemente estaba pasando por una mala racha, no podía sacarse esa frase de la cabeza. "Ya sabes que no puedes llamar cuando estoy en casa."

Acertados errores | Cherlos • Chestappen|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora