Capítulo cuarto

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Después de no volver a casa esa noche, tras lo destruido que Max le había dejado, Sergio pasó casi toda la madrugada llorando, aferrada al volante de su coche. La traición lo desgarraba desde lo más profundo, y la única persona en la que podía pensar en ese momento era Fernando. Lo llamó con manos temblorosas, pero fue su esposo, Lance, quien contestó. No pasaron ni veinte minutos cuando ambos llegaron al estacionamiento de la plaza vacía, aparcando junto a su auto.

Durante los siguientes días, Checo sintió que moriría. La tristeza y el dolor se apoderaron de su cuerpo como si no hubiera escapatoria. Fernando y Franco se turnaban para acompañarlo, y cuando ninguno no podía, Lance permanecía a su lado, ofreciéndole la calma que necesitaba. Ellos fueron su salvavidas, su refugio en medio de un huracán de emociones que lo tenían atrapado sin salida aparente.

Pasaron días de incertidumbre y tormento que se sintieron como una eternidad. Max, era incapaz de aceptar la realidad de su separación, perseguir a Sergio se volvió su pan de cada día, con una desesperación que rozaba lo irracional. Se aparecía fuera del edificio donde Franco vivía, donde el pelinegro había decidido quedarse tras unas semanas de refugio en casa de Fer y Lance. No quería seguir incomodando a sus amigos, así que aceptó la oferta de Franco de quedarse con él mientras conseguía donde quedarse definitivamente y, sobre todo, donde pudiera sentirse seguro.

A Max cada día lo consumía la necesidad de verlo, de hablar con él. Se quedaba en su coche, estacionado frente al edificio, esperando durante horas. La desesperación le quemaba el pecho mientras observaba la entrada, con la esperanza de que Checo saliera en cualquier momento. Creía que si tan solo pudiera explicarle cuánto lamentaba lo que había hecho, su omega lo perdonaría. Pero cada vez que lo veía, el pelinegro le hacía saber que no quería verlo ni saber nada de él. Intentó interceptarlo de mil maneras después de que su esposo volvió al trabajo nuevamente después del tiempo que se había tomado, seguirlo hasta su oficina y que el resto de empleados le vieran arrastrarse por el perdón del Omega no era un problema si eso le aseguraba por lo menos una mínima oportunidad de estar a su lado nuevamente, poder detenerlo un momento para decirle por lo menos una palabra se había vuelto toda una osadía, pero no podía simplemente quedarse sin hacer algo para suavizar el muro que el Omega había levantado entre ambos.

Y cada vez que lo veía, Max no sabía cómo contener su ansiedad. Se le acercaba de repente, sin previo aviso, con la mirada llena de súplica. "No puedo estar sin ti, sé que me equivoqué," le decía una y otra vez. Pero Checo apenas le dedicaba una mirada antes de seguir su camino, evitando cualquier contacto que pudiera abrir las heridas que con tanto esfuerzo intentaba sanar.

Hacía casi dos semas ya de la última vez que el rubio había tenido la oportunidad de verle, Checo salía del departamento para ir a trabajo, cuando lo vio. Max estaba allí, apoyado sobre su auto, como tantas otras veces. Sus ojos se encontraron por un breve instante, y el pelinegro sintió que el enojo le subía por la garganta como una ola imparable. Estaba cansado. Cansado de la insistencia, cansado de que no entendiera que todo había terminado.

Max se apresuró hacia él cuando lo vio acercarse, bloqueando su camino hacia el auto. —Amor, dame un minuto —dijo, con las manos levantadas en un gesto de súplica—. Solo quiero hablar, necesito que me escuches, por favor— pero su dulce Omega solo lo miró, tentado por un segundo a decirle nuevamente todo lo que sentía, a gritarle que se largara de una vez por todas. Pero sabía que eso solo le haría a Max seguir insistiendo, así que, en lugar de eso, el pelinegro apretó las llaves en su mano y se dirigió al auto. Pero Max no iba a permitirle escapar otra vez. Se apresuró a interponerse entre él y la puerta del vehículo, con los ojos llenos de urgencia. —¡Bebé, por favor! —exclamó, bloqueando la puerta—. No puedo vivir sin ti, no puedo soportar que me odies así. Sé que te fallé, solo dame una oportunidad.

Acertados errores | Cherlos • Chestappen|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora