"Es una maldita diosa"

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Desde que la chica nos descubrió hablando de ella, no me sentía para nada tranquila. Era como ese suspenso de que en cualquier momento haría algo contra mí, eso estaba comenzando a enloquecerme.

Por esa misma razón me ausenté a clases el día siguiente, esperando tener un día tranquilo para hacer lo que quisiera en mi casa, dormir hasta más tarde, poner música a todo volumen y no hacer los quehaceres, más que todo por el hecho de que mamá no estaba en casa y mi padrastro se encontraba trabajando.

Sin embargo, todos mis planes se vinieron abajo cuando me topé con él a mitad de la sala. Mi sorpresa fue más grande que la suya, pero inmediatamente se transformó en el usual miedo. Él arrugó sus cejas y carraspeó, esperando alguna explicación de mi parte.

—¿No se supone que deberías estar trabajando? —le pregunté, con un tono de voz tembloroso.

—¿Y no se supone que tú deberías estar en el instituto? —me cuestionó también, con algo de amargura y cansancio—. ¿Qué haces aquí?

—Me sentía mal, no pensaba ir a clases hoy —mentí, retrocediendo un poco porque él comenzaba acercase.

—Pues yo te veo bastante bien —dijo con sarcasmo, pasando una mano por su desagradable barba.

—Sí, ya me siento mejor —traté de retractarme—. Me iré al instituto porque tengo algunos trabajos que entregar.

Él asintió, dándome una mirada amenazante de que si no me quitaba de su camino me iba a arrepentir. Lo observé por última vez con desagrado, aún andaba vestido con ropa de dormir y el cabello desastroso.

Preferí regresarme a mi habitación, para luego cerrar con llave y darme una ducha. Era mil veces mejor estar en el instituto que tener que soportar un día entero a solas con él en mi casa. Me enfurecí porque se suponía que debía estar en su trabajo, pero tampoco podía hacer nada ante ello. Solamente marcharme de allí, porque después de lo que pasó el año anterior le tenía muchísimo miedo a ese hombre.

Salí de casa tan pronto como me duché y alisté mis cosas, iba tardísimo pero ya inventaría alguna excusa creíble. El día estaba bastante oscuro, las nubes grises anunciaban una lluvia y el viento helado me hacía tiritar. Caminé hasta el instituto, las calles estaban repletas de personas, yo iba ajena a mi alrededor escuchando en mis auriculares la playlist de mi cantante favorita.

Por suerte llegué justo a tiempo para la tercera clase de la mañana, aunque ya todos estaban dentro del salón la profesora de Química me permitió pasar. Lo primero que observé fue a Alex y Gabriel compartiendo mesa, mientras hablaban de cualquier cosa sin importancia, ninguno se percató de mi presencia porque se veían demasiado distraídos. Sentarme junto a alguna de las chicas no era una opción, porque ya el espacio estaba lleno.

Yo siempre compartía mesa con mi mejor amigo Alex, pero ese día ya Gabriel ocupaba mi lugar. Por esa razón tuve que buscar otro asiento, pero no lo encontré hasta el fondo del salón...con ella.

Por obvias razones nadie se sentaba a su lado, pero ese día yo no tenía ninguna otra opción. Me acerqué lentamente, con pasos dudosos, hasta llegar a su lugar. Ella solo hizo un leve movimiento para darme espacio, entonces supe que no se molestaría porque yo ocupara el lugar a su lado.

Tomé asiento junto a ella y evité cualquier contacto visual. Solo me quedé quieta, sintiendo muchos nervios y un rápido palpitar en mi pecho. Los primeros minutos de la clase fueron demasiado asfixiantes, me sentía como un pequeño pajarito atrapado en una jaula y deseando escapar.

Contaba los minutos para que la clase acabara, pero el tiempo parecía ir en mi contra y se volvía eterno. Cada segundo era una tortura, temía escuchar un insulto de su parte en el momento más inesperado. Pero no fue así, lo que verdaderamente me sorprendió fue cuando ella tocó mi hombro con su dedo, queriendo llamar mi atención.

Al principio di un saltito y por poco se me escapa un grito, pero me contuve. Entonces volteé lentamente mi cabeza hasta encontrarme con su mirada puesta en la mía. En ese instante algo se revolvió en mi interior, como una sensación extraña que hacía mucho no experimentaba. Quizás era sorpresa o miedo lo que embargaba mi cuerpo y me impedía pronunciar una sola palabra, pero lo único seguro era que había quedado totalmente paralizada al escuchar como esa chica me dirigía la palabra.

—¿Qué música estás escuchando? —alcancé a oír su pregunta. Me di cuenta de que olvidé por completo que aún llevaba los auriculares puestos.

Ella tenía sus ojos de color marrón, pero había algo en su mirada que la volvía intimidante. Su labio inferior dejaba a la vista un labial que tenia puesto , al igual que en su nariz tenia un piercing. Esa era la primera vez que la observaba tan de cerca como para notar cada detalle tan pequeño, como su tono de piel tan pálido o el tatuaje de una figura extraña en su abdomen que pasaba casi desapercibido.

Yo aún me sentía bloqueada, tanto que no fui capaz de pronunciar ni una sola palabra, solamente tragaba grueso sin quitarle la mirada de encima. Porque había algo en ella que lograba desconcertarme totalmente aunque no lo quisiera. Desde aquella noche había ocupado un lugar en mis pensamientos, más aún cuando supe que había comenzado a estudiar en el mismo instituto que yo.

—¿Me dejas escuchar música contigo? —insistió al no tener una respuesta de mi parte, tomándose el atrevimiento de agarrar uno de mis auriculares para ponerlo en su oído.

Se tomó unos segundos para analizar la música que se estaba reproduciendo en ese momento, después curvó sus labios en lo que pareció ser una ligera sonrisa porque de seguro reconoció la canción. Curiosamente era una de mis favoritas.

—¿Te gusta Young Miko? —soltó asombrada y levantó una ceja, yo solo pude asentir con la cabeza—. Debo admitir que conoces la buena música, ella es una maldita diosa.

En la playlist de Spotify se reproducía tamagotchi de Young Miko.

Respirar hondo no sirvió para contener mis nervios, porque no dejaba de pensar en lo que había pasado aquella noche y en todas las cosas malas que decían de ella.  Las palabras nunca salieron de mi boca, por lo que me vi obligada a beber de la botella de agua que llevaba conmigo, mi garganta estaba seca y yo estaba al borde de un colapso, aún sin quitarle la mirada de encima.

Creo que a ese punto se hartó de estar dirigiéndome la palabra sin recibir ninguna respuesta de mi parte, por lo que entonces me habló de una forma más clara porque seguro supo que así iba a reaccionar;

—¿Me vas a decir algo o solo te me vas a quedar viendo como si hubieras visto un espanto? —preguntó, con total tranquilidad y un gesto amargo—. Porque sí, ya sé que me tienes miedo por lo que pasó esa noche.

ᴘʀᴏʜɪʙɪᴅᴏ - railoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora