2. El chico de clase

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Cuando Viktor había aceptado hacer borrón y cuenta nueva, había esperado que las cosas volvieran a la normalidad entre ellos.

Antes, sus caminos siempre habían seguido una trayectoria paralela; siempre próximos, pero nunca superpuestos. Excepto que ahora el alfa parecía estar en todas partes, siempre rondando el borde de sus fronteras, sumergiéndose en su órbita.

Viktor y Jayce eran los únicos estudiantes de su curso que tomaban clases de posgrado y resultó que sus horarios eran casi idénticos, algo en lo que nunca había reparado, salvo que ahora era imposible no darse cuenta. El alfa siempre se acercaba a él antes de la clase para comparar apuntes, y luego se quedaba junto a su mesa haciéndole a Viktor preguntas tontas como "¿cómo estás?" y "hace viento hoy, ¿verdad?".

Hoy incluso se había atrevido a sentarse en el pupitre vacío que había a su lado. Lo que resultó ser muy molesto, porque durante toda la clase Viktor no pudo concentrarse en nada, excepto en la forma en que el alfa se movía y se esforzaba en el asiento, que era claramente demasiado pequeño para él.

Sus piernas eran demasiado largas, lo que hacía que sus muslos chocaran constantemente con la parte inferior del pupitre; a menudo estiraba la columna vertebral contra el rígido respaldo de la silla, lo que hacía que se le subieran los laterales de la camisa. Y lo más molesto de todo, sus manos siempre (siempre) estaban jugueteando con algo. El lápiz. La correa de su bolso. Los bordes rasgados de sus hojas sueltas.

Sus dedos eran perpetuas máquinas de juguetear y, por un instante, Viktor recordó cómo los había sentido en la mandíbula, curiosos y suaves.

Le dieron ganas de matar algo y, cuando terminó la clase, Viktor se levantó de su asiento echando humo.

"Ahora tienes Matemáticas Discretas, ¿verdad?".

Jayce pasó de darle vueltas al lápiz a tocarse algo detrás de la oreja. La piel de su ojo, antes amoratada, se había desvanecido hasta el marrón bronceado original, y ahora solo le quedaba el pequeño vendaje de la ceja.

Viktor lanzó a Jayce la mirada más ácida que pudo reunir. Otra vez con las preguntas inútiles. Lo peor era que ni siquiera podía mentir y decir "no" porque Jayce también estaba en clase.

"¿Quieres pasarte por el comedor?", preguntó, "he oído que hoy sirven cazuela. El que tiene pollo de verdad en vez de carne misteriosa. Si nos damos prisa probablemente podamos llegar antes de que se acabe".

"No, gracias", dijo antes de salir al pasillo. Sería agradable sentarse en el aula vacía, pensó, tranquilo aunque sólo fuera por un momento.

Excepto que, como de costumbre, Jayce estaba allí siguiéndolo por el codo.

"Genial. Te acompaño".

Viktor lo fulminó con la mirada. "¿No tienes una cazuela por la que pelearte?".

Jayce se limitó a encogerse de hombros.

"Siempre pensé que estaba sobrevalorado".

Matemáticas estaba en otro edificio, al otro lado del patio. Multitudes de estudiantes holgazaneaban fuera sobre mantas de picnic, leyendo en bancos, todos aprovechando el sorprendentemente cálido día de otoño.

Viktor aún recordaba cuando llegó a Piltover y dio sus primeros pasos en el campus. Recordaba lo que sintió al ver a toda aquella gente sentada en la hierba bajo el amplio cielo azul sin hacer absolutamente nada importante y cómo había estado a punto de llorar porque era exactamente como se imaginaba que era el Cielo. Y ahora que había conseguido salir del Infierno, haría cualquier cosa para no volver jamás.

Como de costumbre, tenía una lista interminable de cosas que requerían atención inmediata. Un turno extra colocando libros en la biblioteca. Una petición de un compañero de clase para hacer su proyecto de física. Un libro de texto que tenía que comprar y que le haría un agujero sangrante en sus frágiles ahorros.

Pon Tus Labios Sobre Los Míos - JayvikDonde viven las historias. Descúbrelo ahora