Capítulo Dos

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Era una boda preciosa de verdad, aunque Fluke no tenía ni un segundo para disfrutarla.

El padrino, espléndido con su falda escocesa, intentaba
escapar de la dama de honor, que le perseguía descaradamente.

Fleur estaba tensa y pedía que se dieran prisa. Las niñas que llevaban los ramos de flores tenían frío y estaban llorosas mientras les sacaban fotos en la nieve. Él se sentía como un pastor empapado que hacía malabares con los paraguas para proteger de la nieve a los novios e intentaba dirigir a los invitados como a una manada. Llevaba botas, pero era la única concesión
que había hecho al frío.

Por fin se montaron en los coches y se dirigieron hacia la
recepción mientras él se cercioraba de que habían pagado al coro. Bernadetta se montó en su coche, fumando, y él empezó a bajar, tiritando, las escaleras de la iglesia.

Entonces, se resbaló
en el hielo y se cayó sentado de la forma más desairada que podía imaginarse, pero nadie fue a ayudarlo.

Se quedó un momento sentado e intentó recuperar el aliento y evaluar los daños. A jugar por lo que sentía, tenía el trasero amoratado. Hizo un esfuerzo para levantarse y vio que tenía la ropa sucia y empapada. Además, se quitó la chaqueta y comprobó que se había descosido por la espalda. Para empeorar las cosas, Bernadetta estaba furiosa, sobre todo, porque no tenía ropa para cambiarse.

–¿Por qué no te has traído un traje de repuesto? –le preguntó con rabia–. Al fin y al cabo, eres un organizador.

Fluke quiso contestarle que solo le había dado dos trajes, pero supo que no serviría de nada.

–Está en la lavandería.

Naturalmente, Bernadetta no pudo dejar de comentar que
nadie tendría uno que le quedara bien a Fluke.

–Vete a casa y cámbiate –le ordenó entre dientes–. Ponte
algo...

Bernadetta juntó las manos con un gesto de desesperación y como si quisiera decirle que consiguiera algo que pudiera reducir su tamaño. Además, no añadió, como siempre les decía a los otros empleados, que no eclipsara a la novia. Se daba por supuesto que Fluke no tenía la más mínima posibilidad.

Quería dejar el trabajo.

Estaba a punto de llorar cuando llegó a su diminuto piso y, naturalmente, no tenía nada en el armario que pudiera ponerse. Bueno, sí tenía algo. Tenía el traje gris plateado que Rosa había hecho con sus manos prodigiosas, aunque a Bernadetta le parecería que era excesivo. Tenía un
corte muy sencillo, pero...

Se desvistió y comprobó que, efectivamente, tenía un
moratón en el trasero y a la izquierda del muslo. Se duchó
rápidamente, entró en calor y se sintió mucho más relajado. Los días de boda siempre eran tensos y se agradecía una pequeña pausa. Cuando tuviese su propia empresa, organizaría una rotación para que todos sus empleados pudieran descansar un poco entre la ceremonia y la recepción. Quizá también pudieran cambiarse de ropa...

Ya estaba soñando que algún día trabajaría por su cuenta,
pero ¿cómo iba a conseguirlo cuando Bernadetta lo tenía atado de pies y manos? Sin embargo, no tenía tiempo para darle más vueltas.

El traje había sido un regalo de Rosa, pero él, que sintió
remordimientos por aceptarlo, se había permitido el lujo de
comprarse ropa interior adecuada para el traje y, naturalmente, unos calzoncillos de seda a juego.

Se puso todo apresuradamente antes de enfundarse el traje.

Verdaderamente, Rosa era prodigiosa con la tela. El traje estaba cortado al bies y se adaptaba maravillosamente a su cuerpo. Además, merecía más atención que la que solía
dedicarse.

02- De la pureza a la pasión Donde viven las historias. Descúbrelo ahora