Capítulo Cuatro

252 50 2
                                    




Fluke quería irse a casa y que se le pasara el bochorno. No
dejaba de darle vueltas en la cabeza a ese momento espantoso cuando había creído que Ohm iba a sacarlo a bailar.

Estaba en el salón de baile vacío y supervisaba el ligero caos que dejaba a su paso una boda que había salido bien. Los empleados habían recogido los platos y los vasos, las mesas estaban sin manteles y se habían amontonado las sillas. Solo
tenía que llevarse el gramófono al coche y guardar con cuidado
el disco de vinilo de los abuelos de la novia.

Sin embargo, podía esperar un momento. Era un salón de
baile sencillamente magnífico. Se habían apagado las arañas de cristal y estaba iluminado por los deslumbrantes focos del techo que habían encendido cuando cesó la música y llegó la hora de que los invitados se marcharan. Fue a la caja de interruptores y fue apagándolos hasta que se quedó a oscuras. No encendió las arañas de cristal. No necesitaban electricidad para ser preciosas porque la luz de la luna entraba por las ventanas y era como si estuviese nevando dentro del salón.

Hasta aparecieron unos
árboles porque las sombras de las ramas se reflejaban en las paredes plateadas. Era como estar en un bosque gélido, tanto que hasta podía imaginarse el aliento condensado.

¿Qué había estado a punto de decirle Ohm? Podían pasar semanas o meses hasta que volviera al Grande Lucia. Quizá no lo supiera nunca.

Oyó que se abría la puerta y se dio la vuelta dando por
supuesto que era algún empleado que iba a llevarse los restos de la boda. Sin embargo, era Ohm.

–Estaba...

¿Qué estaba haciendo? Estaba pensando en él. No se lo dijo, naturalmente.

–Todo ha salido muy bien –comentó él.

–Gracias.

En ese momento, debería recoger sus cosas y marcharse a casa, pero se quedó donde estaba. Estaba ardiendo por el rubor mientras Ohm cruzaba la habitación y no supo qué hacer cuando
él fue hasta el gramófono. Entonces, se estremeció. No fue porque hiciese frío, la temperatura era perfecta, se estremeció por un placer íntimo cuando oyó que la aguja rascaba el vinilo.

Los sonidos del pasado volvieron a cobrar vida y se le grabaron en el corazón para siempre cuando Ohm se dio la vuelta, se dirigió hacia él y, sin decir una palabra, lo invitó a bailar.

Él, sin decir una palabra, aceptó.

Su abrazo fue delicado y firme a la vez y su olor embriagador tenía algo desconocido que no podía identificar, pero, claro, todo
le parecía desconocido esa noche. Normalmente, se saludaban con cortesía. Sin embargo, las cosas habían cambiado esa noche y hasta el diplomático Ohm parecía aceptar que estaban al borde de algo.

–Escucha –él le habló al oído y su voz grave fue cálida y
placentera–. Solo doy problemas.

–Lo sé.

Él notó que Fluke asentía con la cabeza contra su pecho y que su tono era de aceptación, no de resignación, por eso
quiso dejar las cosas más claras.

–Si te gusto, el problema es el doble.

–Ya sé todo eso –replicó Fluke.

En ese momento, el problema estaba entre los brazos de él.
A Fluke le daba igual y levantó la cara para mirarlo. Esa noche era su noche. Conocía su reputación y aceptaba que no fuera
nada más que una noche, pero llevaba años amando
platónicamente a Ohm. Podría vivir con las consecuencias, pero
también podía evitarse las lamentaciones. Se había imaginado su cuerpo durante años y lo había anhelado y, en ese momento, estaba apoyado en él. Era fuerte y delgado y se movía con tanta
destreza al ritmo de la música que, por primera vez en su vida, no solo se sentía coordinado, sino que se sentía liviano. Se miraban fijamente a los ojos. No quería abandonar la calidez de su mirada y no tenía que hacerlo por el momento.

Ohm, durante toda su vida, había hecho todo lo que había podido para mantener separadas la vida laboral y la personal. Le había parecido lo sensato, pero nada tenía tanto sentido como los pensamientos que se le pasaban por la cabeza en ese
momento.

Una persona.

Pensó en los muchos viajes a su país que le esperaban y en
que volvería al Grande Lucia y que Fluke estaría en su cama. Pensó en ellos trabajando juntos y eso no le disuadió porque tendría ventajas para los dos. Bajó la cabeza, sus labios rozaron y Fluke supo que nunca lamentaría eso. Su fantasía había sido un beso delicado,
como uno dirigido a la mejilla que cambiaba de dirección a mitad de camino. Sin embargo, ese beso, su primer beso, era concluyente y se derritió de felicidad.

Fue como si sus labios supiesen qué hacer porque se
movieron y se adaptaron a la delicada caricia de los de Ohm.

Él estaba acostumbrado a la esbeltez, pero sus manos
recorrían un cuerpo esbelto pero con ligeras curvas. Notó sus pezones duros en el pecho y, de repente, le pareció que nunca había tenido menos motivo para ser prudente. Quería tener a Fluke en la cama y no solo esa noche, por eso apartó la boca de la suya.

–¿Estás saliendo con alguien? –le preguntó él.

Aunque estaba abrazándolo y aunque notaba su erección en
el abdomen, su pregunta fue tan aséptica y directa que a Fluke volvió a parecerle una entrevista.

–¿De dónde va a sacar tiempo un organizador de bodas para tener vida social? –murmuró aunque estaba ansioso de que volviera a besarlo.

–Entonces, ¿es un problema para tus relaciones?

Él estaba tanteando, aunque descaradamente. Fluke era
sincero y eso le honraba.

–No ha habido ninguna relación.

Sus palabras lo alcanzaron directamente en las entrañas y Fluke notó que su erección se endurecía un poco más mientras lo estrechaba contra él con las manos en las caderas. Cuando volvió a besarlo, tuvo la extraña sensación de pánico sin miedo.

El sabor íntimo de él lo desconcertó un instante. La intensidad y profundidad del beso era mejor en la realidad que en sueños.

Cuando lo imaginaba, no sabía bien qué hacer, pero allí, entre sus brazos, contenía el aliento en la boca mientras él recibía el beso.

Creaban un sabor de avidez ilícita. La punta de su lengua
tenía que ser como néctar para él porque la paladeaba con voracidad mientras Fluke se deleitaba con esa sensación nueva que era el roce de su mentón. Los pezones se le endurecían
debajo del traje al sentir las manos que le recorrían el cuerpo y al notar que le clavaba los dedos en las caderas para restregarse contra él.

La dignidad no era el fuerte de Fluke. Se había resbalado y caído muchas veces. Esa noche, sin embargo, estaba bailando con el hombre de sus sueños. Se dijo a sí mismo que solo era un baile, pero su cuerpo lo rebatió. Era mucho más que un baile.

Él se movió un centímetro y a Fluke le dio miedo dejarse llevar, volver a interpretar mal la situación, pero le pareció como si estuviesen destinados a acabar en la cama. Abrió los ojos dispuesto a más y se encontró con la mirada de pasión insaciable de Ohm.

–¿Puede saberse en qué estaría pensando? –preguntó Ohm.

Todavía no podía creerse que hubiera eludido aquel baile.
Fluke no entendió la pregunta y, como Ohm no se la aclaró,
tampoco intentó contestarla.

–Vamos a la cama –añadió él en nombre de los dos.

02- De la pureza a la pasión Donde viven las historias. Descúbrelo ahora